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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

Colombia: Falsa Democracia
Falsa democracia

RECOMENDADO CAMBIO TOTAL

[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

Hey loco, No dispares!

Vamos a Cuentiarnos la Paz

LOS RICOS NO VAN A LA GUERRA

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Un fin de año diferente


Allende La Paz, Cambio Total.

Un fin de año diferente por muchas razones. El pueblo se ha manifestado durante el 2013 y lo ha hecho de manera contundente y clara. 

Unas de las razones de ese despertar de las masas definitivamente es producto por los nuevos aires que se respiran en todos los rincones del país en razón de las Conversaciones de Paz en La Habana. La búsqueda de la Paz –consigna bandera de las FARC-EP- está íntimamente relacionada con los que se llama la Solución Política al Conflicto Interno Colombiano. Con ello queremos destacar que una y otro no se pueden separar y son un todo dialéctico y dialógico.

Ese despertar del pueblo colombiano, venciendo años y años de Terrorismo de Estado, es un parte de victoria del pueblo contra las políticas guerreristas adelantadas desde el Estado, por orden del imperio estadounidense. Al mismo tiempo el pueblo ha logrado reconstruir su tejido social –una de las metas del Terrorismo Estatal-, y vemos organizaciones como la Marcha Patriótica, el resurgir de la U.P., así como sus organizaciones sociales y sindicales, que nos hacen mirar con optimismo histórico el año por venir.

Es claro entonces, que así como las FARC-EP contuvo y derrotó el Plan Colombia –reafirmado por el Informe de la Fundación Paz y Reconciliación-, el pueblo ha desarrollado su propia línea de acción conjugándose con los guerrilleros ya que ambos son pueblo, uno armado y otro desarmado. El hecho de las Conversaciones en La Habana nos muestra que el gobierno está allí obligado, como lo demuestra la supuesta « neutralidad » de JMSantos con el procurador en el hecho de la destitución del alcalde de Bogotá. Y el estar obligado lo hace una parte indecisa, que da bandazos hacia uno u otro lado, sin decidirse con todo por la Paz.

La Paz merece no las declaraciones copiadas del presidente JMSantos, si no una decidida campaña para enfrentar a los « enemigos de la Paz » que a cada momento están atravesándose como « vacas muertas » en el sendero de la Paz. No se puede permitir que los « enemigos de la Paz » hagan todo lo que han hecho hasta culminar con la destitución del alclade de Bogotá, a menos, claro, que se quiera pescar en río revuelto y exasperar a los delegados de las FARC-EP (cosa que nunca lograrán).

El presidente JMSantos debería aprovechar la despedida de fin de año para reafirmar su compromiso con la Paz de verdad verdad, así como las FARC-EP han continuado con sus gestos unilaterales de Paz con la declaratoria de una nuevo cese de fuego unilateral, lo cual deberá desembocar en un cese de fuegos bilateral, como el pueblo demanda ya que en últimas son ellos los que ponen los muertos en la confrontación. Igualmente debería evaluar con piés de plomo las movilizaciones populares del 2013 que están mostrando que el pueblo está rebosado de las políticas económicas-militares adelantadas desde la « Casa de Nari ».

Como sabemos que no se darán los puntos enunciados, en enero comienzan a abrirse fuego las movilizaciones populares pacíficas, desarmadas, civilistas, que al igual que en el 2013 y los tiempos pasados son respondidas con represión y más represión e incumplimiento de las promesas hechas para tratar de sofocar el incendio del país, incendio que corre por cuenta de la oligarquía y el imperio.

Empero, en esta nueva situación que estamos viviendo éste fin de año, les enviamos desde Cambio Total un fraterno y revolucionario abrazo.

Resumen Anncol: Que el 10 de enero se unan todas las protestas. Por un movimiento de movimientos

Agencia de Noticias Nueva Colombia, ANNCOL
Web: www.anncol.eu, Redacción: anncol@anncol.eu,
YouTube: http://www.youtube.com/user/anncol4?feature=mhee
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ACTUALIDAD

Que el 10 de enero se unan todas las protestas. Por un movimiento de movimientos
Dec 18. La oligarquía colombiana y su infraestructura política fascista no se esperaban la reacción popular a propósito de la arbitraria destitucion del Alcalde Gustavo Petro y el sabotaje deliberado al Plan de Desarrollo Bogotá Humana que avanza en sus propósitos de reforma social, política y ambiental. Leer más.



 


 


¿Cuál es la verdadera fuerza de las Farc hoy?

Dec 18. En un detallado y minucioso informe denominado El estado del conflicto en Colombia durante el año 2013, realizado por la Fundación Paz y Reconciliación, el analista Ariel Ávila y su equipo investigativo, en el capítulo que concierne a las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), logran dilucidar con datos fácticos cómo se encuentra esa guerrilla en el presente, en medio de una negociación de paz en La Habana. Leer más.

 

¡LIBERTAD A JOAQUÍN PÉREZ!

DÍA 965

Cultura

El zapatero de Provincia.

Novela por Alberto Pinzón Sánchez


18 December 2013

Marcoalirio Ariza estaba sentado sobre una pequeña banqueta,  martillando una suela de zapato con un martillo pequeño de mazo plancheto, sobre un pie de hierro encabado en un pedazo de madera que sostenía entre las piernas. El pequeño cuchitril oscuro y sucio donde trabajaba, quedaba bajo el nivel de la casa y tenía una grada para adentrarse en él. La pequeña casa donde él malvivía y trabajaba solitario, quedaba en una de las salidas de Provincia; tenía piso de tierra oscura pisada donde yacían esparcidas algunas botellas vacías de aguardiente, paredes delgadas de adobe y techo de paja gris, gruesa, larga y trenzada. Cuando vio llegar al médico a la puerta de la zapatería, alzó la cara y mirándolo intensamente con el único ojo que tenía, le dijo:
- Doctor siquiera que vino, porque las pastillas ya se me están acabando.
Su frente era amplia y el escaso pelo echado hacia atrás trataba de ocultar una gran cicatriz ancha fibrosa y oscura como un cordón, que le recorría de lado a lado la cara pasando por la cuenca derecha vacía tapada por el parpado caído del ojo derecho, para terminar a en la mandíbula del lado izquierdo dando la impresión de ser una persona a quien le habían partido en dos mitades la cabeza. La ceja derecha formaba parte del cordón fibroso de la cicatriz, pero la izquierda ya mostraba los vellos ralos de la madarosis. El cordón cicatricial dividía también en dos mitades el cuerpo ancho, bulboso y de piel brillante de la nariz, pasando por un lado de la comisura labial izquierda (que acentuaba su imagen trágica) dejando la boca grande y carnosa libre, hasta llegar al borde de la quijada, dándole a su edad madura cierta imprecisión. En ese momento el médico le preguntó:
 - Pero Marcoalirio, no estará tomando aguardiente con las pastillas que le dejo ¿No?
Volvió a mirar al médico con su ojo único que dejaba ver una sombra oscura de indiferencia y le respondió:- ¿Pero qué quiere doctor, que baje esas pepas y todo el tormento de mis recuerdos, solamente con agua del aljibe?
Siendo un acuerpado adolescente, Marcoalirio vivía con sus padres y sus dos hermanas menores en una pequeña parcela de pendiente, cultivada con algunas matas de café y plátano en la vereda la Cuchilla de Provincia; allá donde la cordillera se quiebra para aplanarse en el altiplano Central. Fue un sábado a Provincia a comprar algunas provisiones, principalmente baterías o pilas para la linterna, velas de parafina, puntillas y clavos para las reparaciones en la casa y las cercas, sal mineralizada para las dos vacas caseras que tenía su madre y que cotidianamente les daban el desayuno a toda la familia. Al salir de la tienda, un día luminoso y cálido como los de Provincia, una patrulla de soldados vestidos de verde y armados con grandes y pesados fusiles, al verlo joven y enruanado en el calor de Provincia, le exigieron terminantemente: ¡Su libreta militar! No tengo, fue toda su respuesta. Entonces venga con nosotros para que resuelva su situación militar obligatoria, le respondió el jefe de la patrulla quien no se distinguía de los demás soldados.
Fue llevado al patio de paredes de cemento muy altas de la casona de la alcaldía de Provincia junto con varios jóvenes más. Al atardecer, cuando comenzó la brisa olorosa que refresca el calor del mediodía en Provincia, lo subieron junto con sus compañeros, como ovejas, a un camión grande y carpado de los que se usan para trasportar ganado. Viajaron toda la noche en medio de sacudones y frenazos y al amanecer, dio gracias por haber llevado puesta la ruana, pues un viento frio, penetrante, sin olor a nada, entraba por entre las maderas del camión; entonces se dio cuenta que estaba adentrándose en el altiplano central. Por una hendidura que dejaba la lona del camión pudo ver las luces de la gran ciudad y los avisos luminosos relampagueantes a lo largo de la carretera. Un rato después, cuando el camión paró, lo descapotaron y les ordenaron bajar. Otra patrulla de soldados armados con fusiles pesados los recibió, pero esta vez el jefe estaba vestido con un uniforme verde de paño y quepis. Estaban en la base militar de Usaquén cerca de Bogotá y les gritó que estaban ahí para prestar el servicio militar obligatorio que nuestra querida patria, Colombia, nos demanda.
 Seis largos meses sin noticia de su familia ni comunicación alguna, duró el entrenamiento diario en un helado cerro aledaño tupido con un bosque ralo de matorrales enanos impregnados de ollín, a base de duchas heladas, trotes extenuantes, comidas de arroz, papa y plátano cocinados, y largas prácticas, muy intensas, de tiro al blanco con fusil largo, lucha cuerpo a cuerpo con bayoneta calada y lanzamiento de granadas, que les dictaban otros militares que hablaban muy raro. Al final del entrenamiento los jefes le dijeron que por su esmero y desempeño había sido seleccionado para ir a continuar la lucha de nuestros libertadores en Corea, tierra de libertad, donde se estaba librando una guerra sin cuartel de la civilización occidental y cristina contra el comunismo ateo; lucha cuya una solución era la victoria. El sábado 12 de mayo de 1951 (Marcoalirio siempre tuvo muy presente esa la fecha) desfiló junto con sus 800 compañeros de Batallón llamado Colombia, en la plaza de Bolívar de Bogotá, frente al presidente de la república Dr Laureano Gómez, todo el alto Gobierno de Colombia, el cardenal primado con el capellán del ejército y, el embajador de los Estados Unidos.
Ocho días después de un viaje continuo, en una caravana de camiones militares que atravesó dos cordilleras, fue embarcado en el puerto de Buenaventura, en el mar pacifico, en un navío del ejército de los Estados Unidos rumbo a Corea. La inmensidad sin límites del mar, la brisa persistente con sabor salado, el fuerte y permanente vaivén de las olas, más el calor torrencial de la canícula, hicieron de su viaje una enfermedad. Escondido en su litera vomitando cuanto comía lo convirtieron en un espectro enfermizo de quien se burlaban sus compañeros de armas. Solo tuvo un descanso cuando desembarcaron un mes más tarde en Corea, en el puerto maloliente de Pusan donde ya habían comenzado los vapores calurosos e irrespirables del verano coreano, y sin mucho reposo fue incorporado con sus compañeros, todos al mando de “Don Polo” como llamaban al coronel Polanía, al regimiento 21 de infantería adscrito a la 24 división del ejército de los Estados Unidos. Ahora era el idioma la nueva dificultad, pues poco entendía el lenguaje de los portorriqueños y mejicanos que servían de intérpretes con los nuevos jefes militares. Nuevos entrenamientos intensivos en el uso de granadas y bazucas antitanque, guerra de trincheras, y por la tarde cursos de historia del alma heroica y las hazañas épicas del ejército colombiano a lo largo de su vida republicana: Santander, Obando, Mosquera, Rafael Reyes, Próspero Pinzón, Vásquez Cobo, ect que les dictaba un capitán chaparro, medio rubio, de mirada irascible y de apellido Valencia, a quien si entendía casi todo porque hablaba con el acento y el tono de sus paisanos de Provincia.
En la mitad del verano, comienzos de agosto del 51, Marcoalirio junto con sus compañeros fueron trasportados por vehículos militares estadounidenses a la batalla por la toma de la ciudad coreana de Kumsong. A Marcoalirio junto con 11 once compañeros les asignaron la toma y mantenimiento a toda costa de una pelada colina estratégica, quemada y arrasada por el fuego, llamada por los colombianos “el Chamizo”; mientras sus compañeros de batallón eran distribuidos en otras dos colinas circundantes. Ahora la dificultad era la tierra arenosa y seca por el calor húmedo e irrespirable del verano, que casi no permitía cavar trincheras profundas donde protegerse de los cañonazos permanentes y sin descanso de la artillería y de los bombardeos aéreos enemigos. En la madrugada del 7 de agosto del 51, una lluvia estruendosa de metralla, esquirlas y bombas incendiarias cayó sobre el hueco donde se encontraba Marcoalirio, hiriéndolo de gravedad en la cabeza y sin darle casi ninguna posibilidad de participar en la batalla posterior. Rápidamente fue atendido por sus compañeros que lo lograron sacar hasta la carpa del puesto médico de los americanos, donde lo sometieron a una cirugía y lo evacuaron a una base militar para heridos de guerra ubicada en Japón. Allí permaneció, durante el inclemente invierno japonés, seis meses de una tediosa e interminable recuperación o rehabilitación, comiendo diariamente enlatados de sopas, verduras, frijoles, maíz y una pasta sonrosada de carne de cerdo llamada spam, y por su escaso conocimiento del inglés, a merced de los intérpretes de “espaniss”; hasta cuando lo llevaron nuevamente al navío estadounidense que en febrero del 52, regresó a Cartagena de Indias con el primer contingente de soldados del batallón Colombia proveniente de Corea. Tres días después, ya en Bogotá, en la misma guarnición donde lo habían entrenado el año anterior, sus jefes y un supervisor estadounidense le liquidaron los salarios que no había cobrado a razón de 39 dólares mensuales, más 100 dólares de indemnización por la herida en la cabeza: 500 pesos colombianos en total.
Con ese dinero en el bolsillo y una cédula militar, Marcoalirio aún sin tener noticias de su familia, buscó un trasporte hacia Provincia y dos días después estaba en la vereda donde quedaba su casa. Allí ya no había sino unos restos de paredes calcinadas apresadas por unos bejucos y por ramazones que entre salían de la tierra calcinada. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras una humedad, que podían ser lágrimas, brotaba de la cicatriz de sus ojos. Así, estuporoso y anonadado estuvo un largo rato observando los escombros que podía ver. Buscó algunos vecinos amigos, pero la vereda estaba casi vacía. Finalmente encontró un viejo enflaquecido y miserable que le contó lo sucedido: al poco tiempo de su ida, habían llegado los Chulavitas conservadores y como la vereda tenía fama antigua de votar en las elecciones por el partido liberal, habían matado a los que pudieron y a los demás los habían perseguido hasta bien allá de las selvas del rio Minero. El viejito no supo o no pudo dar razón de los familiares de Marcoalirio.
Entonces decidió seguir la ruta de quienes habían logrado escapar hacia la selva para averiguar por sus padres y hermanas. Después de adentrase en la selva caminando casi dos meses por entre precipicios agrestes y cruzando cañadas de ríos torrentosos y selvas húmedas, lluviosas y pantanosas; sorteando hambre y todo tipo de dificultades y riesgos que ofrece la selva, logró finalmente llegar a un descampado o claro selvático, donde hizo contacto con un grupo de conocidos que habían armado unas chagras primitivas y apenas sobrevivían en aquel fangal de tierras rojizas. Allí conocían bien a su familia y cuando les contó de donde venía, le confirmaron que sus padres y dos hermanas habían sido degollados a machete por los Chulavitas y luego quemados sus cuerpos en la ruina que había encontrado. Desde ese día (dicen los que lo conocieron) que Marcoalirio había adquirido esa mirada intensa y oscura de su único ojo.
 Por su experiencia, rápidamente el grupo le dio la dirección. Empezó por organizar la colonia de manera militar, con disciplina, horarios estrictos, grupos de trabajo, apoyo, comunicaciones, trasporte, talleres, tareas, vigilancia e instrucción militar. Al poco tiempo la colonia de 36 personas, adultos y niños, hombres y mujeres, era un temible y vengativo grupo guerrillero itinerante, que empezó a hacer incursiones mortíferas sobre las veredas pobladas y pequeñas aldeas del piedemonte y la cordillera, controladas por los conservadores. Así adquirieron más armas, especialmente carabinas y machetes, más provisiones y seguridad; pero en una de las primeras escaramuzas, Marcoalirio perdió la prótesis ocular u ojo de vidrio que le habían colocado en la base militar de Japón, con lo que su cara amarillenta, cicatrizada y tuerta, se hizo más enjuta, sombría y dramática.
Una vez se comienza es muy difícil parar: después de dos años de despojos, venganzas con ajusticiamientos masivos, finalmente hicieron contacto con otros grupos de colonos liberales alzados en armas y establecieron una red grande de comunicaciones, que abarcaba toda esa parte de la selva y el piedemonte de la cordillera. La amnistía para los guerrilleros decretada por el general Rojas Pinilla en el año 53, por lo escondido y alejado de su escondite, ni siquiera le fue informada. Con la del año 57, de Lleras Camargo, algunos viejos compañeros del grupo se licenciaron y salieron al puesto del rio Minero donde el ejército de Colombia los esperaba para reinsertarlos en el campo de donde habían salido huyendo, con un azadón, un machete, una muda de ropa, más 30 pesos. Algunos hicieron saber que habían podido regresar a sus veredas en Provincia, pero de la mayoría no se volvió a saber nada; mientras tanto, al haber cesado los ataques militares y bombardeos en esa zona; Marcoalirio y su grupo iniciaron un punto perdido de colonización selvático llamada “el Chamizo”, en recuerdo de la herida coreana, el que pronto empezó a crecer y a afianzarse como un sitio poblado y organizado para iniciar nuevas colonizaciones selva más adentro. Cuando el cese de los ataques militares se hizo permanente, Marcoalirio con dos compañeros cercanos enterraron las carabinas guerrilleras embadurnadas de grasa, bien forradas en plástico, en lugares especiales solo conocidos por ellos y, se dispusieron a desarrollar una nueva vida en el Chamizo.  
Habían pasado quince años desde que le pidieron la libreta militar en Provincia: Marcoalirio había aprendido y desarrollado varias habilidades, entre ellas, el arte de la talabartería de aperos de cuero para mulas de carga y construyó en el centro de Chamizo, una pequeña mediagua-taller donde ejercía su oficio y atendía a los colonos necesitados. Pensó que sería bueno dejar la vagabundería con mujeres pagas y tener una compañera permanente. Pero la verdad era que su cicatriz facial no le ayudaba con las mujeres, quienes veían en él un hombre firme trabajador y honrado, pero, corroído por una fea venganza que le salía por la cara. Sin éxito, se dedicó al alivio momentáneo que le daba la bebida cotidiana de aguardiente, la música estridente de corridos mejicanos y a las mujeres pagas que había conocido por primera vez en el puerto coreano donde desembarcó la primera vez y a las que desde entonces se había aficionado; pero ese ritmo de olvidar destinado al fracaso y a la soledad, apenas le duró unos años más. Entonces fue cuando empezó a sentir hormigueos en los dedos de las manos y a perder la habilidad manual y la fuerza para trabajar en los cueros. Luego le salieron unas manchas rojizas en todo el cuerpo, a no sentir dolores en las manos, ni en el cuerpo y ver deformada, agrandada y brillante la parte no cicatrizada de la nariz y las orejas. Alarmado preguntó a algunos amigos cercanos, quienes no se atrevieron a darle opinión. Y así fue como decidió desandar de incognito, sigiloso y en silencio, todo el camino de la selva para regresar a Provincia, en donde había un médico de planta en el puesto de salud.
El examen fue sencillo y el diagnostico también: Marcoalirio tenía una lepra lepromatosa, adquirida durante todos estos muy largos años de sufrimiento, abandono y olvido; barro, miseria y camas de costal de fique. Conociendo la gravedad de su enfermedad, decidió someterse al tratamiento (de esa época) a base de grandes dosis de sulfonas y quedarse en Provincia trabajando sin mucho esfuerzo y sobre todo sin nombradía, como un miserable zapatero remendón.
En ese momento fue cuando Marcoalirio miró al médico con su ojo único que dejaba ver la sombra oscura de la desesperanza aprendida y le respondió:- ¿Pero qué quiere doctor, que baje esas pepas y todo el tormento de mis recuerdos, solamente con agua del aljibe?
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A ustedes les va a pasar lo mismo...

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El imperio del Consumo



Eduardo Galeano

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados e McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiene den las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.
 

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