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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

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Falsa democracia

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[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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Estado Mayor Central FARC-EP: Entre el cielo y el infierno


Declaración de las FARC-EP
Entre el cielo y el infierno

En el Limbo se encuentran los diálogos de La Habana por cuenta del hombre que quiere pasar a la historia como el presidente que logró la paz en Colombia.

Los ecos de la justa protesta del gobierno de la República Bolivariana de Venezuela por la recepción de Santos al opositor Capriles en el Palacio de Nariño, se replican aún con un sonoro vibrato.

No son pocos los que creen que el paso de Joe Biden vicepresidente de los Estados Unidos por Bogotá, fue el origen del arrebato santista. Y lo asocian con un plan de Washington encabezado por un caballo de Troya de nombre “Alianza Pacífico”, que manejado por Washington, se propone desestabilizar y descarrilar gobiernos populares como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Uruguay, entre otros. ¿Qué impulsaría a Santos anunciar el fantasioso ingreso de Colombia a la OTAN? ¿Amenazar a Venezuela, al Brasil?

A quienes aducen ingenuidad en la conducta del presidente no se les cree tanto porque Santos no es ningún tonto. Como estadista está obligado a medir el efecto de sus actuaciones.

Juan Manuel Santos sabía que su provocación contra el gobierno legítimo de Venezuela estallaría como petardo en la mesa de diálogo de La Habana, porque el tema Venezuela, país acompañante y facilitador del proceso, era muy sensible para las FARC, que ve en los venezolanos el principal factor generador de confianza, y en consecuencia a artífices fundamentales del proceso de paz.

Por todo esto es que causa tanta perplejidad la invitación de Santos a Capriles, precisamente cuando el entusiasmo por la paz clavaba su bandera en el pico Everest de la reconciliación de los colombianos, motivado en el acuerdo parcial sobre tierras, tema que representa la nuez del conflicto. La actitud de Santos desinfló el optimismo, la atmósfera favorable a la paz que se había logrado construir con tanto esfuerzo en La Habana. La cuestión se resume en el hecho de que si no fuera por Venezuela no tendría lugar el diálogo de paz de la capital cubana.

Es contradictorio, abismalmente contradictorio, pretender pasar a la historia como el presidente que hizo la paz, propiciando al mismo tiempo una cadena de atentados contra la paz. El asesinato a sangre fría de Alfonso Cano, el comandante adalid de la reconciliación, es ya una mancha imborrable. Por otra parte nadie entiende por qué el gobierno rechaza la necesaria tregua bilateral propuesta por las FARC desde el inicio de las conversaciones, si de lo que se trata es de parar la guerra. Durante los últimos 6 meses el ministro de defensa ha actuado como francotirador sectario en contra el proceso, dejando la sensación que no hay unidad de criterios en el gobierno. Y hasta el propio presidente en persona no deja pasar oportunidad para descalificar al interlocutor con acusaciones infundadas y amenazas de ruptura.  

Hay además otros elementos que están fastidiando el diálogo y la construcción del acuerdo como ese molesto chasquido del látigo del tiempo y de los ritmos en manos del gobierno. Un afán para qué, ¿para precipitar un mal acuerdo, una paz mal hecha? La progresión de un acuerdo tan trascendental no debe ser interferida ni por los tiempos electorales ni los plazos legislativos. Paralelamente a las sesiones de la mesa alguien desde las alturas orquesta campañas mediáticas que siembran, con algún grado de perfidia, la idea de una guerrilla victimaria de un lado, y del otro, la de un Estado seráfico, aleteando inocente sin ninguna responsabilidad histórica por la violencia y el terrorismo institucional.

Un gobierno que realmente quiera la paz no está marcando a cada rato las líneas rojas de su intransigencia, de sus inamovibles, sino que actúa con grandeza para facilitar el entendimiento. ¿Dónde está la genialidad, dónde la sindéresis? Aquí lo que se ve es una gran inconsecuencia. Y también una gran cicatería cuando se defiende con argumentos tercos privilegios indignantes. Esas actitudes poco contribuyen a la construcción de una atmósfera de paz. ¿Entonces los diálogos para qué?

Hay que entender que éste no es un proceso de sometimiento, sino de construcción de paz. No se trata de una incorporación de la insurgencia al sistema político vigente, así como está, sin que se opere ningún cambio a favor de las mayorías excluidas. ¿Entonces para qué fue la lucha?  El mejor epílogo de esta guerra debe ser rubricado por cambios estructurales en lo político, económico y social que propicien la superación de la pobreza y la desigualdad.

Tenemos que defender este proceso de paz, esta esperanza. Todos, resueltamente, gobierno, guerrilla de las FARC y las organizaciones sociales y políticas del país, debemos sumar voluntades para alcanzar, luego de décadas de confrontación bélica, la anhelada reconciliación con justicia social. Qué nos importan Uribe y Fedegan si estamos resueltos a alcanzar la paz.

Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP 
Montañas de Colombia, junio 7 de 2013

Ejército asesina a menor de edad campesino y lo presenta como dado de baja en combate


El nuevo "falso positivo" se presentó en la vereda El Coral, Corregimiento de Puerto Claver, en la región de Guamocó


La Asociación de Hermandades Agroecológicas y Mineras de Guamocó (AHERAMIGUA), pone en conocimiento la siguiente denuncia pública, por el asesinato del joven Anison Cardozo Flores, de 17 años de edad, miembro de Aheramigua , al cual están señalando como un guerrillero muerto en combate.
Por: Aheramigua
Publicación: Viernes, 07 Junio 2013 03:38

La ignorancia de Andrés Pastrana


Sin Venezuela y su imprescindible apoyo al proceso, éste jamás habría podido producirse y sería incapaz de prolongarse siquiera por el término de un día.
Por Gabriel Ángel

Puede pensarse que el problema generado tras la recepción oficial en el Palacio de Nariño del ex candidato Henrique Capriles es un asunto superado. Pero tal juicio obedecería en realidad a una apreciación  superficial, puesto que vistas las cosas desde el punto de vista de su real dimensión y profundidad, resulta fácil concluir que el incidente representa tan solo la punta del iceberg en cuanto a las diferencias existentes entre los proyectos de nación de uno y otro lado.
Por la parte colombiana se esgrime una posición abiertamente sumisa a los mandatos del Imperialismo, que pregona sin pudor las supuestas virtudes del libre comercio, las privatizaciones y la flexibilización laboral, al tiempo que reduce el papel del Estado al de un enorme aparato de guerra y represión, a objeto de emplearlo no solo contra sus propios nacionales inconformes con el modelo, sino incluso al parecer contra el vecindario opuesto a esas políticas.
Venezuela representa un modelo alternativo a los dictados de los grandes centros mundiales del capital transnacional. Tras la recuperación de su soberanía e independencia, su gobierno pretende rescatar para las grandes mayorías del país las riquezas naturales, en un proyecto de redención económica, social y moral, que contempla la necesaria integración regional en todos los campos del desarrollo y la paz, así como relaciones de respeto e igualdad con el resto del mundo.
Si realmente en el mundo contemporáneo primaran los ánimos de cooperación, las dos visiones de Estado operarían libremente, en una especie de sana competencia, en la que el fallo de la historia se encargaría de dar la razón a una de ellas o descartarlas a ambas por otra distinta. Pero no sucede así, el Imperialismo es obsesivo y considera una afrenta que no se le obedezca. Es obvio que ha asignado a Colombia un papel provocador y que su oligarquía lo asume con gusto.
Por eso las cosas pueden llegar a complicarse todavía más, y es posible que el reciente incidente apenas sea el comienzo de un rosario de hechos encaminados a sabotear y minar los avances de la integración regional, así como la estabilidad de proyectos y gobiernos como el venezolano, al lado del cual marchan Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Uruguay y quizás otras naciones. La oligarquía colombiana, tradicionalmente violenta e hipócrita, se muestra unida en ese propósito.
Aparte de las vacilaciones, torpezas y jugadas ambiciosas de Santos, resaltaron en estos días las declaraciones del ex Presidente Andrés Pastrana Arango, un político más bien mediocre, cuya carrera ha marchado siempre paralela al más sucio oportunismo. No se le conoce mérito intelectual o académico alguno, salvo el de haber firmado un libro sobre el proceso de paz del Caguán, que otros escribieron por encargo para él a cambio de un buen precio.
Ahora se le ha dado, en contubernio con Álvaro Uribe, por atacar de modo desenfrenado al pueblo, al gobierno y al proyecto de nación bolivariana que emprendiera Hugo Chávez. Pastrana, que muy rápida y convenientemente olvida que su padre, Misael, ascendió a la Presidencia de la República en el año 1970, montado sobre el fraude más grande y descarado de la historia electoral colombiana, acusa sin fundamento a Nicolás Maduro de haber robado las elecciones a Capriles.
Y se atreve incluso, en una vergonzosa actitud, a criticar ácidamente al Presidente Santos por haber reconocido pública y formalmente el limpio triunfo electoral del ex canciller venezolano. En su parecer, lo que quiso Santos al recibir a Capriles, fue rectificar su error de haber reconocido el triunfo de Maduro, y para reforzar su dicho se atreve a mentir de modo infame, asegurando que UNASUR acordó que se recontaran los votos, posición que Santos estaría avalando ahora.
Qué bajo se cae cuando se asumen sin el menor escozor político y moral las posiciones de extrema derecha. Que lo haga Uribe no resulta extraño, sus antecedentes políticos, morales y penales explican por sí solos su discurso. Pero que lo haga Pastrana, quien siempre posó de caballeroso y decente, sólo puede explicarse por el grado de descomposición que alcanza la clase política tradicional colombiana, entregada sin rubores a los intereses del capital extranjero.
Pretender que existen diferencias irreconciliables entre él y Santos, significa algo tan semejante como afirmar que ese mismo tipo de contradicciones existen entre este último y Uribe. Sus críticas irresponsables y malvadas contra el proceso de paz que se desarrolla en La Habana con amplísimo respaldo nacional e internacional, son apenas el pus que le brota por  la herida de su fracaso en rendir a las FARC. No pudo lograrlo nicon la mesa del Caguán, ni con su reingeniería militar.
De remate da muestras de verdadera estupidez, al asegurar que si Venezuela se retirara de la mesa de La Habana, donde cumple su papel de facilitador, no pasaría absolutamente nada. Ese papel simplemente facilitador, que con tanta soberbia describe Pastrana para desestimar a Venezuela, ha sido y es la columna vertebral de la confianza que dio origen y mantiene vivo al proceso, pese a las diversas manifestaciones de volubilidad de Santos.
Sin Venezuela y su imprescindible apoyo al proceso, éste jamás habría podido producirse y sería incapaz de prolongarse siquiera por el término de un día. Desconocer ese hecho, pretender minimizarlo, es un verdadero absurdo que solo puede ser atribuido a la más grande ignorancia. A esa que le permite asegurar a Pastrana que la soberanía de Colombia significa que Santos puede reunirse con quien quiera, cuando quiera y donde quiera.
Como si la soberanía nacional perteneciera al Presidente. Como si fuera soberanía nacional el tolerar la existencia de bases militares extranjeras en el territorio nacional, entregar la mayor parte del país al saqueo de sus riquezas por cuenta de grandes compañías multinacionales, autorizar la adquisición de enormes extensiones de tierra a las transnacionales, haber suscrito como Pastrana el Plan Colombia impuesto por los Estados Unidos. Qué descaro.
Montañas de Colombia,  3 de junio de 2013.


 

Dossier Álvaro Uribe Vélez

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