Una
nueva tragedia se cierne sobre Colombia. La tragedia de la traición a
los pueblos hermanos del continente repitiendo la postura del país
cuando en abril de 1982 se puso al lado del imperio británico en la
guerra de las Malvinas.
Una
nueva tragedia se cierne sobre Colombia. La tragedia de la traición a
los pueblos hermanos del continente repitiendo la postura del país
cuando en abril de 1982 se puso al lado del imperio británico en la
guerra de las Malvinas.
Fue la única nación latinoamericana que no apoyó a la Argentina en
su legítima defensa de la soberanía de sus islas del Atlántico sur
mereciendo el nombre de Caín de América. El presidente Turbay Ayala y su
canciller Lemos Simmons abandonaron a la nación gaucha cuando una
potencia extracontinental como Inglaterra desalojó las tropas del
hermano país en una sangrienta retoma.
HOY, 31 AÑOS DESPUÉS DE ESTA DESERCIÓN a la unidad de la región, el
gobierno colombiano decide de nuevo destrozar el camino de la
integración. Santos anunció el 1 de junio el ingreso formal a la
Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN, el único bloque
militar existente en el mundo y caracterizado por sus acciones agresivas
desde su fundación en 1949, que dio inicio a la “guerra fría” con el
campo socialista y que perdurara hasta el derrumbe de éste en 1989.
“En junio la OTAN va a suscribir un acuerdo con el gobierno
colombiano, con el ministerio de Defensa, para iniciar todo un proceso
de acercamiento, de cooperación, con miras también a ingresar a esa
organización”, anunció el mandatario en una ceremonia de ascensos de
militares.
Qué significa pensar en grande para Santos
Y añadió que “Colombia tiene derecho y puede pensar en grande.
Porque estamos dejando el miedo a un lado y llenándonos de razones para
ser los mejores, y ya no de la región sino del mundo entero. Tenemos con
qué. Lo hemos demostrado”, concluyó.
Para Santos, que como ministro de Defensa de Uribe tiene a su haber
más de medio millar de casos de “falsos positivos”, pensar en grande es
darle la espalda a los principios del Movimiento de los Países No
Alineados, del que hace parte desde 1982, abandonar a los países de
UNASUR que desde 1998 vienen tejiendo la filigrana de la cooperación sin
la coyunda de EE. UU. y echar por la borda los principios que dieron
nacimiento el 23 de febrero de 2010 a la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños CELAC.
Este paso de Colombia no es nuevo. El más reciente antecedente se
dio al participar en una reunión de la OTAN el pasado 28 de febrero, en
Monterrey, EE.UU. a través de la viceministra de Defensa, Diana
Quintero.
“Nosotros venimos haciendo todos los acercamientos con la OTAN para
ser uno de sus aliados globales y esta invitación responde a las buenas
prácticas y experiencias, que la OTAN está mirando para compartirlas con
otros países”, informó Quintero a la prensa.
Oficialmente Colombia expresó “el honor” de haber sido el único país
de América Latina invitado a participar en este encuentro denominado
“Construyendo Integridad” que reunió a representantes militares de 138
países.
Es absolutamente incompatible hacer parte de aquellos organismos
multilaterales latinoamericanos, cuyas banderas sustanciales son la
integración y el fortalecimiento de la paz en la región y a la vez tener
presencia en un bloque supranacional y extracontinental de esencia
militar dirigido por las grandes potencias cuyos intereses se
contraponen.
Colombia, una vez en la OTAN, deberá aprobar todas sus acciones
guerreristas alrededor del mundo e incluso en la propia América Latina
donde el pacto noratlántico cuenta con 47 bases militares, entre ellas
las que se encuentran en Las Malvinas.
Alí Rodríguez Araque, actual secretario general de UNASUR, destacó
recientemente que “los imperios -el inglés y el estadounidense- están en
decadencia, pero se resisten a ceder en su condición de imperios y a
asumir las relaciones diplomáticas del respeto mutuo, de no
intervención, de abandono del uso de la fuerza, como es colocar bases
militares a miles de kilómetros de su países so pretexto de proteger la
soberanía, una manera particular de entender la soberanía, pero violando
sistemáticamente la soberanía de otros países”.
Amistad con el norte y una agenda funesta
Colombia, al tomar esta medida que ha sido respondida por la OTAN en
forma de “actividades de cooperación” y “el intercambio de información
clasificada entre la Alianza y Colombia” y no como miembro pleno por no
ser una nación del Atlántico norte, solo va a lograr enemistarse con las
120 naciones No Alineadas, los 33 países de la CELAC y los 12 Estados
de UNASUR.
Y lo más grave de la respuesta de la OTAN está en aquella afirmación
de que “se está explorando la posibilidad de llevar a cabo actividades
específicas conjuntas”.
Pero, ¿por qué transitar por este camino de rechazo y aislamiento
cuando se cosechaba la simpatía internacional tras la apertura de las
negociaciones de La Habana que son de paz, todo lo contario del ideario
de la OTAN?
Precisamente por haber logrado semejante apoyo Santos cree que ahora
debe soltar las amarras con la opinión pública mundial y mostrar su
verdadero rostro de aliado incondicional de los intereses
norteamericanos. Y de paso obtener réditos como candidato presidencial,
que ya lo es, en la audiencia de la derecha.
Por ello esa agenda funesta y apurada que en menos de una semana,
sin equívoco alguno, solventa un encuentro con el vicepresidente
norteamericano Joe Biden (EE.UU. no ha reconocido a Maduro), una cita
con el candidato perdedor Capriles, que no acepta los resultados
electorales, y el aviso al mundo de rendirse a la OTAN. Todo esto, por
supuesto, hace parte de un libreto bien establecido que apunta a
modificar las relaciones políticas regionales y con la mira bien puesta
en Venezuela.
No es un secreto para nadie que la OTAN no ve con simpatías el
proceso bolivariano que ha emprendido soberanamente Venezuela. Chávez en
octubre de 2011, reveló ante las cámaras con pelos y señales, los
planes desestabilizadores contra su país orquestados por dicho Tratado.
Santos fue informado de esto pues el presidente venezolano había
recompuesto la confianza perdida y más cuando avanzaban secretamente las
tratativas de un encuentro entre las FARC y el gobierno colombiano con
el apoyo de Caracas.
Mantener una reunión con Capriles no solo era una burda provocación
que iba a tener su consabida respuesta sino que al conocerse ahora la
petición a la OTAN podría indicar que Santos no descarta, quién sabe por
qué vía, que el candidato de la derecha, amigo como él incondicional de
EE.UU., pueda acceder al poder. Entonces se trataba no de un saludo a
la bandera de la oposición sino de abrir opciones. Qué otro sentido
podría tener ese recibimiento.
Ruptura con América Latina
Pero volvamos al Movimiento de los No Alineado y UNASUR para
entender que la decisión de Santos de unir a una parte vital de la
región como Colombia a la OTAN es una abierta ruptura con América
Latina.
Colombia como parte integrante de los No Alineados, cuyos principios
ratificó en la última cumbre de Teherán en octubre de 2012, sabe bien
que está obligado a adoptar una política de no alineamiento, apoyar los
movimientos por la independencia nacional, y sobre todo “no debe ser
miembro de una alianza multilateral militar concluida en el contexto de
los conflictos de las grandes potencias”.
Y como miembro pleno de UNASUR hace parte del Consejo Suramericano
de Defensa uno de cuyos deberes es enfrentar a cualquier potencia
extranjera que intente socavar la soberanía de cualquier nación
integrante. De ahí el apoyo irrestricto de UNASUR a la Argentina en el
conflicto de Las Malvinas contra los intereses de Inglaterra, socio de
EE.UU. y miembro activo de la OTAN.
El Consejo Suramericano de Defensa, según lo concibe Brasil, no
supone una alianza militar convencional, como la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino un foro para promover el
diálogo entre los ministerios de Defensa de la región.
4 UNASUR es un mecanismo de integración que permite discutir las
realidades y necesidades de Defensa de los países suramericanos; reducir
los conflictos y desconfianzas, y sentar las bases para la futura
formulación de una política común de Defensa sin la presencia de EE.UU.
El perfecto Caballo de Troya
Jobim, el ministro de Defensa brasileño, arquitecto de UNASUR junto
con el presidente Lula, al ser interrogado en 2008 por el secretario de
Defensa norteamericano sobre qué pudieran hacer los EE.UU. frente a la
creación del comando de defensa suramericano, contestó sin pestañear:
“mantenerse a distancia”.
Hay que recordar que Uribe se negó a participar en este mecanismo y
solo casi ocho meses después aceptó que Colombia hiciera parte. Santos,
por ese entonces ministro de Defensa, declaró que “nosotros no tenemos
nada que hacer allí”. Una posición que hoy retoma al preferir marcharse a
la OTAN a sabiendas que esto le representará un enorme coste al país.
Esa incomodidad de estar al lado de tantos vecinos con otro norte
debía romperse algún día. Y más cuando Colombia es el país suramericano
con mayor número de tratados con EE.UU. que datan de 1939.
Entre los acuerdos bilaterales vigentes se encuentran el Acuerdo de
Asistencia Militar suscrito en 1952 que consagra que cada uno de los
gobiernos acepta recibir personal del otro Gobierno para el cumplimiento
de las obligaciones. En el año 1974 se acuerda el establecimiento de
misiones del ejército, marina y aviación de EE.UU. en Colombia que
prorrogó la permanencia de las misiones militares, establecidas en
virtud de los convenios firmados entre los dos países el 14 de octubre
de 1946 y el 21 de febrero de 1949.
Recientemente, en 2004, el Estado colombiano suscribió el Anexo al
Convenio General para Ayuda Económica, Técnica y Afín o Plan Colombia,
que amplía la cooperación y establece un programa bilateral de control
de narcóticos y de las actividades terroristas y otras amenazas contra
la seguridad nacional de la República de Colombia.
El Memorando de Entendimiento para una Relación Estratégica de
Seguridad para Promover la Cooperación entre el Gobierno de la República
de Colombia y el Gobierno de los Estados Unidos de América, suscrito en
2007.
Aquí haría falta el Acuerdo complementario para la Cooperación y
Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los Gobiernos de la
República de Colombia y de los Estados Unidos de América, suscrito en
Bogotá el 30 de octubre de 2009, y que la Corte Constitucional tumbó
pues se requería de un tratado aprobado primero por el Congreso
Este acuerdo establece, entre decenas de artículos violatorios de la
soberanía nacional,el derecho al uso de las bases militares de Colombia
por parte de tropas norteamericanas,en especial de siete: Malambo,
Atlántico; Palanquero, en el Magdalena Medio; Apiay, en el Meta; las
bases navales de Cartagena y el Pacífico; el centro de entrenamiento de
Tolemaida y la base del Ejército de Larandia, en el Caquetá.
El fallo, del 17 de agosto de 2010, solo implica que la Presidencia
someta el Acuerdo el Congreso para cumplir con los requisitos de ley.
Seguramente este será el próximo paso de Santos. Todos los miembros de
la OTAN están obligados a permitir el acceso a sus bases militares.
Si hasta hace poco los más de tres mil kilómetros de frontera entre
México y Estados Unidos representaban, a la vez, la frontera de América
Latina con la OTAN, ahora, con estos pasos de Santos se convierte en el
perfecto Caballo de Troya en la propia región.