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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

Colombia: Falsa Democracia
Falsa democracia

RECOMENDADO CAMBIO TOTAL

[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

Hey loco, No dispares!

Vamos a Cuentiarnos la Paz

LOS RICOS NO VAN A LA GUERRA

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Las enseñanzas de la Marcha de la Paz


Hernando Vanegas.

La apoteósica Marcha del 9 de Abril del 2013 deja muchas enseñanzas que deberán ser analizadas por todos los colombianos sin distingo de ninguna clase. Quedó, en primer lugar, demostrado que ”somos más” los que deseamos, queremos y trabajamos por la Paz, por ello le dijimos « Sí a la Paz”. Los sectores llamados « guerreristas » han recibido una notificación del pueblo colombiano. « Queremos Paz y la vamos a conseguir », será de ahora en adelante la consigna de los sectores desposeídos de Colombia.

Toca entonces, adelantar la más amplia pedagogía de la Paz. Debemos sembrar la Paz en la mente de todos los colombianos, incluídos los « guerreristas ». Tenemos que aprender a des-aprender la forma violenta de resolver los conflictos, forma que parte de una base fundamental y única : la tenencia de la Tierra. En éste punto, el esfuerzo estatal debe ser capaz de « convencer » con todas sus armas a la mano a los sectores que se niegan a aceptar la necesidad imperiosa de una Reforma Agraria, como forma para construir y alcanzar la Paz. No puede ser la política del despojo y el desplazamiento forzoso la política de los sectores ganaderos y terratenientes, y sus voceros políticos y militares, política que ha probado suficientemente que ahonda las heridas, las desigualdades, la pobreza y la guerra.

En ese orden de ideas, los marchantes deberían constituirse en « maestros ambulantes » para ir enseñando las bondades de la Paz y los dolores de la guerra, esfuerzos que deben ser apuntalados por toda una política pedagógica desde el Estado utilizando los recursos de la Mediación Pedagógica, la teoría del caos, etc, etc. Los « maestros ambulantes » deberán tener reconocimiento del gobierno y deben adelantar su tarea emancipadora en sus propias comunidades, cosa que algunos ya están haciendo.

Desde luego que en éste esfuerzo juega un papel fundamental el « reconocimiento del otro » -según la expresión de Maturana (el chileno)- para podernos ver a los ojos sin rencores y sin miedos. No es la fuerza de las armas más poderosa que la fuerza de la razón, y ésta debe prevalecer en todas las circunstancias de nuestra vida diaria. Ello quedó evidenciado en la Marcha del 9 de Abril. La fuerza de la Marcha hizo bajar la cabeza a los « guerreristas », los cuales avergonzados –la mayoría porque todavía quedan algunos « recalcitrantes »- aceptaron el Mandato de Paz de la Marcha. Son las razones de la Paz más poderosas que las armas de los militares o del « ejército anti-restitución ». No creemos que sea mediante más actos de guerra como se va a superar el conflicto interno.

No puede ser que la solución a los asesinatos de los líderes populares de la restitución de tierras sea la conformación de un « ejército anti-antirestitución » que enfrente al « ejército anti-restitución » de los ganaderos y terratenientes, porque nos estamos embarcando en otro espiral de violencia. Es el peso de la ley burguesa y el peso de la razón de la paz los que deben caer sobre esos « ejércitos privados ». No es señalando los « brazos ejecutores » de la anti-restitución, sino que debe ser desenmascarando los « cerebros » detrás de ellos los que deben ser compelidos con la fuerza de la razón y la Paz a desarmar sus espíritus, además de que unas fuerzas militares de 500.000 unidades debe ser capaz de apresar y encarcelar a los « brazos ejecutores » y « cerebros » de esta vieja-nueva forma de violencia.

La Marcha de la Paz demostró también que somos capaces de aliarnos entre nosotros a fin de sacar adelante el más preciado proyecto político del pueblo colombiano : La Paz. Debemos seguir transitando esa vía. Vamos en la dirección correcta.

Esta no es la revolución. ¡Joven, Empínate!

Video Segunda Oración por la Paz 9 abril 2013




Segunda Oración por la Paz

Por William Ospina. Leído por Piedad Córdoba ayer en la Plaza de Bolívar.

Hace 65 años se alza desde esta tribuna un clamor por la paz de Colombia.

65 años es el tiempo de una vida humana. Eso quiere decir que toda la vida hemos esperado la paz. Y la paz no ha llegado, y no conocemos su rostro. 

Es un pueblo muy paciente un pueblo que espera 65, 70, 100 años por la paz. Cien años de soledad. Un pueblo que trabaja, que confía en Dios, que sueña con un futuro digno y feliz, porque, a pesar de lo que digan los sondeos frívolos, no vive un presente digno y no vive un presente feliz.

Aquí no nos dan realidades, aquí se especializaron en darnos cifras. El pueblo tiene hambre pero las cifras dicen que hay abundancia, el pueblo padece más violencia pero las cifras dicen que todo mejora. El pueblo es desdichado pero las cifras dicen que es feliz.

Ahora comprendemos que un pueblo no puede sentarse a esperar a que llegue la paz, que es necesario sembrar paz para que la paz florezca, que la paz es mucho más que una palabra.

El verdadero nombre de la paz es la dignidad de los ciudadanos, la confianza entre los ciudadanos, el afecto entre los ciudadanos. Y donde hay tanta desigualdad, y tanta discriminación, y tanto desprecio por el pueblo, no puede haber paz.  Allí donde no hay empleo difícilmente puede haber paz. Allí donde no hay educación verdadera, respetuosa y generosa, qué difícil que haya paz. Allí donde la salud es un negocio, ¿cómo puede haber paz? Donde se talan sin conciencia los bosques, no puede haber paz, porque los árboles, que todo lo dan y casi nada piden, que nos dan el agua y el aire, son los seres más pacíficos que existen. 

Donde los indígenas son acallados, donde son borradas sus culturas, donde es negada su memoria y su grandeza, ¿cómo puede haber paz? Donde los nietos de los esclavos todavía llevan cadenas invisibles, todavía no son vistos como parte sagrada de la nación, ¿a qué podemos llamar paz? 

La paz parece una palabra pero en realidad es un mundo. Un mundo de respeto, de generosidad, de oportunidades para todos. 

Y hay que saber que lo que rompe primero la paz es el egoísmo. 

El egoísmo que se apodera de la tierra de todos para beneficio de unos cuantos, que se apodera de la ley de todos para hacer la riqueza de unos cuantos, que se apodera del futuro de todos para hacer la felicidad de unos cuantos. De ahí nacen las rebeliones violentas, y de ahí nacen los delitos y los crímenes.

Hemos ido aprendiendo a saber qué es la paz… haciendo la suma de lo que nos falta. 

La paz es agua potable en todos los pueblos y agua pura en todos los manantiales. No hay paz con los ríos envenenados, con los bosques talados y con los niños enfermos por el agua que beben. 

La paz es trabajo digno para tantos brazos que quieren trabajar y a los que sólo se les ofrecen los salarios de sangre de la violencia y del crimen. 

La paz son pueblos bellos y ciudades armoniosas, que se parezcan a esta naturaleza. Porque las montañas, los ríos, las llanuras, las selvas y los mares de Colombia son la maravilla del mundo, y no hemos aprendido a habitarlas con respeto, a aprovecharlas con prudencia, a compartirlas con generosidad. 

Porque la idea de generosidad que tienen muchos grandes dueños de la tierra tiene un solo nombre: alambre de púas. Esa idea medieval de tener mucha tierra, mientras las muchedumbres se hacinan en barriadas de miseria. 

Pero es que la paz verdadera exige no sólo un pueblo respetado y grande y digno sino una dirigencia verdadera. Y no es una gran dirigencia la que se esfuerza veinte años por que le aprueben un Tratado de Libre Comercio, y cuando le aprueban el Tratado la sorprenden con un país sin carreteras y sin puertos, con una agricultura empobrecida, con una industria en crisis, confiando sólo en vender la tierra desnuda con sus metales y sus minerales para que la exploten a su antojo las grandes multinacionales. Ahí no sólo falta generosidad sino inteligencia, ahí faltan grandeza y orgullo.

En cualquier país del mundo un tratado de libre comercio se negocia poniendo como primera prioridad qué necesitan y qué consumen los propios nacionales. ¿Por qué tiene que ser la prioridad poner oro en las mesas de otros antes que poner alimentos en nuestras propias mesas?

Hoy el mundo se ha lanzado a un obsceno carnaval del consumo. Pero esos países que divinizan el consumo, como los Estados Unidos y Europa, por lo menos han tenido la prudencia de garantizarles primero a sus pueblos agua limpia, vivienda digna, educación seria y gratuita, salud para todos, trabajo y salarios decentes, una economía que se esfuerza por ofrecer empleo de calidad, que no llama trabajo como aquí al rebusque desesperado, ni a la mendicidad, ni al tráfico violento de todas las cosas.

Si por lo menos cumpliéramos con brindar a los ciudadanos las prioridades básicas de una vida digna, no sería tan absurdo que nos predicaran ese evangelio loco del consumo, pero aún así tenemos que pensar con responsabilidad en el planeta, para el que ese consumo indiscriminado es una amenaza. Tenemos climas frágiles porque tenemos ecosistemas ricos y preciosos, que producen agua y oxígeno para el mundo entero. 

Colombia es un país de tierras bellísimas y de climas benévolos, esto no es Europa ni los Estados Unidos, donde el clima exige millones de cosas, aquí podemos vivir una vida sencilla en un paisaje maravilloso, aquí no habría que refugiarse en ciudades malsanas y estridentes, el país es de verdad La Casa Grande. ¿Qué nos impide esa felicidad? La desigualdad y la violencia. La codicia que pasa por encima de todo.

La naturaleza no es una mera bodega de recursos sino un templo de la vida. Pero una lectura equivocada del país y una manera mezquina de administrarlo han convertido este templo de la vida en una casa de la muerte.

Hace 65 años Gaitán clamaba aquí por la paz. Sus enemigos no sólo lo mataron sino que llevaron al país a una guerra, a una violencia que acabó con 300.000 personas. El país entero entró en una orgía de sangre. Y perdimos el sentido de humanidad, y casi nos acostumbramos al horror, y dejamos de estremecernos con la muerte. El tabú de matar se perdió, Colombia se volvió tolerante con el crimen, y en el último medio siglo es posible que por falta de paz y de solidaridad haya muerto en Colombia otro medio millón de personas.

Y cada día que tardan en firmar un acuerdo el gobierno y las guerrillas, más muertos de todos los bandos, más víctimas, se suman a esa lista. Porque no es sólo el conflicto en los campos: bajo la sombra de ese conflicto prosperan las guerras de supervivencia en las ciudades, la violencia de las mafias, el delito, el crimen, la violencia intrafamiliar, el desamparo, la ignorancia.

Pero es que lo único que detiene a la mano homicida es sentir que lo que le hace a su víctima se lo está haciendo a sí mismo. Lo único que detiene esa mano es la compasión, y para que haya compasión hay que sentir al otro como a un hermano, como a un milagro de la vida, efímero, precioso, irrepetible. Si no sentimos eso no sentimos nada. Sin ese respeto profundo por los otros nadie siente verdadero amor por sí mismo.

Pero para que haya ese afecto profundo por los conciudadanos hay que haber sido educados en la generosidad, bajo unas instituciones generosas, hay que haber sido querido. Al que no es valorado en su infancia, respetado, apreciado, ¿cómo pedirle que quiera, que respete, que valore a los otros?

Por eso es tan ciega una sociedad que no da nada y en cambio pide todo. Que da adversidad, obstáculos, discriminación, pero pide a los ciudadanos que se comporten como si hubieran sido educados por Sócrates o por Francisco de Asís. El estado se volvió irresponsable, los ciudadanos le perdieron el respeto al estado, y el estado les perdió el respeto a los ciudadanos. En ningún país se exigen tantos trámites para cualquier cosa. Y el que está en desventaja es el que no tiene recursos para sobornar, para abreviar los trámites, para correr con éxito de oficina en oficina. Con mucha frecuencia el estado no facilita la vida sino que es un estorbo para las cosas más elementales. 

Las cárceles están llenas de seres que no recibieron nada, que fueron educados en la dureza y en la precariedad, y a los que la sociedad les exige lo que nunca les dio. Porque aquí sólo les exigimos respeto a los que nunca fueron respetados.

Es necesario gritar que nuestro pueblo no es un pueblo malo sino un pueblo maltratado. Y todavía a ese pueblo maltratado y admirable vamos a pedirle, aunque no tenemos derecho a hacerlo, vamos a pedirle que nos dé un ejemplo de su espíritu superior; vamos a pedirle que, a cambio de un acuerdo esperanzador entre los guerreros, sea capaz de perdonar.

No hay ceremonia más difícil y más necesaria que la ceremonia del perdón. Pero es el pueblo el que tiene que perdonar: no la dirigencia mezquina ni la guerrilla violenta que tomó las armas contra ella. Y sin embargo todos tendremos que participar, humilde y fraternalmente, en la ceremonia del perdón, si con ello abrimos las puertas a un país distinto, más generoso, que deponga las armas fratricidas, que abandone los odios y que construya un futuro digno para todos, pero sobre todo un futuro de dignidad para los que siempre fueron postergados.

Desde hace 65 años pedimos la paz, suplicamos la paz, esperamos la paz. Hoy ya no podemos pedirla ni suplicarla ni esperarla. Si se logra un acuerdo entre el gobierno y las guerrillas, tenemos que construir la paz entre todos, la paz con una ley justa, la paz con una democracia sin trampas, la paz con un afecto real en los corazones, la paz con verdadera generosidad.  Y la única condición para que esa paz se construya es que no maten la protesta, que no aniquilen la rebeldía pacífica, que dejen florecer las ideas, que permitan a este país grande y paciente ser dueño de sí mismo y de su futuro.

Esa paz que construiremos será un bálsamo sobre esos miles de muertos que se fueron del mundo sin amor, a veces sin dolientes, a veces sin un nombre siquiera sobre su tumba.

Entonces sabremos que la paz no es sólo una palabra, que la paz es convivencia respetuosa, prosperidad general, justicia verdadera, campos cultivados, empresas provechosas, bosques y selvas protegidos, ríos que tenemos que limpiar y manantiales a los que tenemos que devolver su pureza. 

Y que otra vez haya venados en la Sabana y bagres sanos en el río, que salvemos la mayor variedad de aves del mundo, que vuelen las mariposas de Mauricio Babilonia, y que los caballos de Aurelio Arturo vuelvan a estremecer la tierra con su casco de bronce, y que haya hombres y mujeres pescando de noche en la piragua de Guillermo Cubillos, y que el viajero que encontremos por los campos a la luz de la luna no nos produzca terror sino alegría.

Que haya cantos indios por las sabanas de Colombia, y arrullos negros en los litorales, y que las armas se fundan o se oxiden, y que haya carreteras y puertos, y barcos y trenes que nos lleven a México y a Buenos Aires, y que nuestros jóvenes tengan amigos en todo el continente, y que sólo una industria se haga innecesaria y necesite ayuda para cambiar su producción: la industria de las chapas y los cerrojos y los candados y las rejas de seguridad, porque habremos logrado que cada quien tenga lo necesario y pueda confiar en los otros.

Porque la paz se funda en la confianza y en la sencillez, y en cambio la discordia necesita mil rejas y mil trampas y mil códigos. Aquí, por todas partes, están los brazos que van a construir ese país nuevo, los pies que van a recorrerlo, los cerebros que van a pensarlo, y los labios del pueblo que lo van a cantar sin descanso.

Que hasta los que hoy son enemigos de la paz se alegren cuando vean su rostro. 

Que llegue la hora de la paz, y que todos sepamos merecerla.

Las víctimas del conflicto interno colombiano


 Allende La Paz, Cambio Total.

Ayer fue el día maravilloso de la Paz. Con ocasión de conmemorarse los 65 años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán se ha instatuído esta fecha como el « Día de las Víctimas ». Y los colombianos marchamos, el pueblo, porque somos víctimas del Terrorismo de Estado y la DSN. Ha quedado claro que el pueblo colombiano no quiere la guerra, la aborrece y lucha contra ella entregando hasta la vida misma.

El pueblo recordó las 500.000 víctimas que ha arrojado el conflicto interno, mediante las masacres, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales ; víctimas inermes, desarmadas, indefensas, que asesinaban para « secarle el agua al paz », es decir, a la insurgencia armada que luchaba por sus vida con las armas en la mano.

Nunca habíamos leído un consolidado de las víctimas que había producido el conflicto interno en las fuerzas militares, las cuales llevaban adelante el Terrorismo de Estado de la mano con sus fuerzas narco-paramilitares. Ayer lo hicieron a través de El Espectador : « El Monumento de los Caídos es un homenaje a la memoria de 25.000 miembros de la fuerza pública que han entregado su vida en 50 años de guerra. ¡25.000! La mayoría jóvenes soldados y policías. Y eso sin contar a 100.000 heridos. ¡100.000! Que con un porcentaje de mutilados o en silla de ruedas es una catástrofe ».

Duele leer éstas cifras. Duele porque las víctimas son todas hijos del pueblo. Duelen porque ninguno de los « determinadores » de la guerra ha caído en combate, sencillamente porque ellos no van al combate, al frente de batalla. Ellos deciden y determinan la guerra y después se esconden cobardemente en sus sillones y oficinas a esperar que los hijos del pueblo se destrozen entre ellos, sin ninguna contemplación.


Duelen porque son muestra de la barbarie a que nos han llevado. A matarnos entre nosotros mismos, unos por defender los intereses oligárquicos, y los otros por defender al propio pueblo y sus derechos, especialmente el derecho a la vida.

Por las víctimas ayer los colombianos dijimos « Somos más. Sí a la Paz ». Por los diálogos en La Habana dijimos « Somos más. Sí a la Paz ». No importa que en nuestras manifestaciones « se cuelen uno que otro oportunista que roba cámara ». Siempre hemos manifestado que no queremos más muertos porque los hijos del pueblo son las víctimas de ésta guerra fratricida recetada por los gringos y la oligarquía. Por ello vamos a empujar con todo el « tren de la Paz », y/o el barco, o/y el avión.

No más sangre de pueblo que riegue los campos y ciudades.Hoy decimos como el « Negro » Gaitán : « nada más cruel e inhumano que una guerra. Nada más deseable que la paz. Pero la paz tiene sus causas, es un efecto. El efecto del respeto a los mutuos derechos ».  No a la guerra, sí a la Paz. Ayer caminamos con dolor y con alegría. Caminemos todos juntos en una Nueva Colombia, en paz con justicia social.
 

Dossier Álvaro Uribe Vélez

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