Víctor
Paz Otero, nacido en 1945, afirma que Francisco de Paula Santander es
“un héroe de pacotilla, un héroe de mentiras”. / Cortesía
Tacaño, empedernido, mentiroso, mediocre, oscuro, cretino y corrupto.
Esos son los adjetivos que Víctor Paz Otero utiliza a la hora de hablar
de Francisco de Paula Santander, al que no ve como uno de los héroes de
la Independencia, sino como “una especie de cucaracha en éxtasis”.
Paz
Otero, payanés y autor entre otras obras de Bolívar, delirio y epopeya,
y Las penumbras del general (Villegas Editores), logra sacar de
casillas a abogados, historiadores y académicos que han elevado a
Santander a un pedestal del cual este escritor lo baja de un solo
envión, desmitificando la figura del llamado “Hombre de las Leyes”.
“Si
hay un mito falso y oscuro en Colombia, es Santander”, dijo, y de
inmediato reivindicó el nombre y el legado de Simón Bolívar, así sea
puesto por otros en la izquierda y “de él beban Hugo Chávez y las Farc”.
“Bolívar no era un santo, pero no tenía los hígados tan enfermos como
el que sabemos”, remacha Paz Otero, lanzándole otro guadañazo a uno de
los “Padres de la Patria”.
El Espectador dialogó con este
sociólogo de la Universidad Nacional, nacido en 1945, que se mueve con
igual versatilidad por los terrenos de la novela, la poesía y el ensayo,
y quien ha escudriñado tanto la vida de Bolívar y Santander que para
dibujarlos cita detalles como este: cuando la viuda de Francisco José de
Caldas necesitó ayuda, el Libertador ordenó entregarle la mitad de su
sueldo, mientras que en el caso de la viuda de Custodio García Rovira,
Santander le dio dos pesos, ganándose $20.000 al mes.
¿Cómo así
que, mientras tantos colombianos le ponen velas en el altar a Santander,
aparece Víctor Paz y les dice que su héroe es un tal por cual?
No es
ningún intento de lastimar la susceptibilidad de este departamento tan
hermoso (Cauca), pero simplemente he esclarecido verdades que son
totalmente demostrables con documentos y soportadas en una rigurosa
investigación histórica. Yo podría tener talento para todo menos para la
calumnia. Lo que he contado, es decir, el desnudamiento que hago de
Santander para dejarlo en su auténtico significado humano, es verdadero.
Me encantaría, por ejemplo, que alguien me dijera dónde he mentido o
dónde hay un leve rumor de calumnia sobre lo que he dicho de Santander.
Esa verdad histórica ha sido suplantada por necesidades políticas,
inclusive partidistas, y por un cierto culto a una hipocresía histórica
que se ha querido mantener y alimentar a través de visiones
falsificantes y falsificadoras de la historia.
¿No teme
que historiadores, miembros de las academias y los propios apologistas
de Santander lo manden al séptimo de los infiernos?¡No! Yo
creo que ellos ya me han mandado. A eso no le temo porque el infierno es
un lugar muy grato. Lo que debe ser muy triste es el limbo de mentiras
en donde vive una historia que se ha refugiado en las academias para
contarnos una serie de falsedades sucesivas que no soportan ni resisten
análisis histórico ni crítica histórica verdadera.
¿Cuándo superará Colombia esa disputa entre los seguidores de Bolívar y los de Santander?
Pues
cuando aceptemos que la sinceridad y la transparencia es la diosa
tutelar que protege la verdad en la historia. Es decir, cuando
evidentemente hagamos el balance objetivo, crítico y comprensivo de lo
que es nuestro pasado. La historia está demostrando que el que predomina
como un referente iluminante de los procesos de la historia
contemporánea ha sido y sigue siendo Simón Bolívar, y lo que prescribe o
lo que tergiversa nuestro pretérito es la presencia y el culto falso y
acrítico a la figura de Francisco de Paula Santander, que es una crítica
a las formas imitativas, a la incapacidad de construir una identidad
cultural y política que dignifique realmente nuestro tránsito azaroso y
tormentoso por la historia.
Usted lo llama “El abominable Hombre de las Leyes”. ¿Cuál es, en su concepto, la peor herencia que nos dejó este “rufián”?
Entre
otras, aun cuando no es exclusivamente de él porque parece una
fatalidad de la condición humana, convertir al Estado en un instrumento
de la prebenda, del privilegio, de la falsedad, del predominio de los
intereses particulares sobre los intereses colectivos. Santander fue un
usufructuario descarado de lo que da el poder como fuente de privilegio,
para enriquecerse, para hacer trampa, para decir y predicar que se
respeta la ley cuando de hecho en miles de actuaciones se está
trasgrediendo y envileciendo el poder orientador que puede tener la ley.
¿Se le va la mano cuando afirma que Santander era “una especie de cucaracha en éxtasis”?
Es
una metáfora, seguramente no muy afortunada, pero que traduce mi
antipatía visceral por este sujeto que es un héroe de barro, un héroe de
pacotilla, un héroe de mentiras, acomodaticiamente fabricado para
defender intereses ocultos de una cierta clase política que ha
usufructuado como lo hizo Santander, que fue su pionero, de la
corrupción y de convertir al Estado no en la conciencia ética sino en la
conciencia corrupta de la historia.
¿Su libro de Bolívar es una mitificación del Libertador?
En
el sentido estricto, diría que no. Es una exploración de la dimensión
existencial y del mundo interior de Bolívar. Como, insisto, siempre
respeto los contextos históricos, todo lo que afirmo de la realidad
externa en la que actúa y hace presencia Simón Bolívar es rigurosamente
investigado y soportado. Si hay algún elemento de ficción y si hay
alguna mitificación es en la exploración de ese mundo interior, que es
realmente la ficción literaria que hago con el personaje. Pero no es
arbitraria esa ficción, porque Bolívar es un hombre que respira grandeza
en muchos gestos de su vida personal y de su vida íntima.
¿Qué debilidad admite en Simón Bolívar?
Seguramente
muchas. Por ejemplo, Bolívar era un ser vanidoso sin duda alguna, un
buscador casi compulsivo de gloria; claro que la gloria en él adquiere
dimensión y cristalización política. Bolívar fue un hombre arrogante.
Pero no sé en últimas si esas son potencialidades de su propia
personalidad compleja, profunda, alucinantemente inteligente. Desde el
punto de vista de esa moral un poco mezquina de la ética personal, esas
arrogancias pueden parecer como defectos y es posible que lo sean. Nadie
está buscando un ser perfecto. Bolívar es precisamente un hombre que
hizo de su contradicción, de su desgarramiento y de sus confusiones un
intento de vivir siempre con autenticidad y, sobre todo, con intensidad.
Se
dice que detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer, y
detrás de Bolívar estuvo Manuelita Sáenz, pero usted manifiesta que
“Manuelita era un Bolívar con tetas” y que ella “se daba el lujo de
ponerle ‘cuernos’ al Libertador”.
Entre otras cosas eso de decir
que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, es una visión un poco
marginalizante y peyorativa de la mujer. No, la mujer no está detrás,
está al frente y al lado. Yo diría que al lado de un gran hombre, por lo
general y como debería ser, hay una gran mujer.
¿Por dónde recomienda empezar a leer su obra?
Por
el final, para que se den cuenta de si es mala y no la lean. Parece un
chiste, pero es cierto; muchas obras que leo las empiezo por el final
porque creo que el final es como el orgasmo, el éxtasis de la obra
literaria, donde estalla, cristaliza y se esencializa lo que se ha
querido decir a través de muchas páginas. Los finales deben tener
grandeza cuando son grandes, o pequeñez cuando son pequeños.
¿Y
por eso es que aclara que trata de hacer historia y literatura que sea
amena y gratificante, no un “ladrillo” que pocos comprendan?
La
literatura tiene que ser un deleite gratificante para el espíritu. Uno
escribe para generar lo que decía (Charles) Baudelaire, esa magia
sugestiva y sugerente que es la verdadera poesía. Se escribe para
configurar las ceremonias de deleite para el espíritu. La literatura
tiene que ser emocionante, gratificante, deleitosa, de resto no creo que
sea literatura. Por eso no escribo historia en ese sentido un poco
acartonado y esterilizante de creer que la historia es el flujo y la
expresión de nada más que categorías abstractas. No, la historia por
definición es el escenario donde el hombre cristaliza su existencia, por
eso la historia es caótica, como todos los seres humanos.
La antipatía entre Bolívar y Santander
En sus sueños, Santander y Bolívar se retan a duelo y se dan espada?
(Sonríe)
Sí, creo que había una antipatía profunda entre ellos dos, que eran
como el agua y el aceite, que se repelían por la propia configuración
emocional de cada uno, sólo que las circunstancias políticas, en las que
la hipocresía cumple un papel destacado, los obligaron a trabajar en
conjunto, pero en las miras de ambos la separación era radical.
¿Cómo define a Santander?
Si
algún talento tuvo Santander era imitar, repetir como un memorialista
fanático una cantidad de casuística y de incisos. Santander fue un
preñado por el inciso, pero totalmente alejado de la realidad.
¿Bolívar era culto o mosquetero?
No
era un intelectual, pero sí un hombre culto que seguía con una
minuciosa e incisiva mirada el movimiento intelectual de su época; pero
muy lejos de ser un intelectual en ese sentido de la cultura occidental.
Bolívar era un hombre de una inteligencia penetrante, afilada, irónica.
Bolívar: “Un hombre que se ganó la eternidad”
La
novela ‘La carroza de Bolívar’, de Evelio Rosero, le cae a usted como
“pedrada en ojo tuerto” por la forma como dibuja a Bolívar?
No.
Respeto el trabajo literario de Evelio. La primera parte sobre el
Carnaval de Pasto, que es literaria, es atractiva y sugerente. Pero en
el tema histórico él repite un panfleto terriblemente mal escrito del
pastuso (José Rafael) Sañudo, que es una diatriba con un odio histórico,
que tiene razón de ser en algunos casos porque Bolívar ejerció la
crueldad sobre Pasto. Digo un chiste un poco perverso: si a los pastusos
les quitan el odio contra Simón Bolívar, quedan vacíos.
¿Cómo define usted a Simón Bolívar?
Un
ser de una gran complejidad y una capacidad casi insólita de vivir su
vida con autenticidad, sinceridad y desgarramiento. Fue intenso, más que
extenso. Un hombre que se ganó la eternidad por la clase de ser humano
que fue. Bolívar es un hombre de quilates, complejo; me abisman su
profundidad y su capacidad de haber sido.