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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

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Falsa democracia

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[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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La muerte de un revolucionario de Nuestra América




"La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida."
José Martí


El martes 5 de marzo de 2013 quedará en la historia de este continente como el día en que falleció el comandante Hugo Chávez Frías, presidente constitucional de Venezuela, un revolucionario a carta cabal de nuestra América, cuya imagen, ideal, y proyecto ya forman parte de la legendaria constelación de luchadores antiimperialistas y anticapitalistas de este lado del planeta.

En esta hora de profundo dolor para los luchadores del mundo, es necesario recordar el carácter revolucionario de la vida y obra de este líder de Venezuela, con independencia de las incertidumbres políticas que el futuro inmediato le depare a ese país y a toda Latinoamérica, por la temprana desaparición física de este notable personaje.

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Sin pretender ser exhaustivo en momentos en que la tristeza nubla el pensamiento, basta mencionar algunos de sus aportes revolucionarios. Para empezar, la figura y proyecto de Hugo Chávez emergieron cuando el neoliberalismo –es decir, el capitalismo realmente existente- se pavoneaba orondo por nuestra América y por el mundo, sin desafíos ni obstáculos a la vista, enceguecido por las falacias del “fin de la historia” y el “choque de civilizaciones”, propagadas por el imperialismo estadounidense y sus súbditos locales. Este neoliberalismo venía acompañado de la retórica de la globalización, como una supuesta realidad irreversible ante la que nada se podía hacer y a la que debían someterse los países, lo que significaba en la práctica aceptar el dominio de las Empresas Transnacionales y soportar como algo normal el saqueo de los recursos naturales.

Eran los momentos de borrachera, euforia y esplendor del “nuevo orden mundial”, que había sido proclamado por George Bush padre luego de la Primera Guerra del Golfo (1990-1991) y la disolución de la Unión Soviética (1991) y que había conducido en Estados Unidos al apogeo de la “nueva economía” durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001), y a suponer que esa efímera prosperidad especulativa, basada en la burbuja punto.com, iba a ser eterna.

Pues bien, para el imperialismo esa borrachera se convirtió en una amarga resaca cuando en Venezuela se empezaron a producir notables cambios a partir de 1998, año en el que Hugo Chávez ganó las elecciones y convocó a una Asamblea Constituyente que puso fin al dominio bipartidista del punto fijismo y cuestionó el modelo neoliberal que había hundido en la miseria a la mayor parte de los venezolanos. El primer aporte revolucionario de Hugo Chávez estriba, entonces, en haber nadado contra la corriente, en instantes en que nadie se atrevía a hacerlo, y todos aceptaban como evidente al fundamentalismo de mercado, la globalización y el Consenso de Washington. Cuestionar el neoliberalismo y embarcarse en un proyecto diferente, visto en perspectiva histórica, se convirtió en un hecho revolucionario porque rompió aguas en medio de la aceptación sumisa del orden existente. Eso supuso en la práctica que desde Venezuela se impulsaran propuestas encaminadas, por ejemplo, a rediseñar a la Organización de Países Exportadores del Petróleo (OPEP), lo que conllevó la recuperación del precio del crudo para los países petroleros, algo que hasta ese momento se consideraba como herético, porque supuestamente los precios de las materias primas no podrían subir porque así lo determinada el “mercado”.

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En segundo lugar, y acompañando a lo anterior, el discurso y la práctica de Hugo Chávez asumieron una postura antiimperialista, porque rápidamente se evidenció que Estados Unidos – en concordancia con su vocación histórica de considerar a nuestro continente como su “patio trasero”- no tolera ninguna política nacionalista, soberana e independiente y está dispuesto a hacer todo lo que sea para liquidar a los líderes y gobiernos que se atrevan a cuestionar su hegemonía. Y, efectivamente, en la medida en que el proyecto bolivariano en Venezuela planteaba una recuperación de la soberanía nacional y energética y proponía políticas redistributivas de tipo interno, inmediatamente los intereses coaligados de las clases dominantes locales y los de Estados Unidos entraron a operar para impedir la consolidación de ese proyecto, como se ha evidenciado durante estos 15 años, pero cuyos hechos más evidentes fueron el fallido golpe de Estado de 2002 y el paro petrolero de PDVSA entre finales del mismo año y comienzos del 2003.

El antiimperialismo de Chávez se manifestó en los más diversos escenarios, en donde, a diferencia de todos los cipayos proestadounidenses (como los de la Unión Europea o de América Latina), habló claro y llamó al pan, pan y al vino, vino. Fue de los pocos que en mundo se atrevió a criticar los crímenes imperialistas en Irak y Afganistán, así como las acciones genocidas de Israel contra los palestinos o contra el Líbano, un hecho notable en medio de la aceptación de esos crímenes por parte de la mayor parte de los gobiernos de Latinoamérica. Pero lo más significativo, en cuanto a logros, de esta lucha antiimperialista se manifestó en el entierro del proyecto imperial del ALCA, que feneció en el 2004 en las tierras de Argentina, y que no pudo ser impuesto al continente en la forma original cómo había sido concebido por los Estados Unidos, que buscaba tener un mercado abierto y a su disposición para sus inversiones, que cubriera desde el norte de México hasta la Patagonia. El hundimiento del ALCA está directamente relacionado con la decisiva actuación de Hugo Chávez, quien se encargó no sólo de denunciarlo, sino en proponer otras formas de integración para el continente.

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Justamente, este es un tercer aporte revolucionario de Hugo Chávez, porque recuperó el legado integracionista de Simón Bolívar, José Martí, José Artigas, César Augusto Sandino y otros luchadores de nuestra América. Esos proyectos de integración, que antes eran simples ideas, han empezado a convertirse en realidad (como el ALBA y MERCOSUR), gracias a la decisiva participación del gobierno bolivariano de Venezuela y a su propósito de buscar otros caminos diferentes a la falsa integración neoliberal hegemonizada por los Estados Unidos. Por supuesto, esto se basó en la actualización del ideal bolivariano de una patria grande, en la cual los pueblos se ayuden mutuamente, algo que Chávez hizo efectivo con el establecimiento de mecanismos comerciales solidarios, como los que efectuó con Cuba y con otros países del Caribe. Se podrá decir que esa integración está en pañales y que no ha avanzado tanto como debía, pero ese hecho cierto no puede ignorar que en el continente latinoamericano se volvió a hablar de un tema tabú para las clases dominantes de cada país, como es el de la integración más allá de los Estados Unidos y sin los Estados Unidos.

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En cuarto lugar, Chávez volvió a poner sobre el tapete de discusión y reflexión el horizonte del socialismo, porque se atrevió a plantear, contra las corrientes dominantes incluso en el seno de una izquierda timorata y plegada al capitalismo, que era necesario construir otra tipo de sociedad, diferente a la hoy imperante a nivel mundial. A ese proyecto él lo denominó el “socialismo del siglo XXI”, con lo cual rescató una palabra que había sido olvidada en el mundo tras el colapso de la URSS a comienzos de la década de 1990 y cuando se pensaba que ese asunto había desaparecido de cualquier agenda política, ante lo que se consideraba como un irreversible triunfo del capitalismo.

Aunque se aduzca que ni en Venezuela ni en otros países de la región se ha avanzado en la construcción de tal socialismo, no puede desconocerse la importancia de volver a preguntarse, cómo lo hizo el fallecido presidente venezolano, si el capitalismo es eterno, e inmodificable y si las luchas que contra él se emprendan no pueden bosquejar otro tipo de sociedad. Esto hace parte del abc de cualquier programa revolucionario anticapitalista desde el siglo XIX, que se creía sepultado, pero que en Venezuela fue recuperado y nuevamente aparece en el imaginario de importantes luchadores y pensadores anticapitalistas de América y el mundo. A raíz de esta recuperación conceptual de tipo político, sectores de la izquierda volvieron a hablar en voz alta y sin temores de la necesidad de construir otro orden, que vaya más allá del capitalismo, que aprenda de las experiencias negativas del siglo XX, sin abjurar del carácter igualitario y democrático de un proyecto anticapitalista.

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En quinto lugar, socialismo quiere decir en sentido profundo luchar por la igualdad –que no es sinónimo de homogenización y erradicación de las diferencias-, una palabra que casi había desaparecido de la conceptualización política e incluso del léxico corriente, y que fue sustituida por un vocablo que ha sido intoxicado por el neoliberalismo –vía Banco Mundial- como es el de equidad. Este término, en esta lógica mercantil, no tiene nada que ver con la igualdad, sino que es el reconocimiento de las desigualdades como algo natural, a nombre de lo cual se afirma que se deben proporcionar iguales oportunidades en la competencia –entre un gerente de una multinacional y un trabajador asalariado, por señalar un caso, para que ambos compitan en las mismas condiciones por ocupar un lugar en la clase ejecutiva de un avión transcontinental. Como encarnación de un proyecto socialista, Chávez enfrentó la desigualdad en Venezuela, con resultados positivos en cuanto a la disminución de la pobreza en ese país, por haber permitido el acceso a la educación, a la salud, a la recreación y a la cultura a importantes sectores de la población, antes excluidos de todos esos derechos.

Con sus políticas redistributivas, Chávez volvió a evidenciar la importancia del Estado como un actor fundamental de la sociedad, lo que llevó a impulsar el gasto público en dirección de las mayorías sociales, en momentos en que, los países europeos, en donde tanto se presumía de haber construido sociedades de bienestar más o menos igualitarias, asumen a fondo el proyecto neoliberal y aumentan las desigualdades, al tiempo que privatizan la salud y la educación.

La lucha por la igualdad ha llevado a que en Venezuela importantes sectores de la población, hasta no hace mucho tiempo subyugados por su condición de clase y de “raza”, hayan adquirido conciencia de sus derechos, de su fuerza colectiva y de su poder de decisión, ya que fueron los soportes esenciales de los 14 triunfos electorales de Hugo Chávez, y quienes impidieron que se consolidara el golpe de Estado de abril del 2002. De ahí el gran carisma y ascendiente de Chávez entre esos sectores ninguneados y olvidados por el capitalismo periférico venezolano, que en los últimos años –desde el caracazo de 1989- han emergido como el sujeto social más importante de la historia contemporánea de ese país. Y de ahí también el odio visceral que contra ellos manifiestan las clases dominantes y las clases medias de Venezuela y del resto del mundo, porque finalmente lo que no se acepta y se desprecia es que los pobres, los zambos, los afros, los indígenas, las mujeres pobres tengan derechos y se proclamen como iguales a los “blancos” proimperialistas.

Este mismo hecho explica esa gran oleada internacional de racismo desplegada contra el comandante Hugo Chávez en la autodenominada “prensa libre” del mundo, en la que se incluyen la radio, la televisión y los medios impresos, que en los últimos 15 años han batido todos los records de sevicia desinformativa, de mentiras y embustes, cuando de hablar de Venezuela y de su presidente se trata. Esta campaña forma parte ya de la historia universal de la infamia, en la que sicarios y criminales, con micrófono y con procesador de palabras, han recurrido a todas las mentiras para enlodar la vida de Chávez y para calificarlo como “dictador”, “tirano” y otros epítetos entre los que aparecen denominaciones racistas, que no vamos a recordar acá por su bajeza moral.

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Hugo Chávez fue un personaje notable en la política venezolana y latinoamericana por su carisma, su influjo popular, su capacidad discursiva, su vivacidad, su ingenio, su inventiva, sus dotes histriónicas, pero, sobre todo, por actuar como un educador y pedagogo práctico. Este es otro de sus aportes revolucionarios, que ya se evidencio desde cuando participó en un fallido golpe de Estado contra el régimen neoliberal de Carlos Andrés Pérez en 1992, porque las palabras pronunciadas en el momento de rendirse tuvieron gran impacto en la población, y lo dieron a conocer ante Venezuela y el mundo. De ese momento en adelante, las miles de reuniones, asambleas, charlas y conferencias en las que participó se convirtieron en eventos de tipo educativo, que le confirieron un carácter revolucionario a su acción y a su palabra, esto es, fueron dardos contundentes contra las evidencias establecidas como verdades incuestionables sobre el capitalismo, el neoliberalismo y la globalización.

Para entender este asunto, es bueno recordar que los políticos contemporáneos se desempeñan cual si fueran muñecos amaestrados, como los presentadores de televisión, que se limitan a repetir siempre el mismo discurso, frío, aburrido, sin alma y sin vida, sin abandonar el guion preestablecido y entonando siempre su insoportable jerga neoliberal. Chávez rompió con todo eso al emplear un lenguaje simple, descomplicado, directo, sin usar eufemismos y atreviéndose a llamar a los criminales por su nombre (como hizo con Georges Bush en la ONU o con un ex presidente colombiano al que calificó, como lo que es, de mafioso), porque se basaba en la máxima atribuida a José Gervasio Artigas, y que le gustaba citar, “con la verdad ni ofendo ni temo”.

Pero hay otro aporte revolucionario de Hugo Chávez en sus alocuciones y conferencias, la reivindicación de la lectura. Esto es importante recordarlo en un momento en que nadie lee nada, empezando por los presidentes y funcionarios gubernamentales – o acaso alguien con dos dedos de frente cree seriamente que alguna vez han leído un libro personajes tan “cultos” como Carlos Menen, Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos, José María Aznar, Juan Carlos de Borbón, George Bush o Mariano Rajoy-. En las charlas y encuentros que realizaba Chávez solía citar y aludir a autores diversos de la tradición socialista y revolucionaria de nuestra América y el mundo, y valga recordar sus menciones a Eduardo Galeano, Itsván Mészaros, León Trostky, Noam Chomsky, entre algunos. Y al mismo tiempo que en sus charlas mencionaba libros y autores también anunciaba la necesidad de difundirlos, cosa que efectivamente se hizo porque en Venezuela se han editado millones de ejemplares a bajos precios de clásicos del pensamiento revolucionario universal.

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Sin agotar el asunto en esta nota, tales son algunos de los principales aportes revolucionarios de Hugo Chávez, cuya figura y realizaciones ya forman parte de la historia del continente y, sobre todo, de la historia de los olvidados y de los vencidos. Chávez, como lo proclamaba sabiamente José Martí, fue un hombre de su tiempo y de todos los tiempos, porque supo encarnar en el momento adecuado un proyecto antineoliberal y antiimperialista para enfrentar lo que se concebía como inatacable en su país y en continente. Él supo entender las necesidades más sentidas del pueblo venezolano, empobrecido y humillado por el capitalismo neoliberal, y en ese esfuerzo por afrontar la miseria que ese sistema genera ha hecho aportes reales al ideario anticapitalista del mundo. Como alguna vez lo dijo Jorge Plejanov al analizar el papel del individuo en la historia: "Un gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales impriman una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le convierten en el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades sociales de su época". Y eso se aplica a cabalidad al caso de Chávez, que ha servido a las necesidades sociales no sólo del pueblo venezolano sino de los pueblos de todo el continente.

Por supuesto, Chávez fue, como todos nosotros, un ser humano de carne y hueso, con sus propias contradicciones y limitaciones, tanto en sus formulaciones como en sus realizaciones prácticas. Es elemental que los revolucionarios son seres humanos y no dioses, en razón de lo cual aciertan y se equivocan, pero justamente son revolucionarios, porque mayores son sus aciertos que sus errores, porque están convencidos de la importancia de luchar contra el orden establecido a cambio de lo cual lo dan todo, hasta la vida misma, y porque con su lucha dejan un destello de ejemplo y dignidad, que los engrandece ante sus contemporáneos y sirve de legado a otras generaciones. Chávez ha sido un formidable revolucionario –un vocablo que no tiene nada que ver con las capillas de iluminados de todas las sectas de izquierda- que ha hecho más aportes reales a la lucha por otra sociedad que cientos de doctrinarios puristas, que tanto hoy como ayer lo han calificado como “populista”, “caudillo” o cosas por el estilo.

Y su carácter de revolucionario queda evidenciado en estos momentos si nos fijamos en quienes lo lloran y quienes se alegran por su muerte. Lo lloran los pobres de su país y muchos pobres de otros lugares del mundo. Lo lloran quienes entienden lo que significa la pérdida de un valioso líder de la izquierda internacional. Lo lloran los que en Venezuela y otros países han sentido lo que significa la solidaridad, en instantes en que se ha impuesto como si fuera parte de la naturaleza humana el egoísmo e individualismo neoliberal. Estos son los que nos importan, mientras las bestias carroñeras de la muerte (encabezados por el Partido Republicano de los Estados Unidos) se relamen de felicidad por la muerte de un peligroso enemigo, como lo expresan sin aspavientos a través de sus pornográficos medios de incomunicación, llámense El País, Clarín, El Tiempo, CNN, Caracol, RCN o como sea.

Chávez ya es un patrimonio de los revolucionarios del mundo y su nombre permanecerá en la memoria no solamente del pueblo venezolano sino de los pueblos de nuestra América y esto debe enorgullecer a los revolucionarios, por dolorosa y dura que sea su partida, y por los difíciles e inciertas que sean las luchas que se avecinan. Mientras tanto, todos sus detractores y sus enemigos del capitalismo y del imperialismo, entre esos muchos pigmeos morales e insignificantes individuos que se desempeñan como presidentes de muchos países –representantes incondicionales de los explotadores y de las clases dominantes- no quedaran siquiera en el basurero de la historia y más rápido de lo previsto serán olvidados.

Porque como dijo con intensidad César Vallejo en su vibrante poema Masa, que parafraseamos: “No mueras comandante, te queremos tanto”, y cuyo bello texto es una alegoría de la manera como la memoria del revolucionario Hugo Chávez permanecerá en nuestra América: 

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:

“No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: “Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporase lentamente

abrazó al primer hombre; echóse a andar...


(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia.  Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.

El Club de los Sin Camisa: Chávez y el Socialismo (I parte)


... trescientos años de calma, ¿no bastan?”

Simón Bolívar.  3 de Julio de 1811



Por Nelson Escobar.

El terminal de pasajeros de Acarigua, estado Portuguesa, Venezuela. era el sitio donde nos reuniría el diputado Enzo Cavallo; allí lo esperaríamos el Diputado Silvio Mora, Willy Jiménez de la Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela (JPSUV) y mi persona, así lo hicimos.  En definitiva era una fecha que no se nos olvidará jamás, este día en horas de la tarde, recibiríamos una noticia o la más triste noticia recibida en mucho tiempo, la desaparición física del líder de la Revolución Bolivariana y de la Patria Grande, Hugo Chávez.

Antes de llegar a Caracas, ese mismo día en carretera conversábamos animadamente sobre la salud del Presidente y la salud de la Patria; la cuestión eléctrica era otro tema que también llamaba nuestra atención y el papel de los trabajadores en la realización del Programa de la Patria.   Una intuición nos abrumaba; la salud del camarada Hugo Chávez.  En la radio, Nicolás Maduro nuestro Vicepresidente se dirigía al país, en un Consejo de Ministros, junto a los veinte gobernadores de estado y el alto mando militar, no era casualidad.   Allí se refirió a seguir dando información y que en horas de la tarde daría otro parte médico…que vaina! 4:25pm había fallecido el líder.  Estábamos en plena sesión en la Asamblea Nacional y salí un momento junto a Vidal Colmenárez, ese gran cultor oriundo de Guanarito al colaborarle con unas fotocopias que este necesitaba.  Ante las pantallas de televisión, estallaron en llanto y lágrimas los trabajadores de la Asamblea Nacional; un vacío llenó mi alma, las calles de Venezuela fueron tomadas por nuestro pueblo, niños, hombres, mujeres, todo un llanto.

Hoy, la Ruta Bolivariana, sufre una fuerte y severa noticia, vacío inmenso, pero eso sí; un pueblo que ama al líder y lo que se ama, no se olvida jamás, allí está la clave.   El líder nos dejó orientaciones precisas; la fundamental, es la construcción del socialismo del Siglo XXI cualquier “concha de ajo” diríamos, pero lo cierto es que hay trabajo adelantado; nos dejó el Programa de la Patria, nos dejó la independencia y soberanía, nos señaló el 2013-2019 como espacio-tiempo para echar las bases fundamentales del Nuevo Estado Comunal; nos dejó las guías básicas para la organización del pueblo y nos llamó a construir un poderoso partido revolucionario, la vanguardia revolucionaria que vencerá la cultura del rentismo petrolero y que hará junto al pueblo, junto a la clase obrera y demás clases aliadas, la nueva cultura revolucionaria.  Allí están las tareas, frente a una nueva realidad que nos desafía, como bien señala ese gran revolucionario Alí Rodríguez Araque.

Por nuestra parte, seguiremos dedicándole el esfuerzo necesario que puedan alcanzar este montón de huesos que nos queda en este peregrinar revolucionario, no libre de obstáculos, pero que con un hermoso esfuerzo, lograremos los sueños del “arañero de sabaneta”

Viva el pensamiento Bolivariano para este tiempo, de orientación marxista!!!

APAS: Se llora a Chávez, se celebra la revolución


¿Qué pasó Comandante?
Una pregunta sin destino. La sensación de estar frente a la historia. Un paso de baile. Y una mueca burlona: Chávez no se murió.

 Por Ernesto Espeche
Se llora a Chávez, se celebra la revolución
Reflexiones sobre el pensamiento chavista
Bolivarismo, Socialismo del Siglo XXI, debates sobre la Democracia y el rol del Estado. Todo esto fue Chávez. Y lo fue todo al mismo tiempo que puso carne y sangre para pensar, militar, actuar, gestionar y transformar en lo político, social y cultural a Venezuela.
 Por Daniel Gonzalez Almandoz
Se llora a Chávez, se celebra la revolución
Pa`lante, que el pueblo está Maduro
La continuidad del proceso revolucionario en Venezuela pisa en firme: cuadros formados en la revolución, potencia mítica del vínculo entre el líder y su pueblo y unidad regional.
 Por la Redacción de APAS
Se llora a Chávez, se celebra la revolución
¡Hasta siempre, Comandante!
Mandatarios, funcionarios, dirigentes y personalidades de distintos ámbitos de nuestra región ya se dirigen a Venezuela para dar un último adiós al mejor amigo de los pueblos: El Comandante Hugo Chávez Frías, bolivariano y latinoamericanista como pocos.
 Por la Redacción de APAS
Se llora a Chávez, se celebra la revolución
El inolvidable conductor
El intelectual argentino Roberto Follari dedicó unos párrafos en APAS al gran líder de la Patria Grande en el Siglo XXI.
 Por Roberto Follari
Se llora a Chávez, se celebra la revolución
Anita y Hugo
El periodista argentino Julio Rudman ofrece unas palabras sentidas, pensadas, pero casi imposibles a pocas horas de la muerte de Hugo Chávez.
 Por Julio Rudman 
África
Hace exactamente seis años...
Una mirada retrospectiva a seis años del Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria organizado por La Vía Campesina Internacional en la República de Mali, situada en África occidental, pone de manifiesto el restablecimiento del orden neocolonial a sangre y fuego.
 Por Fernando Glenza
Daños a la Amazonía 
El juicio contra Chevron-Texaco en Ecuador
La Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI) falló a favor de la transnacional y le exige al gobierno ecuatoriano la suspensión de la sentencia emitida por una corte del país. Un giro judicial inesperado que favorece a la poderosa petrolera.
 Por Juan Manuel Suárez
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Jóvenes comunistas en Malmö



Manifestación de jóvenes comunistas en Malmö, ciudad al sur de Suecia.

Chávez y la revolución latinoamericana


Allende La Paz, Cambio Total.

La muerte de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha opacado las demás noticias mundiales. Las condolencias del mundo entero al pueblo venezolano no se hicieron esperar y solamente las ”sátrapas” republicanos de Estados Unidos mostraron satisfacción por la muerte de éste ser humano valioso que luchó contra el imperio para sacar de la pobreza a su pueblo.

Los que les ha dolido -y les duele- es que Chávez no les permitió la expoliación del petróleo por parte de las multinacionales y éstas tuvieron que adecuarse a las reglas de juego establecidas por la Revolución Bolivariana y que, además, Chávez le mostrara al mundo que es posible luchar contra el Imperio y sobrevivir en el intento. 14 años de Revolución Bolivariana es la muestra de ello, al tiempo que enseñó en la práctica lo que es el Internacionalismo proletario, incluso la ayuda al pueblo estadounidense que se benefició con el gas venezolano.

Las FARC-EP envió sus condolencias y ponderó muy bien el significado de Chávez en la revolución latinoamericana. En éstos momentos sólo queda continuar con su ejemplo, siendo solidarios con los pueblos latinoamericanos, y seguir profundizando la revolución bolivariana. Sabemos que no es tarea fácil, sobre todo porque al propio interior de Venezuela se mueven sectores cuyo bagaje ideológico no es precisamente revolucionario, y además por la nefasta injerencia estadounidense a través de la mal llamada ”oposición”.

De igual manera el pueblo colombiano sabe muy bien el significado de Chávez en las luchas pasadas y por venir en nuestro país. Hasta el gran ”Pibe” Valderrama se conmoció ante las manifestaciones del pueblo venezolano y llegó a la conclusión de la satanización de Chávez por parte de los medios en poder de la oligarquía. Decíamos que sabemos el papel jugado por Chávez en la búsqueda de una solución política al conflicto colombiano.

No sabemos si los ”sucesores” de Chávez estarán a la altura de las circunstancias, mas en todo caso los colombianos siempre estaremos al lado de los venezolanos como pueblos hermanos que somos. El futuro de la Revolución Bolivariana es también interés del pueblo colombiano, así como también lo es del pueblo latinoamericano. No debemos olvidar que lo practicado por Chávez era el Bolivarismo con contenido Marxista. Guía para la acción política de nuestros pueblos.

Con la muerte de Chávez perdemos a uno de los imprescindibles, quien al lado de Simón Bolívar y Manuel Marulanda alumbrará con su herencia revolucionario el trasegar por la revolución latinoamericana. Seguimos afortunadamente contando con las luces de Fidel y Raúl, de Daniel, y de los mandatarios latinoamericanos como Evo, Cristina, Lulla, Dilma, Pepe, quienes pudieron disfrutar de las enseñanzas de Chávez.

Como ser humano que era Chávez no era un ser perfecto, naturalmente. Pero sus yerros son nimiendades al lado de su inmensa herencia revolucionaria. Sus luchas por la integración latinoamericana son muestra palpable de la grandeza del pensamiento revolucionario y afortunadamente hoy UNASUR está presidida por Alí Rodríguez, revolucionario a carta cabal, y los otros organismos latinoamericanos -ALBA, CELAC, etc- seguirán la lucha contra el imperio. Hemos trasegado un importante trecho por la revolución latinoamericana y tenemos que seguir profundizando nuestras huellas en el suelo latinoamericano.

La lucha por la revolución latinoamericana continúa hoy con más bríos que nunca!

Sida, una de las principales causas de mortalidad en Colombia

El enigma de los dos Chávez - García Márquez

Por Gabriel García Márquez.

Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. “¿Qué pasa?”, le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamientio militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.

Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político. 

Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la República menos de nueve años después.

El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular. 

Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.

Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?

El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.

El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.

Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique. “Ese que toca es Hugo”, decían. Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida.

Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Angel y David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.

Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende, ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. “Fíjate las vueltas que da la vida”, me dice Chávez con una explosión de risa. “Ahora su papá es mi canciller”. Más irónico aún es que cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.

“Además”, le dije, “usted estuvo a punto de matarlo”. “De ninguna manera”, protestó Chávez. “La idea era instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles”. Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborazada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.

Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.

Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. 

La discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. “Yo estaba ya casi rendido, –me dijo Chávez–, pues mientras más le explicaba menos me entendía”. Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: “Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?”. El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.

“De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela”, dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos. Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. “Era que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran marcas”, contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. “Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia, –contó Chávez– pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación”.

Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. “No me deje morir, mi teniente...”, le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: “¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía sentido disparar un tiro contra nadie”. Y concluyó en el avión que nos llevaba a Caracas: “Ahí caí en mi primer conflicto existencial”.

Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado de subteniente. “¿Con qué finalidad?”, le pregunté. Muy sencillo, dijo él: “con la finalidad de prepararnos por si pasa algo”. Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.

Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres entre oficiales y tropa.

A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de ceremonias lo anunció. “¿Y el discurso?”, le preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. “Yo no tengo discurso escrito”, le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la situación de presión e injusticia de América Latina transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:

“Chávez, usted parece un político”. “Entendido”, le replicó Chávez.

Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: “Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones”.

Entonces el coronel Manrique puso firmes a la tropa, y dijo: “Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer”. Hizo una pausa efectista, y concluyó con una orden terminante: “¡Que eso no salga de aquí!”.

Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino. “Al final, claro, le hice un cambio”, me dijo Chávez. En lugar de “cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”, dijeron: “Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos”.

Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes militares de todo el país. “Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. “En diez años -me dijo Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos”.

A estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló con una sonrisa de malicia: “Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el Ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión”. Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo: “¡El coronel Badull!”.

De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: “Napoleón dijo que una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega”. A partir de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. 

“Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del Ejército”, decía Chávez. “Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué”. Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. “Es decir –concluyó Chávez– que nos sorprendió el minuto estratégico”.

Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. 

“Yo iba a la universidad a un posgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la casa”, me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. “Entonces veo que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque qué sacaban los de Logística que no están entrenados para el combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde va ese pocotón de gente? . Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que dieron fue esa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron?. Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera.

Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada. “Y entonces me paro y lo llamo”, dijo Chávez. “Y él se monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber, imagínese”. Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de aquella noche terrible: “Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos. 

Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares. ¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta”. “Y el instinto me dice que lo mandaron a matar”, dice Chávez. “Fue el minuto que esperábamos para actuar”. Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años después.

El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: “Nos vemos aquí el 2 de febrero”. Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.

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