12/05/2013 por
Ferran P. Vilar
Es
muy interesante que, súbitamente, haya saltado la noticia de que la
concentración atmosférica de CO2 ha alcanzado las 400 ppmv (partes por
millón en volumen). En rigor es así, pero el dato sólo tiene sentido
desde una mirada profana, y quién sabe también si interesada. El dato de
concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera que se
toma como referencia en climatología es el promedio anual de cada año, y
no el registro de un momento concreto y efímero. En 2012, la
concentración promedio fue de 392,6 ppmv y, al ritmo anual de emisiones y
su variabilidad estimada, no se espera llegar a las 400 ppmv de
promedio anual hasta por lo menos los próximos dos a cuatro años.
Entonces, ¿de qué estamos hablando?
De cara, por ejemplo, a las consecuencias en el coste energético de
un país ¿tiene algún interés que, en un día de riguroso invierno, se
haya alcanzado
tal cifra record de consumo de energía eléctrica?
El interés es muy limitado, pues el dato relevante a efectos de coste
será el consumo medio anual, o el total anual, etc. Pues en nuestro caso
es lo mismo: que en el mes de mayo, y durante un solo día, la
concentración de CO2 medida en un solo observatorio (hoy ya son dos),
haya cambiado su tercer dígito del 3 al 4 – para volver, como ahora
veremos, al 3 al día siguiente (o casi) – no tiene, en mi opinión,
demasiado interés.
Sólo lo tendría en el caso de que, dada la devoción de los medios por
los récords de todo tipo, incluyendo los de escasa significación, fuera
aprovechada la circunstancia para informar sobre qué consecuencias
tiene el fenómeno. Pero los medios de comunicación españoles son opacos a
las mismas, no vaya a ser que los lectores se asusten, quieran
arreglarlo, y tengan así la tentación de cuestionarse demasiadas cosas.
Ahí están los grandes anunciantes para impedirlo: se puede hablar de
ello pero, por muy alarmante que sea el asunto, hay que hacerlo
sin alarmismos. Y sólo de vez en cuando.
Nivel del mar en función de la concentración atmosférica de CO2 (en equilibrio) (Science 310:456-460)
Cuando, hace tres millones de años, en una época que los geólogos
denominan Plioceno – momento que acabamos de descubrir que pertenece a
la Historia – la concentración de CO2 en la atmósfera era de 400 ppmv,
la temperatura media de la Tierra era entre 2 y 3 ºC superior a la
preindustrial, lo que, pese a las apariencias,
es muchísimo
(por ahora ya llevamos cerca de 1 ºC), a pesar de que la intensidad de
la radiación solar era menor que en la actualidad. También, y muy
importante, el nivel del mar que, como sabemos, es como el termómetro
del planeta, pero de reacción más lenta todavía, era decenas de metros
más elevado que el actual. Casi todas las zonas costeras actuales eran
terreno sumergido. Muy sumergido.
Que tengamos la suerte de que no sea ésta la situación presente tiene un motivo principal: la
inercia del sistema climático de la Tierra, debida básicamente al efecto de acumulación de calor por parte de los océanos y al
calor latente
de las grandes masas de hielo al fundirse. Los aerosoles emitidos por
la centrales eléctricas a base de carbón también contribuyen a la
moderación térmica actual de manera muy significativa: de no existir, la
temperatura habría aumentado ya mucho más.
Es decir: no ocurre
todavía, aunque el proceso hacia esa situación ya se ha iniciado. Dicho de otro modo: ocurrirá
inexorablemente,
salvo que encontremos la manera de retirar ese CO2 de la atmósfera y de
reducir su concentración por debajo de 350 ppmv. Nadie se atreve a
asegurar que eso sea algún día posible. En todo caso, se antoja una
empresa comparable a la de eliminar la sal de (todos) los mares. Pero
entonces surge una pregunta: ¿cuánta energía sería necesaria para ello? Y
otra: esa energía ¿generará (necesariamente) emisiones?
De hecho, cada mes de mayo, desde hace décadas, se produce un
récord histórico, pero sólo ha sido
noticia
cuando ha cambiado el tercer dígito. Veamos en todo caso por qué, a
mitad de la primavera, se produce un máximo anual en la concentración
atmosférica de CO2 – para después disminuir notablemente buena parte del
resto del año.
Esta oscilación no tiene nada que ver con los combustibles fósiles, sino con la
variabilidad natural
de la biosfera. Las plantas absorben CO2 cuando crecen, y lo emiten
cuando decaen. La descomposición de la biosfera vegetal, en su
decaimiento otoñal, genera CO2, que va a parar a la atmósfera. La
concentración atmosférica de CO2 aumenta. Por el contrario, en primavera
se reinicia la foliación y se reanuda el crecimiento, succionando para
ello CO2 de la atmósfera y reduciendo así su concentración atmosférica.
Éste es el ciclo natural permanente, independiente de las emisiones
antropogénicas.
Mediciones
de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, y de la
disminución equivalente de oxígeno, lo que no ocurriría de no proceder
de la combustión (Charles Keeling, 1976; Ralph Keeling, 1996)
Dado que las estaciones en ambos hemisferios tienen lugar en
oposición, podría pensarse que este efecto queda compensado. Sin
embargo, existe una diferencia fundamental entre ambos hemisferios que
rara vez tenemos presente: el del norte tiene mucho mayor porcentaje de
tierra firme, y así de vegetación, que el del sur. De modo que el efecto
no se compensa, sino que domina el crecimiento vegetal del hemisferio
norte frente a la descomposición del hemisferio sur. Así, la
concentración de CO2 aumenta a partir de noviembre hasta mitades de
mayo, para luego disminuir. De ahí las oscilaciones de la figura, de
periodicidad anual, superpuestas a la línea de crecimiento interanual de
la concentración media, ésta si debida a las emisiones antropogénicas.
A este respecto, El País
dice textualmente:
“El dióxido de carbono aumenta y desciende
en ciclos temporales y su nivel volverá a situarse por debajo de las
400 ppa en el verano ya que el crecimiento de las plantas en el
hemisferio norte lanza 10.000 millones de toneladas de carbono a la
atmósfera entonces”.
Y dice mal, muy mal, porque si se
lanzara esa cantidad de
carbono la concentración aumentaría en lugar de disminuir como afirma.
Por lo demás, nadie sabe, o yo desde luego, qué demonios es esto de las
ppa, pues la concentración se mide en partes por millón en volumen
(ppmv). Quién ha visto y quién ve a El País, que falla ya hasta en las
traducciones del New York Times, origen de la información. El cual, por
cierto,
si informa de las consecuencias en temperatura y nivel del mar.
Sobre el nivel del mar tampoco
dice nada El Mundo. Pero si sobre la temperatura, citando sólo la zona inferior del margen de incertidumbre cuando sabemos,
desde hace años,
que es más probable la zona superior. Este periódico, el medio español
impreso que ‘mejor’ informa sobre cambio climático – tras la
desaparición de Público – tiene la osadía de hacer referencia al límite
de seguridad de 350 ppm – origen incluso de una organización activista
con esta denominación,
350.org – reproduciendo (?) un párrafo de un
paper de James Hansen (NASA) de 2008:
“Si la humanidad desea preservar un
planeta similar a aquel en el que las civilizaciones se desarrollaron y
al que la vida en la Tierra está adaptada, debemos de reducir las
emisiones hasta un máximo de 350 partes por millón”.
Pero que El Mundo sea el que mejor informa no significa que alcance
el aprobado pues, por ejemplo, en el texto, a diferencia de la cita,
habla de
partículas por millón, cosa que es una cantada
importante: el CO2 no son partículas, sino moléculas de un gas. Peor
todavía: hasta la cita de Hansen está mal transcrita o traducida, pues
las emisiones no se miden en ppm, sino en (decenas de miles de millones
de) toneladas de carbono o de CO2. El autor original se refería, desde
luego, a reducir las emisiones para que la concentración atmosférica de
CO2 no supere las 350 ppm. Y para ello, el propio James Hansen y su
equipo de la NASA nos
señaló, ya en 2011, cuál es la
solución:
es preciso reducir las emisiones a un ritmo del 6% anual (!), empezando
en 2013, y durante cincuenta años (!), además de reforestar todo lo
posible para absorber el exceso.
Eso es lo que los medios no quieren, o no pueden, decir. Porque
asumir esta situación supone aceptar la imposibilidad de resolver un
problema de nivel existencial en el marco del sistema económico vigente,
y hasta ahí podíamos llegar. Ellos saben que no puede ser por mucho que
algunos, ecologistas incluidos, nos lo quieran pintar de verde.
En estas condiciones, casi sería mejor que asumieran su
incompetencia, o su hipocresía, y callaran. Porque ahora existe el riego
de que, dentro de pocos meses, vengan y nos digan que la concentración
de CO2 en la atmósfera… ¡ha disminuido! Con lo cual, hasta podríamos
quedarnos con la impresión de que vamos por el buen camino.