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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

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Falsa democracia

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[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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LOS RICOS NO VAN A LA GUERRA

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Pueblos Indígenas contra la mercantilización de la tierra

por Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
El 9 de agosto se celebra un año más el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, jornada que como la mayoría de estos días internacionales, así declarados generalmente por las Naciones Unidas, pasará prácticamente inadvertida. Posiblemente algún acto en algunas sedes del organismo internacional, quizá alguna declaración de algún alto funcionario y, puede que diversos actos, más o menos folklóricos, en no muchos países del mundo. Y el día pasará.

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Del perdón y la reconciliación II


Allende La Paz, Cambio Total.

Continuamos hablando de « perdón y reconciliación », lo cual es sumamente complejo. Por ello hemos subdividido los ámbitos en que se desarrolla la guerra y por ende el perdón que se aplicaría al firmar la Paz o aún antes. Hoy continuamos con el abordaje en el ámbito de la lucha de clases.

... Ámbito de la Lucha de Clases

La guerra entonces es adelantada por la oligarquía con todo su rigor, con extrema sevicia, amparándose en que ante « un enemigo brutal » como el « comunismo » tiene que adelantar una guerra salvaje, sin reglas y sin ningún escrúpulo, y escondiendo, soslayando al tiempo, que son ellos los que inician la confrontación y degradan el conflicto al usar todas las herramientas a su alcance, incluso recurriendo a « contubernios impúdicos » como el uso de la herramienta narco-paramilitar para tratar de alcanzar sus malévolos fines. 

Cuando en la década de los 80 los narcotraficantes del Cartel de Medellín responden al secuestro de una de las Ochoa por parte del M-19, le ofrecen en bandeja de plata los monstruos del sicariato a los militares que ven en esa herramienta la forma de « lavar sus pecados ». Se reutiliza la herramienta de los paramilitares de « la Violencia » de los años 50, ahora aderezados con más y horripilantes crímenes causados por los « sicarios en moto », los « asesinos de la MotoSierra », los « Mochacabezas » y otros esperpentos no menos dantescos.

Se iniciaba así la orgía de sangre que tras el narco-paramilitarismo realizaban unas fuerzas militares que escondían su feo rostro tras la fachada de los narcoparamilitares, quienes dizque habían « nacido como forma de defensa ante los abusos de la guerrilla ». Nada más falso, como lo comprueba el Informe Basta Ya !, publicado este año 2013.

Evidentemente que el gobierno colombiano conocía y recomendaba ésta política y prueba de ello es que el narco-paramilitarsmo se extiende, cómo no !, entre los politiqueros tradicionales, que lo ven y lo usan como una forma para segur manteniendo su nivel de vida y de defensa de sus torcidos intereses, además de forma de hacer perenne el control político sobre las regiones, configurándose lo que se ha dado en llamar narco-para-política uribista, la cual no solo es usada por Uribe Vélez sino que ha sido usada por todos los presidentes desde la década de los 70, incluído el presidente JM Santos.  

Se demuestra aquí que la guerra o conflicto interno ha servido para lograr tres objetivos :

  1. Convertir a Colombia en un aliado de la guerra anticomunista, es decir, en su lacayo.
  2. Convertir a Colombia en un laboratorio de contrainsurgencia con la formación de la oficialidad en las Escuelas de las Américas y exportación de las monstruosas creaciones oligárquicas, y
  3. Proteger los intereses de los sectores en el poder –oligarquía, terratenientes, ganaderos, agroempresarios- y al mismo tiempo mantener un férreo control de todo tipo sobre las regiones y sobre su Estado.
Estos objetivos están cumplidos plenamente y por ello la oligarquía se muestra paquidérmica ante las exigencias sociales del pueblo. La única solución ante los problemas del pueblo colombiano es la misma desde 1886 : represión. Represión sustentada por la DSN, la cual ha sumido al pueblo en una terrible criris humanitaria.

La lucha aquí evidenciada nos hace pensar que ella también es representación de la lucha entre los « enemigos de clase ». Las dos partes enfrentadas –guerrilla y estado- representan dos visiones e intereses antagónicos que no buscan una conciliación per se y por el contrario buscan a como dé lugar un vencimiento de una u otra parte. Sin embargo, en esta lucha han sido las FARC la parte más clara en relación de cuáles intereses representa ya que ha ondeado la bandera de la Paz desde su propio nacimiento como forma de perdón y humanitarismo que pretende evitarle al pueblo los sufrimientos injustos de la guerra y, por el contrario, el Estado ha sido incapaz de ver que la Paz hubiera evitado tantos dolores a la sociedad colombiana e insiste en la guerra como única forma de solucionar conflictos, conflictos creados por ellos mismos.

De tal manera, que desde el punto de vista de la lucha de clases el perdón se nos presenta como la Paz que buscan las FARC a través de la solución política al conflicto interno y el no-perdón se nos presenta con todas las estridencias desde el Estado y su gobierno amenazando –y cumpliendo- con más guerra contra el pueblo, con más armas sofisticadas como los drones, aviones que « matan sin remordimientos » ya que no tienen pilotos, y con más recursos para asesinar la vida de los colombiaqnos pobres.

Es imprescindible aclarar que el Estado colombiano es un estado de clase, que responde a los interes de clase de la oligarquía, y si muestra uno que otro interés por lo « social » no es porque son humanitaristas, sino porque en determinado momento sus interes coinciden con los de la clase dominada a fin de seguir ejerciendo su dominio de clase, o porque momentáneamente le conviene mostrarse « humanitaria ». En el capitalismo, aún en el más democrático, el pueblo sufre el rigor y la fuerza del aparato armado que sirve a la burguesia, ello es más que palpable en el caso colombiano, y la guerra que se libra al interior del territorio nacional es la guerra que le sirve a la oligarquía y al imperio para seguir manteniendo el poder en sus manos.

Por todo lo anterior, el conflicto interno como sumum de la lucha de clases en nuestro país es un conflicto que sólo será superado si la oligarquía –y su amo imperial- entienden que la guerra sólo llevará catástrofes y sufrimientos a la sociedad en su conjunto, y que las probabilidades de un triunfo popular es cada vez mayor en la medida en que la guerra es profundizada por las fuerzas militares-narcoparamilitares estatales y el Estado abandona –como la ha hecho- sus obligaciones con las clases desafectas del poder, a saber, satisfacción de las necesidades de obreros, campesinos, estudiantes, mujeres, niños, clases medias, etc.
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Miedo a la traición

Por Yezid Arteta, Revista Semana.

OPINIÓNContrario a lo que muchos auguran, el gobierno de Santos sí puede firmar un acuerdo de paz con las FARC y probablemente con el ELN.

Sostener un proceso de negociación y llevarlo hasta la firma de un acuerdo de paz no es una decisión sencilla para los delegados de una organización rebelde. Es un acto de valentía, me comentaba un dirigente de la izquierda abertzale del país vasco. 

La sombra de la t
raición martilla sobre el cerebro de los negociadores y pueden llegar a creer que la dejación de las armas es una forma de capitulación y que para nada han servido tantos años de penurias. 

En alguna ocasión escuchaba al filósofo Vicent Martínez disertar sobre La Paz Perpetua de Emmanuel Kant en la Universidad Pompeu Fabra. El aula queda frente al zoológico de Barcelona y cuando Martínez defendía con vehemencia la filosofía de la paz, un león rugía desde su jaula de encierro. Por supuesto que todos nos carcajeábamos pero no por eso la argumentación se suspendió. No hay que dejarse asustar por los rugidos. 

Cuando renuncié a la lucha armada, nadie de la izquierda me jodió la vida. Algunos no compartieron mi decisión pero la respetaron. En cambio la derecha rupestre sigue jodiendo y algunos de sus gaticos continúan escribiendo necedades contra mí. No tienen sentido del humor y pararle bolas es como devolverse a la televisión en blanco y negro o al cine mudo. Soñaban con verme junto a su camada de gaticos lanzado violentos maullidos contra la izquierda. Su lógica política es elemental: a quien no está en nuestra pandilla de chicos traviesos hay que combatirlo sin cuartel.

Los refractarios al actual proceso de paz sienten no haber iniciado una negociación con las FARC ¿Por qué Santos y no nosotros? ¿Por qué Santos dio con la tecla y no nosotros? Son preguntas que se hacen sin perder de vista la calculadora electoral. Seguirán tirando balones fuera para enredar y ganar tiempo. Van a saco contra el proceso de paz porque no lo están liderando y si la vaina cuaja se pueden quedar con el trasero al aire.   

Escoremos ahora el barco hacía la izquierda. Hace poco, Hernando Calvo Ospina, periodista de Le Monde Diplomatique, escudriñaba en la interioridad intelectual de los negociadores de las FARC. ¿Hay oposición entre el camino de las reformas y la ideología de la praxis?, preguntaba Calvo. Algunas organizaciones de izquierda colombianas dicen que nos volvimos una guerrilla reformista, respondía el delegatario Iván Márquez. 

¿A qué organizaciones de izquierda se refiere Márquez? Sé de algunos curiosos personajes de mirada terrible que en sus comentarios les exigen a los rebeldes colombianos que se sigan partiendo la cara y combatan con un arma hasta la muerte.

Quieren que otros se jodan por la causa mientras ellos siguen viviendo de la causa. Recuerdo a uno de ellos que tildaba de traidores a no sé quien y sin embargo una vez lo vi muy triste porque había perdido en el metro su jersey color vinotinto, tricotado, con cremallera. A otra la vi llorar inconsolable cuando murió su mascota, un ratón hámster, y sin embargo no deja caer una sola lágrima por la gente que muere en combate o asesinada por defender un pedazo de tierra. 

Más divertidos son los teóricos. Luego de varias noches de insomnio, por fin dan con la cita para poner en duda los eventuales acuerdos que la guerrilla firme con el gobierno. Siempre se puede sacar algo de los tres tomos de las obras escogidas de Lenin publicadas por Editorial Progreso. Deliran frente al computador. Golpean con furia las teclas. Se desdoblan y escriben tal como si lo hicieran desde el tren de Finlandia y una multitud de obreros esperaran su llegada a Petrogrado. 

Se perfila una traición en La Habana, subraya el libelista, desde su MacBook. No tiene la menor idea de los padecimientos por los que han pasado los rebeldes para sostener su causa y forzar una negociación, pero continúa escribiendo. A estos tampoco hay que tomarlos en serio pero se les puede leer como pasatiempo si no tenemos crucigramas o sudokus a la mano.  

Se pueden dejar las armas y la violencia como métodos de lucha sin abandonar el talante transformador. No es fácil tomar esta decisión cuando te has jugado el pellejo por tus ideas. Cuando una organización rebelde decide en su fuero interno conquistar sus ideales sin recurrir a las armas, no hay lugar para pensar que tal decisión es un acta de rendición. 

Por razones académicas, concurrí a varios conversatorios con excombatientes asiáticos y africanos. Había un denominador común entre todos los que participábamos: las armas eran asunto del pasado. Unos porque habían ganado la guerra y ahora ostentaban rangos de generales o de ministros de Estado. Otros porque alcanzaron acuerdos de paz y dedicaban su vida a reconstruir el tejido social afectado por la catástrofe o estaban organizándose en partido político. 

Conversé largamente con algunos que habían sido procesados en una Corte Penal Internacional y fueron absueltos. Pedí explicaciones a los exguerrilleros nepaleses sobre el acuerdo logrado para liquidar el régimen monárquico. Los sudaneses se preparaban para la creación del nuevo Estado – Sudán del Sur - y los filipinos tenían acuerdos muy avanzados con el gobierno. A pesar de las diferencias culturales y la naturaleza de los conflictos, quedé con la impresión de que todas las organizaciones rebeldes del mundo han tenido sus miedos a la hora de poner punto final a su singladura de guerra.

El gobierno de Santos puede firmar un acuerdo de paz con las FARC y probablemente con el ELN. Creo que estas dos organizaciones tienen futuro político en Colombia. No las tienen todas consigo pero con el concurso de las agrupaciones de izquierda y otros motores sociales que poseen una larga andadura legal pueden cambiar radicalmente el mapa político del país. Tienen programa, ideas, cuadros y un capital social en sus zonas de influencia. ¿Qué más se le puede pedir a la historia? Hay pueblos en Latinoamérica que han arrancado con menos y allí están, volteando la tortilla. 

*Exguerrillero de las FARC, abogado, sociólogo y analista de conflictos.

Santos es malo, pero Uribe es peor

Por: Esteban Carlos Mejía

Lo digo sin rodeos: Uribe me cae como una patada en... salva sea la parte. Sus políticas me repugnan: entreguismo a trasnacionales, favorecimiento a terratenientes extranjeros y nacionales, neoliberalismo inclemente, convivencia con paramilitares, represión al pueblo, hostigamiento a magistrados, periodistas y opositores.

Me parece un capataz mediocre, rezandero y vengativo, siempre a los gritos, insultando y machacando a los que no reverencian su presunta inteligencia superior.

Sin embargo, durante sus ocho años de pérfido mandato le rogué a los dioses que no tuviera faltas temporales ni, mucho menos, absolutas, con tal de que su vice, el indescriptible Francisco Santos, alias Pachito, no fuera presidente. De rodillas le imploré a Júpiter, dios de dioses, para que protegiera a Uribe de todo mal. Le supliqué a Neptuno, dios de los mares, los terremotos y los caballos, que saliera ileso de sus cabalgatas entre culebras vivas (sic) y huevitos espurios. Hasta le recé a Marte, dios de la guerra, la violencia y el derramamiento de sangre, para que no le doliera ni una muela. Así fue: en el Olimpo oyeron mis súplicas. Salió sin un rasguño. Y para bien de la nación, Pachito no tuvo manera de sentarse en el solio de Bolívar.

Tres años después del milagro, a Uribe se le ha metido que el candidato de su natillera sea Pachito. No sabe uno si reír o llorar. Para empezar, en un gesto de mínima decencia, el autodenominado Centro Democrático debería cambiarse el nombre y llamarse como lo que es en realidad, Derecha Democrática. O, mejor, Extrema Derecha Democrática, si quieren meterle chispa a la campaña. Imposible, Uribe no tiene sentido del humor ni honestidad política. El Centro Democrático se seguirá llamando así, aunque su nombre sea una flagrante mentira. Al igual que su precandidato favorito, este Pachito de los mil demonios, entre cínico y candoroso, con sus ideas silvestres, su ineptitud a carta cabal y su pose de camorrista: “Las moscas se espantan / Así que lo ven, / Y él mismo al mirarse / Se asusta también”.

Puede que alguna gente vote por Uribe. Innegable. No votan, eso sí, por sus uribitos, llámense Peñalosa, Arias o Pachito. Fíjense en las últimas elecciones de alcaldes y gobernadores. Uribe no ganó en ninguna parte, ni siquiera en Medellín y Antioquia. ¿Pasará lo mismo en las presidenciales? Todavía no he consultado a Apolo, dios de la profecía. Ya veremos. Mientras tanto, créanme una cosa: Juan Manuel es malo, pero Pachito es peor. Créanme aún más, los dos Santos son malos, pero Uribe es peor. ¿Peor? Pésimo. No, qué digo. ¡Perverso! O sea, “sumamente malo, que causa daño intencionadamente, que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas”, según la definición de la impasible y, no pocas veces, temeraria Real Academia Española.

Rabito de paja: ¿Quiénes son los espías uribistas en los cuarteles? El ministrico Pinzón, que habla tan bonito, ¿por qué calla? El general Navas, comandante de las Fuerzas Militares, dijo que el sapo era “un traidor”. ¿Será acaso el general León, de la Policía, que tanto extraña a Uribe? ¿Ya las fuerzas están listas para el ruido de sables?

Rabillo: “No existe ideal que no esté encendido por una gran pasión”. Norberto Bobbio, en Derecha e izquierda, 1995.

  • Esteban Carlos Mejía | Elespectador.com


Ojo con los militares

Por: María Paula Saffon

En paralelo a las negociaciones de La Habana se adelantan varias reformas que buscan otorgar a los militares una serie de prerrogativas muy preocupantes para un escenario de postconflicto.

Primero vino el fuero penal militar; ahora las propuestas de que participen en política y de que no se elimine el impuesto al patrimonio, que incrementó sustancialmente sus recursos en los últimos años. Estas reformas son problemáticas porque parecen buscar que el ya de por sí enorme poder de los militares incremente durante la transición de la guerra a la paz, e incluso cuando cese el conflicto. Tal fortalecimiento amenaza uno de los objetivos centrales de la justicia transicional: la garantía de no repetición de las atrocidades.

La garantía de no repetición consiste en desmontar las estructuras que facilitaron la comisión de atrocidades a través de diversos mecanismos de reforma institucional. Las reformas más usuales a nivel mundial incluyen las purgas de los aparatos de seguridad del estado con el fin de excluir a quienes participaron o colaboraron en la comisión de atrocidades. También incluyen la limitación de los poderes excepcionales de la fuerza pública y la  reducción del presupuesto militar, que empiezan a perder justificación a medida que la amenaza de los actores armados disminuye. En el caso colombiano, estas reformas resultan fundamentales dada la capacidad de influencia y la ausencia de control que adquirió el ejército en el transcurso del conflicto, que facilitaron su relación con los paramilitares y la comisión directa de crímenes atroces.
 
Sin embargo, todas las propuestas actuales referidas a los militares apuntan en la dirección opuesta. El fuero penal les otorga el privilegio de sustraerse del control de la justicia ordinaria, lo cual dificulta que sean responsabilizados por los crímenes que han cometido contra civiles. La propuesta de que participen en política haría posible que utilizaran el poder que les da las armas para influir en los votos de las comunidades bajo su control e incluso para  ser elegidos, sumando así el poder político al militar. La propuesta de mantener el impuesto al patrimonio implicaría que, aun después de la eventual desmovilización de las guerrillas, el ejército siguiera recibiendo las cuantiosas sumas con las cuales se ha convertido en uno de los ejércitos más poderosos del mundo en cuanto a recursos y nivel de profesionalización. Es razonable que esos recursos se mantengan mientras continúe el conflicto, pero una propuesta seria debería condicionar su continuidad a la desmovilización de todos los actores armados.

Hay quienes defienden el fortalecimiento del ejército con la idea de que debería recompensarse la labor de defensa de la ciudadanía que desarrolló al combatir a la guerrilla. Pero esto olvida que, en el postconflicto, los militares deberán jugar un rol muy distinto que el del combate, consistente en velar por la seguridad nacional y la vigencia de las instituciones. Para ese nuevo rol, es vital que estén sometidos a las leyes, y ello requiere restringir su poder. Limitar al ejército no significa restarle mérito a su labor de protección de la ciudadanía; significa dignificarlo, y prepararlo para el nuevo rol que cumplirá. Hoy, el ejército colombiano tiene una capacidad inusitada para influir en (e incluso poner en jaque a) las decisiones políticas. Si esa capacidad incrementa, es muy difícil que los militares respeten a futuro la democracia y el estado de derecho. Las experiencias militares del cono sur en la década del 70 son un doloroso ejemplo de ello.
*Candidata al doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Columbia, e investigadora asociada de Dejusticia.
  • María Paula Saffon* | Elespectador.com


 

Dossier Álvaro Uribe Vélez

Colombia Invisible - Unai Aranzadi

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Basta de Terrorismo de Estado

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