La
clave de la solución dialogada y pacífica al conflicto no se halla en
cerrar las puertas a la política, sino en abrirlas de par en par. Ha
llegado esa hora.
La
política se refiere al universo de la conducción social. Toda
agrupación humana asume una forma organizativa, una distribución de
funciones con miras a un objetivo. La determinación de ese objetivo, de
esas funciones, de esa forma de organización, conforma precisamente el
campo de la política. Los integrantes de la sociedad suelen discutir al
respecto y asumir posiciones.
A
esto último se le llama propiamente debate político. Por las modernas
ciencias sociales sabemos que el origen último de toda posición política
se relaciona con la economía, con los intereses económicos que se
persigan en una sociedad. Y hasta ahora, podemos afirmar sin temores que
toda sociedad se encuentra dividida en clases sociales con intereses
encontrados.
Por
tanto la política es la manifestación pública de los intereses
contradictorios que existen entre las clases sociales que conforman la
sociedad. Las distintas concepciones políticas, por ideales y elevadas
que puedan parecer, siempre expresan aspiraciones de clase, delatan el
punto de vista de un sector social identificado con aspiraciones
económicas comunes.
Las
FARC-EP jamás hemos intentado ocultar nuestro carácter político, y
mucho menos procurado esconder la naturaleza de clase de nuestras
posiciones. Siempre hemos expuesto nuestras propuestas para la sociedad
colombiana, nuestra visión del futuro y del Estado. Y lo hemos hecho
repetidamente en nombre de los sectores sociales y económicos más
desfavorecidos del país.
Hacer
política con las armas no es una decisión tomada al azar. Obedece a
circunstancias muy precisas que voluntariamente nadie estaría dispuesto a
asumir. La guerra, sobre todo la que se ha de librar en condiciones
absolutamente desiguales, no puede representar algo atractivo para
nadie. En realidad, parece más el acto desesperado de quien no encuentra
otra salida.
La
rebelión, como alzamiento en armas contra el gobierno a fin de
sustituirlo, es por naturaleza una acción de fuerza, que implica contar
con recursos suficientes para enfrentar al contendiente con alguna
posibilidad de éxito. Por ello la mayoría de las rebeliones, y la
historia colombiana es pródiga en ello, han tenido origen al interior
del mismo régimen.
Un
sector de gobernantes o militares inconformes con el gobierno central
deciden emplear las tropas bajo su mando contra él, en procura de
derrotarlo y desplazarlo. Entonces se produce un golpe de Estado o una
guerra civil declarada, eventos que de resultar exitosos implican un
cambio en la dirección del Estado, pero que de fracasar serán juzgados
como rebeliones o delitos políticos.
Aunque
también se dan los levantamientos armados ajenos a los entretelones del
poder, aquellos de origen puramente popular, desiguales en recursos,
que enfrentan un puñado de campesinos, obreros, desempleados,
estudiantes, intelectuales y sectores medios contra las todopoderosas
instituciones del Estado. Luchas o insurrecciones que por aspirar al
poder también son políticas.
De
allí viene que el tratamiento judicial aplicable a los rebeldes se
halle íntimamente ligado a su derrota. Se juzga y condena a los
vencidos. Además, por pura experiencia histórica, dado que el vencedor
de hoy puede ser el perdedor mañana, la actitud hacia los vencidos en un
levantamiento suele ser generosa. Salvo, claro está, cuando el poder
pertenece a oprobiosas dictaduras.
Alzarse
en armas es una acción de naturaleza política, de alto riesgo para la
vida de quienes lo hacen y para el proyecto político que encarnan,
siempre sujetos al peligro del aplastamiento violento por cuenta del
poder.No puede olvidarse que el poder es violencia organizada. Lo que
las FARC hacemos con nuestras acciones, es política. Eso no puede
desconocerse.
Afirmar
que si las FARC no entregamos las armas no podremos hacer política, es
un contrasentido evidente. El solo hecho de rebelarnos nos hace
políticos, como lo reafirma el proceso de paz iniciado por el gobierno
de Juan Manuel Santos. No se abre una mesa de conversaciones sino con un
interlocutor político, la propia mesa es una acción política.
Existe
un gran debate en el país en torno al proceso de paz de La Habana. Ese
debate es político, y consecuencial a la presencia de las FARC en la
Mesa, que corresponde a la vez a la actividad continua de las FARC
durante 49 años de conflicto interno. Son las propuestas políticas de
las FARC las que agitan y promueven ardientes debates en amplios
sectores de la vida nacional.
Y
eso es hacer política. Con el aval del gobierno. Y de la comunidad
internacional, que de una u otra manera se mueve diariamente a expresar
su apoyo a las conversaciones y a la búsqueda de una solución dialogada.
Las FARC-EP ya estamos haciendo política, incluso por medios legales y
hasta diplomáticos. El gobierno abre la compuerta y luego se alarma
porque brota el chorro.
Si
de lo que se trata es precisamente de eso. De crear las condiciones
para que en nuestro país carezca de sentido alzarse en armas. Y eso, en
palabras sencillas, significa tolerar que quienes plantean alternativas
políticas distintas a las permitidas, puedan hacerlo sin ningún riesgo
para su vida o su libertad personal. El proceso de paz busca discutir y
consensuar opciones al respecto.
En
eso consiste el compromiso de las dos partes sentadas a la Mesa. Y es
eso también lo que apoyan y aplauden todos los amigos sinceros de la
terminación del conflicto y la construcción de la paz en nuestro país.
Descalificar de entrada, alegar el desconocimiento de la Agenda,
advertir que no se considerarán las propuestas de la contraparte, no
ayuda en nada a la reconciliación.
Y
menos amenazar con no dejar hacer política al otro. La política siempre
se hará, porque es connatural a la especie humana, como lo advirtió el
propio Aristóteles. Cuando más se dará por cauces insospechados y
tormentosos. Pero no podrá evitársela. Cuando se es vencedor no se
conversa con los vencidos, simplemente se les juzga y condena.
Pero
cuando el desangre se ha prolongado por décadas y décadas sin que el
Estado pueda proclamar su victoria, cuando la alternativa es continuar
generación tras generación en lo mismo, entonces cabe pensar en una
salida distinta, consensuada, ajena a las imposiciones. La clave para
ello no se halla en cerrar las puertas a la política, sino en abrirlas
de par en par. Ha llegado la hora.