En la izquierda nuestra hay cuestiones
que permiten separar el grano de la paja en lo que a las actitudes
morales se refiere. Cuba tiene esa capacidad. Su Revolución y como nos
relacionamos con ella hace caer muchas máscaras entre los que prefieren
la actitud “progre” de lo políticamente correcto a la defensa del
básico antiimperialismo.
Hoy, la mayor de las Antillas
comparte con Venezuela y los países del ALBA esa función tamizadora.
Afortunadamente cada día está menos sola y parece que va ganando la
batalla contra la inquina del mayor Imperio global conocido.
Con
las nuevas guerras pasa lo mismo, asistimos a la fragmentación de la
izquierda mundial con gravísimas diferencias. Una parte de la gente de
izquierda, mucha buena gente, ha sucumbido al aplauso de las operaciones
de cambio de gobierno desarrolladas por actores imperiales y
neocoloniales utilizando y parasitando las legítimas aspiraciones de
pueblos enteros.
Como se demostró en la agresión que destruyó
la República Federal de Yugoslavia, no se pueden avalar intervenciones
brutales que se enmascaran en la supuesta defensa de los Derechos
Humanos por parte de los que no los cumplen jamás y cuyos pretextos, no
pocas veces, son fabricados en operaciones de bandera falsa.
Apoyar
aunque sea tácitamente el llamado “deber de injerencia” es no darse
cuenta de que se está ayudando a romper la arquitectura básica emanada
de los procesos descolonizadores, esa que dio carta de naturaleza al
derecho de no intervención en los asuntos internos de los estados
soberanos.
Hace 10 años estaba claro, la izquierda al unísono
y un importante número de la población mundial nos manifestamos contra
la agresión a Irak. No, no defendíamos a Sadam, el antiguo títere que se
usó como ariete contra Irán, ese que hacía escala en Arabia Saudí para
bombardear, ese que utilizaba la tortura y la persecución,… NO, ninguno
lo defendíamos.
Estábamos contra el desmantelamiento de lo
que quedaba de ese estado laico nacido del panarabismo socialista que se
alzó contra el colonialismo en toda la región. Nos manifestábamos
contra la destrucción de la sanidad pública, contra la privatización de
la industria del petroleo, contra los bombardeos que sabíamos serían la
puntilla de un embargo que había matado a cientos de miles de niñas y
niños iraquís.
Por eso no entiendo la comprensión de parte de
la izquierda ante el uso de las milicias integristas de la versión más
reaccionaria del islam, el de las satrapías saudís y qatarís. A pesar de
Gadafi, a pesar de Assad.
¿Dónde están ahora los que pedían
una intervención en Libia? Los que espolearon y dieron pátina de
moralidad a los bombardeos de antiguas potencias europeas con sueño de
renovada grandeur, esos cínicos gobernantes occidentales que lanzaban a
unos jóvenes contra otros como carne barata para el asador estratégico.
Ya
no oígo hablar de Libia, ni de su desastre, ni de la vuelta al
tribalismo, a la persecución, a los reinos de taifas en lo que antes era
un estado laico, sí, gobernado como un cortijo, pero mejor que el caos
de ahora donde siguen las torturas, las ejecuciones, los bombardeos con
armas químicas, …
Es lo mismo que pasó en Irak tras la
invasión. Yo lo vi con mis propios ojos, en 2004, en 2005 y en 2008. Vi
una sociedad destruida, con dificultades en el acceso al agua potable,
con cortes en la luz eléctrica, con mafias, con delincuencia, con trata
de blancas, vi la vuelta de enfermedades erradicadas como el cólera.
Escuché lo que me decían muchos iraquís: que los invasores habían hecho
bueno a Sadam, que cualquier cosa era mejor que ese amenaza
estadounidense, hoy cumplida, de hacer retroceder al país cientos de
años.
En estos meses contemplo Siria con horror. Rastreo en
las “informaciones” convertidas en propaganda. En nuestro lado, en
nuestra prensa, esa que está de parte de los llamados rebeldes, que
“informa” basándose en fuentes que están en Londres y que no son
verificables. Del otro lado, busco a Sana, RT o TeleSur. Intento
desgranar la realidad que se nos escapa en medio de tantas operaciones
psicológicas que son propias de cualquier guerra.
Trato de
ver los vídeos del denominado Ejército Libre Sirio y me espeluzno. Es su
propio material y no dejo de ver a salafistas y a gentes del takfir.
Los aspirantes al califato islámico, perfectos peones usados para
desestabilizar. A veces veo también gente que parece estar luchando de
buena fe, pero son los menos y la verdad, no percibo que tengan el peso
protagónico.
También veo vídeos del Ejército Árabe Sirio,
imágenes que se me hurtan en la inmensa mayoría de los informativos. Veo
las miserias bélicas, pero también soldados de extracción popular
combatiendo calle a calle y como son recibidos por miles en barrios de
diferentes ciudades. Y otra vez me digo, no es tan fácil.
Lo
que me sorprende es la inopia de algunos que parecen no ver la mano
negra del Golfo, de Turquía, de Francia,… en su batalla contra Irán y
contra la resistencia libanesa o en la pretensión de cortar la salida al
mar Mediterráneo de Rusia. Todo, intereses geopolíticos que
sustituyeron hace tiempo cualquier aspiración popular.
Y
tiemblo, no por Assad, no por su cortijo de mierda, sino por el estado
árabe laico donde conviven distintas etnias y religiones, mal que bien,
pero conviven. Y me viene otra vez a la cabeza Irak, su desastre, la
división confesional y sectaria de un tablero desmembrado y
desestabilizado, como le gustaba al Imperio Británico, como le gusta a
sus herederos.
Por eso, no contéis conmigo. No quiero formar
parte de la coartada supuestamente humanitaria de las grandes potencias
para decidir quien es el malvado de turno, ni ser parte de esa izquierda
que tolera las nuevas formas de intervención del imperialismo, del
viejo colonialismo de siempre.