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Colombia: Falsa Democracia

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Falsa democracia

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[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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A las puertas de la mitología


Alguna vez le pregunté a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena parte de la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y sólo él y unos pocos siguieron siendo sus amigos.


Gabo no respondió con una teoría sino con algo más visceral: “Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre una cuestión caribe”. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores.


Los gobiernos de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa isla de Cuba si ésta no hubiera sido siempre tan irreductible en su rebeldía y tan firme en su resistencia.


Ya en Martí estaba todo lo que haría de Cuba un país tan celoso de su independencia. García Márquez, que conoce las felonías del “buen vecino” porque desde niño supo de la masacre de las bananeras en la plaza de Ciénaga, comprendió que era vital mantener a raya el afán hegemonista de aquel país que respeta tanto la ley dentro de sus fronteras y la ignora tanto fuera de ellas.


La de América Latina ha sido la historia de esa saludable tensión ante los poderes del norte. Hace poco visité en el norte de México, en Ciudad Juárez, el Museo de la Revolución. Nada me impresionó tanto, más incluso que el cráneo de vaca sobre una mesa bajo la fogosa luz del desierto, que una fotografía donde la sociedad de El Paso, Texas, caballeros con sombrero de copa y damas floridas con trajes ensanchados por miriñaques, presenciaba desde la orilla del río Grande, como en picnic, la lucha al otro lado de la frontera, donde hombres de grandes sombreros y dobles pistolas se alzaban contra la dictadura. La viva imagen de una sociedad del bienestar que se entretiene con el espectáculo de tragedias ajenas, esperando el momento de entrar en acción para beneficiarse de los resultados.
La mejor manera de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles, y no llamarse a engaños sobre ellos. Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva elemental, inmigrantes, gobiernos que se sometan y firmen sin demasiadas condiciones los contratos. Y aquí nadie los ama tanto como los que se benefician de esos contratos.
Muchos medios del continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de Estados Unidos en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y más recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas son elecciones siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los Estados Unidos sino de los abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad.


Uno de esos grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano. Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para ello ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor de los pueblos siempre postergados, tarde o temprano fructifica en sociedades más reconciliadas consigo mismas.


Un amigo me decía hace poco que un hombre que se hace reelegir tres veces es enemigo de la libertad. No comparto esa idea restringida de la democracia. La reina Isabel de Inglaterra, que no fue elegida por nadie, lleva sesenta años, es decir, para nosotros, toda la historia universal, como soberana de su tierra, y no veo a nadie protestando contra ese abuso. En Colombia llevamos doscientos años reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco peor. Pero el problema no son los hombres sino las ideas que gobiernan, y a Colombia la gobiernan las mismas ideas desde las lunas del siglo XIX, y la consecuencia catastrófica se ve por todas partes.


Si fuera necesario convocar a nuevas elecciones, lo más probable es que las mayorías chavistas sean más grandes aún que en las elecciones pasadas, que ya se celebraron sin su presencia.


Y tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología, a la novelesca mitología latinoamericana, de la que forman parte por igual María Lionza y José Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva Perón, Martín Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida Kahlo y Pablo Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano Zapata, Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo y Aureliano Buendía.


Una mitología de la que hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez.

¡Qué inseguridad, querido!


Sombrero de mago


Por: Reinaldo Spitaletta
Reinaldo Spitaletta

“Este es un país más seguro”. ¿En qué, por ejemplo? ¿Tiene seguridad alimentaria? ¿La seguridad social es suficiente y alcanza al pueblo? Inclusive, si se hablara de los que especulan con el capital, ¿ha tenido una bolsa segura? Ah, y si de otras seguridades se tratara, ¿en qué ha disminuido el narcotráfico? ¿Acaso ya no hay mafias en Colombia? Decían, desde el gobierno pasado, que había desaparecido el paramilitarismo, ¿será verdad tanta belleza?


 Algún rancio burgués recitaba en otros tiempos que la economía iba muy bien, pero el país, muy mal. No sé si al decir “país”, que es un término bien abstracto y manoseado, se refería a la gente común y corriente, aquella que es víctima de la economía. El caso es que hoy, cuando el presidente Santos, ha recibido al 2013 con frases como “el país es más seguro que a la misma fecha del año pasado”, queda en el ambiente la misma duda: ¿a qué país se refiere?

Y en este punto pueden comenzar las especulaciones: Tal vez el presidente se refería a la seguridad que tiene él, con sus escoltas, su perfumería, sus camisas finas. O a la seguridad que tienen aquí las transnacionales, algunas de las cuales, en otros días, financiaban el paramilitarismo. O a lo mejor era un chiste de año nuevo, tiempo en que todo se permite, hasta que un presidente diga que hoy el país es más seguro. La demagogia todo lo puede.
Tal vez hayan disminuido los “falsos positivos”, que eran evidencia aterradora de un Estado bárbaro y criminal precisamente cuando el presidente era ministro de Defensa. Quizá se pueda decir que es un país más seguro porque ya las bandas delincuenciales asesinan sin hacer tanto ruido. Han sofisticado sus métodos, como en viejas películas de espionaje. No sé hasta qué punto, por ejemplo, los familiares de los diez campesinos masacrados el año pasado en Santa Rosa de Osos, puedan afirmar que gozaban de seguridad. Quién sabe si la gente de Cali, precisamente la ciudad donde el mandatario hizo su declaración, pueda confirmar el aserto santista.
Las estadísticas advierten que Cali es la ciudad de más alta criminalidad en Colombia, seguida por Medellín y Bogotá. Es posible que ahora deje de serlo con los mil efectivos con los que aumentaron el personal de su policía metropolitana. Aunque, se ha dicho en otras esferas, la seguridad debe ir más allá del pie de fuerza.
Si bien puede haber más seguridad para las multinacionales, a las que se les rebajan los impuestos al tiempo que se vapulea con ellos a la clase media, qué tanta tranquilidad ha tenido el “ciudadano de a pie”. Qué pueden decir al respecto los cartageneros, cuya histórica ciudad se ha trocado en una de las más peligrosas del país. O en asuntos similares qué dirán los habitantes de la comuna 8 de Medellín, que tiene sectores donde ni siquiera los policías se atreven a patrullar. Qué opinarán sobre el tema turistas del parque Arví, víctimas de hampones que los despojan de cámaras y dinero.
Un ciudadano habita en el reino de la seguridad cuando tiene empleo digno, cuando no es humillado en instituciones de salud, cuando puede acceder a la educación y la cultura. Un ciudadano está seguro cuando no es víctima de las extorsiones, de las amenazas de combos armados, de los secuestros. No sé que puedan decir de la pomposa declaración presidencial, los “chaceros” del centro de Medellín, vacunados por mafias y todo tipo de bandolas. O los chicos de ciertas barriadas, impedidos en su movilidad porque existen las aberrantes “fronteras invisibles”.
La seguridad debe estar fundamentada en la equidad social. Y, como se sabe, Colombia no es exactamente un modelo en tal rubro. Igual, debe estar basada en la preservación de los recursos públicos. Sin embargo, el saqueo de los mismos es ya parte de la vida nacional. Una costumbre. Así como se tornó costumbre que cada presidente colombiano, desde los tiempos de Núñez, para no ir más atrás, diga con voz de payaso que habitamos un país más seguro.
  • Reinaldo Spitaletta | Elespectador.com

 

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