Pedro
Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo, fundador de las
Farc y considerado como el guerrillero más veterano del mundo, murio en
marzo de 2008. / Archivo - El Espectador
Capítulo Primero
Pasos de animal grande
Primera entrega del Especial 50 años de conflicto armado, una reflexión
histórica y periodística sobre los orígenes de la guerra entre el Estado
y las Farc, que se inició en el mes de mayo de 1964.
Según el Diario de la resistencia de Marquetalia, de Jacobo Arenas, la
‘Operación Marquetalia’ comenzó el 18 de mayo de 1964, exactamente hace
50 años. El Espectador tituló ese día: “Con 3.000 soldados se inició
anoche la operación militar de Marquetalia”. No obstante, la ‘Operación
Soberanía’, como la bautizó el gobierno de Guillermo León Valencia,
había comenzado en realidad el 20 de octubre de 1961, cuando Álvaro
Gómez Hurtado, en un debate sobre la reforma agraria —de la que era un
acérrimo enemigo— sostuvo que la política de tierras del Frente Nacional
había dejado en la orfandad algunas zonas del país, lo que condujo a la
creación de territorios autónomos: “Hay la república independiente de
Sumapaz. Hay la república independiente de Planadas, la de Riochiquito,
la de este bandolero que se llama Richard y ahora tenemos el nacimiento
de... la república independiente de Vichada”. Gómez plagió el término de
Primo de Rivera al referirse a Cataluña durante la Guerra Civil.
Durante el gobierno de Lleras Camargo la tesis no tuvo eco público, pero
fue en ese período presidencial (1958-1962) cuando triunfó la
revolución cubana y se aplicaron en América Latina con rigor la doctrina
de la seguridad nacional y la tesis del enemigo interno. Como
comandante del Ejército, Alberto Ruiz Novoa, quien había dirigido el
Batallón Colombia en la guerra contra Corea del Norte, elaboró el Plan
Laso, pero Lleras se abstuvo de aplicarlo. Su sucesor Guillermo León
Valencia (1962-1966) nombró a Ruiz Novoa ministro de Guerra y como tal
puso en ejecución el Plan Laso, que, según Jacobo Arenas, era la sigla
de Latin American Security Operation.
Marquetalia es una vereda del corregimiento de Gaitania, municipio de
Planadas, Tolima, situada en la falda occidental del nevado del Huila;
una región que suena desde entonces a guerra, no sin razón porque los
enfrentamientos militares entre la guerrilla y el Ejército son
frecuentes hasta hoy. Una de las preguntas más inquietantes es por qué
el sur del Tolima y el norte del Cauca fueron la cuna de las Farc y por
qué son regiones que aún están envueltas en el conflicto. La respuesta
está vinculada a varios dos grandes litigios históricos vigentes en esos
territorios: la lucha por la tierra de los indígenas —paeces y pijaos— y
la de los campesinos por el reconocimiento de sus derechos políticos.
La primera tendencia está representada por las peleas del indio Quintín
Lame en las regiones de Tierradentro y Chaparral entre 1922 y 1945. Hay
que recordar de entrada que el resguardo o parcialidad indígena fue
creado por la Corona española en la segunda mitad del siglo XVI para
defender a la población indígena del tratamiento de esclavos que le
daban encomenderos, pero también para obligarlos a pagar tributos. Fue
una institución que —según Friede— hizo a los indígenas partidarios del
rey. La República los hizo “hombres libres” para despojarlos de las
tierras y convertirlos en terrazgueros. El siglo XX conocerá el
renacimiento de la lucha del indio por la tierra.
Quintín Lame nació en una hacienda cerca de Popayán, donde su padre era
terrazguero y por tanto obligado a pagarle al patrón en trabajo o en
especie el permiso de vivir en la hacienda. Participó en la Guerra de
los Mil Días en Panamá como ordenanza del general conservador Carlos
Albán y después, a órdenes del general-guerrillero Avelino Rosas,
defendió “el tricolor nacional de la invasión ecuatoriana entre 1903 y
1904”, según sus palabras. Avelino Rosas fue subalterno de Maceo en la
guerra contra España y trajo de Cuba el Código Maceo, un verdadero
manual de guerra de guerrillas. Quintín Lame comenzó su lucha contra la
política del general Reyes de liquidar los resguardos; fue nombrado
“jefe y representante de los cabildos de Pitayó, Jambaló, Toribío,
Puracé, Cajibío y algunos otros” en 1910. Entre 1914 y 1918 movilizó a
los indígenas del Cauca por la recuperación y la creación de resguardos,
hasta caer preso en 1915. La persecución política, la división del
movimiento y la masacre de Inzá en 1916 lo obligaron a refugiarse en
Natagaima, sur del Tolima, donde fundó, en compañía de José Gonzalo
Sánchez, el Supremo Consejo de Indias, que creó el resguardo del Gran
Chaparral.
Las reivindicaciones de Lame marcan un territorio de luchas que se
extiende entre el río Cauca y el río Magdalena sobre el lomo de la
Cordillera Central, entre Popayán y Chaparral. El Movimiento Armado
Quintín Lame toma su nombre de ese caudillo porque, según uno de sus
fundadores, fue “un personaje que agotó toda la parte legal para lograr
metas, pero la parte armada también influyó mucho, como la misma toma de
Paniquitá, la toma de Inzá y las de otras poblaciones donde él por la
vía de la fuerza dio a entender que en el Cauca a esa clase de
terratenientes no era fácil darles el golpe por el lado legal”. Por la
misma razón el poeta Guillermo Valencia, su enemigo a muerte, lo llamó
“asno de los montes”. Una de las obsesiones de Quintín Lame fue la
educación del indio. Su secretario, Abel Tique, afirmaba: “Antes de
llegar el general estábamos en la oscuridad, pero él nos trajo la
doctrina y la disciplina para defendernos”. Estos dos términos —doctrina
y disciplina— se encuentran a menudo en las preocupaciones de Manuel
Marulanda.
El segundo gran hecho es la colonización campesina de la Cordillera
Central. Desde mediados del siglo XX, pero particularmente después de la
guerra de 1876, una punta de colonización proveniente del Quindío llegó
al norte del Tolima y fundó pueblos como El Líbano, Fresno y Padua;
poco a poco avanzó por la cota cafetera hacia el sur del departamento,
donde entró en conflicto con las grandes haciendas cafeteras que se
expandían al ritmo de la economía cafetera y se apropiaban de los
baldíos nacionales. Similares choques sucedieron en el Tequendama y
Sumapaz, en Cundinamarca. El principal motor del café en Tolima fue la
firma Rocha Hermanos, que se enorgullecía de cultivar 300.000 cafetos en
su hacienda Providencia. A su alrededor crecieron otras grandes
haciendas —Irco, Calibío, Banqueo, Guadual, El Jazmín y un pequeño
pueblo de peones y arrendatarios llamado El Limón— .Numerosos
trabajadores sin tierra se convirtieron en tabloneros, aparceros o
terrazgueros y muchos indígenas abandonaron su resguardo para trabajar
en las haciendas. La ola colonizadora aceleró el crecimiento o la
fundación de pueblos como Rioblanco, Planadas, Herrera, San Antonio,
Gaitania y Roncesvalles.
Los litigios de tierras en la región fueron particularmente intensos, lo
que explicaría el espíritu del primer intento de reforma agraria
formulada por Murillo Toro a mediados del siglo XIX —“el cultivo es la
base de la propiedad”— y desarrollada por otro chaparraluno, Darío
Echandía, como función social de la propiedad en la reforma
constitucional de 1936. . En 1905, los colonos de Ataco se movilizaron
contra la pretensión del Gobierno de gravar los baldíos. A mediados de
los años 30 los enfrentamientos entre propietarios y trabajadores
facilitaron la agitación de María Cano y de Jorge Eliécer Gaitán. En
1931 la Policía asesinó a 17 indígenas en Llano Grande, sede del cabildo
de Chaparral.
Monseñor Germán Guzmán, en el libro La violencia en Colombia, anota que
uno de los antecedentes de la violencia de los años 50 en el Tolima fue
el choque entre “el prurito latifundista de expandir sus propiedades y
el espíritu avasallador de los paisas que llegaban acosados por el
hambre y la pobreza… la Policía, seguida por los terratenientes del Plan
del Tolima, sometió al desahucio a sus arrendatarios con el incendio de
sus ranchos”. La violencia en el Tolima fue particularmente sangrienta y
constituyó, en realidad, una prolongación de la Guerra de los Mil Días y
de los conflictos sociales que se desarrollaron en la colonización
antioqueña a partir de 1850, y que Esteban Jaramillo llamó la lucha
entre el hacha y el papel sellado. Entre 1948 y 1957, según concluyó la
Comisión Investigadora de las Causas de la Violencia de 1958, en el
Tolima fueron asesinadas 35.294 personas y se abandonaron 93.882 fincas.
“Tolima fue arrasado por el fuego”, comenta monseñor Guzmán”. La
respuesta fue la organización de 33 comandos armados en toda la región;
en el sur se formaron 12 grupos. Los más importantes fueron los de José
María Oviedo, alias Mariachi, en Planadas; Rafael Valencia en Las
Hermosas; Ciro Trujillo, alias Mayor Ciro, en Monteloro; Hermógenes
Vargas, alias Vencedor en La Profunda; Teodoro Tacumá en Natagaima;
Leopoldo García, alias Peligro, en Herrera; Prías Alape, alias Charro
Negro, en Gaitania, y Gerardo Loaiza, en Rioblanco. El territorio es un
nudo de cordilleras, una estrella fluvial y una zona que colinda con el
Valle, el Huila, el Caquetá y está enmarcada por las llanuras del
Pacífico, las Selvas del Amazonas y los Llanos del Orinoco. En síntesis
—opina Francisco Leal— es una región muy propicia para la guerra
irregular.
Justamente a este último comando se incorporó Pedro Antonio Marín,
quien, según la versión más consistente, nació en Génova, Quindío, el 13
de mayo de 1928. Muy joven trabajó con su tío en una finca lechera en
Ceilán, Valle del Cauca. El 9 de abril de 1948 fue testigo de la
reacción del pueblo liberal contra los conservadores a quienes
encarcelaron los insurrectos. Una semana después fueron liberados por el
Ejército y su tío acusado de complicidad con los liberales. Pedro
Antonio se refugió en la cordillera Occidental. “Para subsistir —cuenta
Balín, uno de sus guardaespaldas— compraba fríjol en Betania y lo vendía
en El Naranjal; ahí compraba panela y la vendía en El Dovio” (Trochas y
fusiles). Después de las elecciones del 5 de junio de 1949, ganadas por
el liberalismo, la cordillera Occidental fue conservatizada a sangre y
fuego por los pájaros, comandados por Ángel María Lozano, el Cóndor, y
Leonardo Espinosa. El incendio de El Dovio y Betania, primero, y luego
la sangrienta toma de Ceilán obligaron a quien más tarde sería apodado
Tirofijo a organizar en Génova una pequeña cuadrilla de 19 hombres, la
mayoría parientes, para tomarse el pueblo en protesta por la elección de
Laureano. El grupo era débil y mal armado, y optó por agregarse al
comando del viejo Gerardo Loaiza y sus cuatro hijos en Rioblanco. “Eran
de Génova, más propiamente —palabras de Marulanda— de una vereda llamada
El Dorado, y el viejo don Gerardo, casado con la hermana de mi mamá, se
había ido a fundar por los lados de Rioblanco. Él colonizó esa zona con
otros caldenses” (Trochas y fusiles). Los Loaiza eran liberales y
prósperos —don Gerardo llegó a ser candidato a la Alcaldía de Rioblanco—
y estaban aliados con otros dos jefes liberales: Leopoldo García, alias
Peligro, y Efraín Valencia, alias general Arboleda. Marín incursionó
con sus hombres —varios paisas como Mundoviejo y Llaveseca— por las
cuencas de los ríos Atá y Cambrín, y organizó a sus hombres en la región
de San Miguel; incluso acampó un tiempo en la hacienda el Támaro, que
mucho después se llamaría Marquetalia en honor al pueblo de Caldas. Hoy
se conoce el caserío como Villarrica.
Las regiones Santiago Pérez, Planadas y Gaitania fueron objeto de varias
comisiones de policía chulavita a partir del 48. Los testimonios son
numerosos y las coincidencias no dejan lugar a dudas: se trató de un
gran operativo contra los colonos liberales. Hubo varios ataques
sangrientos registrados por Guzmán: “13 personas muertas en El Limón; en
Chaparral comisiones mixtas de Policía y civiles saquean negocios y
amenazan a dirigentes liberales; en Coyaima desaparecieron totalmente
pueblos y parcialmente Santiago Pérez y Gaitania, y contabilizaron más
de 50 muertos entre Chiparco y Pole”. En abril del 48 el Directorio
departamental liberal del Tolima llamó a los reservistas a defenderse y
tomarse los pueblos. La reacción conservadora fue violenta: masacres,
casas incendiadas y semovientes robados. Todas eran tierras fértiles de
vertiente trabajadas por colonos caldenses y campesinos tolimenses,
muchos descendientes de indígenas paeces y pijaos. Como sucedió en todo
el país, la gente se defendía, durmiendo en el monte, una estrategia
simple de sobrevivencia complementada con la organización de “avanzadas”
que vigilaban las veredas y daban aviso cuando los chulavitas entraban
en ellas. Se trataba de una modalidad de defensa propia de donde
salieron los primeros grupos guerrilleros, como reacción meramente
instintiva. En Santander, Antioquia, Cundinamarca y los Llanos la
situación fue idéntica. En el sur del Tolima, los pocos jefes armados
que había en la zona de Gaitania y Planadas organizaron marchas con la
gente “huyente” hacia San Miguel, donde podían defenderse mejor. Eran
campesinos y liberales rasos que formaron grupos armados al mando de
Ciro Castaño, en Monteloro; Prías Alape, en Peña Rica; Jesús María
Oviedo y Pedro Antonio Marín, en el Cambrín, todos vinculados al comando
de los Loaiza, que para esos días agrupaba unos 150 efectivos.
De otra parte, hay que anotar que desde los años 30 María Cano y Raúl
Mahecha tenían una fuerte influencia en el sur del Tolima que facilitó
la creación de Ligas Campesinas y la organización de células del Partido
Comunista. El más importante dirigente de esta tendencia fue Isauro
Yosa, nacido en Irco, donde existían grandes cafetales y donde comenzó a
trabajar en la Hacienda Providencia de los Rocha. “El dueño de la
tierra —cuenta Yosa— daba la tierra, o mejor el monte, porque había que
abrirlo, tumbarlo y quemarlo. El arrendatario tenía que trabajar la
tierra en café, y el patrón le reconocía a los dos años un peso por palo
y además compraba el café a ocho centavos la arroba”. No se podía hacer
finca porque —puntualiza— toda la tierra les pertenecía a los nombrados
Rocha, a los Caicedo, los Castillo y los Iriarte”.
El café era el
principal negocio en toda la región. El precio del café en el exterior
mejoró sostenidamente desde la primera posguerra hasta mediados de los
años 30 para volver a coger precio a partir de la segunda posguerra. En
1918 se pagaba la libra a 15 centavos de dólar y en los años 50, a 60
centavos. La economía cafetera prosperaba a la par con el conflicto de
tierras. En el sur del Tolima, la colonización cafetera campesina chocó
de frente con el modelo hacendatario. Isauro Yosa, conocido como Mayor
Lister —nombre de guerra que usó en honor a Enrique Lister, el
legendario general de la guerra civil española (1936-1939)—, organizó en
la población de El Limón, anexa a la hacienda de los Rocha, un
movimiento contra la adulteración de las pesas —o romanas— y luego
contra el sistema de aparcería. Los aparceros quedaban prácticamente
desempleados cuando la cosecha de café terminaba y por esa razón
organizaron “partidas” o “cuadrillas” de 100 o 200 hombres para tumbar
monte en tierras baldías reclamadas por los hacendados. La Ley 200 y el
liberalismo en el poder ampararon estas iniciativas hasta que, cercado
por Laureano Gómez, López, en su segunda administración, promulgó la Ley
100 de 1944, que dio un paso atrás. Al subir Ospina —sobre todo después
del asesinato de Gaitán—, los pájaros y los chulavitas abrieron el
fuego prometido por el Cojo Montalvo. Isauro Yosa organizó el Comando
del Combeima y aliado con los liberales de Loaiza y de Peligro dirigió
una marcha de campesinos desplazados y amenazados hacia la región de El
Davis en Rioblanco, entre los ríos Anamichú y Cambrín. El desplazamiento
se llamó Columna de Marcha Luis Carlos Prestes, en honor al dirigente
comunista brasileño que había organizado en 1924 una protesta con 1.500
hombres que recorrieron 25.000 kilómetros por tres estados exigiendo
tierra y salarios justos. Yosa mandaba sobre 200 familias apoyadas por
hombres armados de escopetas y el recorrido fue de unos 100 kilómetros.
Se fundó entonces el comando de El Davis, una región donde se refugiaron
comunidades campesinas para defenderse de los ataques de la Policía y
de los grupos de civiles armados. Yosa convocó a los jefes que estaban
apostados en San Miguel a refugiarse en El Davis. En efecto, a
principios de 1950 llegaron 100 familias con sus haberes a cuestas, que
se sumaron a otras 300 que ya estaban asentadas. Era población civil
defendida por grupos armados con escopetas y armas hechizas que
rápidamente adoptaron un reglamento simple para poder vivir y trabajar
en comunidad y unas normas de defensa armada para rechazar el
hostigamiento conservador. Fue, más que una táctica de autodefensa, una
alternativa obligada. Años más tarde Manuel Marulanda llamó El Davis
“corazón de la resistencia” y por Jacobo Arenas, “matriz del amplio
movimiento campesino dirigido por el Partido Comunista”.
El Davis fue el prólogo de las que serían bautizadas —provocadoramente
por Álvaro Gómez— Repúblicas Independientes. En realidad las denuncias
del senador constituyeron un misil contra el gobierno de Alberto Lleras,
que preparaba la promulgación de la Ley 135 de 1961 de Reforma Agraria.
El ataque de Gómez fue hecho en octubre y la ley fue firmada en
diciembre de ese año.
Segundo capítulo
Limpios y Comunes
El escritor y sociólogo que mejor conoce las zonas de
conflicto en Colombia viajó a La Habana para reconstruir con los
fundadores de las Farc los episodios que llevaron al surgimiento de esa
guerrilla hace 50 años. Hoy, la historia de El Davis.
Por: Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador
Manuel
Marulanda ‘Tirofijo’ escribió en ‘Cuadernos de Campaña’ sobre El Davis:
“Era un inmenso refugio humano en el corazón de la zona de
operaciones”. / Archivo - El Espectador
El Davis fue una hacienda ganadera en la hoya del
río Cambrín, sobre el lomo de la cordillera Central, en el sur del
Tolima, donde los Loaiza crearon un comando guerrillero. Con la llegada
de las columnas de marcha que venían de Coyaima, Irco, Chaparral, y de
cientos de familias sueltas, el movimiento llegó a ser un pueblo de más
de 2.000 habitantes. “Era —escribió Manuel Marulanda en Cuadernos de
Campaña— un inmenso refugio humano en el corazón de la zona de
operaciones, cuya vida transcurría en condiciones de organización
exiliada en una región liberal”.
En esa época de asedio de los
chulavitas, y un poco más tarde del Ejército, los bienes eran colectivos
—“hasta la ropa era compartida entre familias”— y la comida muy escasa.
Los adultos conformaban partidas para salir de la zona a buscar comida o
a realizar operativos militares. Las mujeres se encargaban de coser y
lavar la ropa y de la “rancha” o preparación de alimentos; los viejos
cultivaban maíz, fríjol, yuca, plátano y caña panelera, y los niños
ayudaban en diversas labores, incluida la preparación militar en un
comando llamado Batallón Sucre. Un guerrillero recuerda: “Nadie podía
estarse quieto o haciendo pereza. Todos y todas teníamos que estar
haciendo algo, aportando para la subsistencia”. Había hospital, campo de
paradas, fábrica de cotizas de fique, almacén general o comisariato,
comedores generales, armería, escuela, guardería para niños, juez, y se
llegó a construir refugios antiaéreos.
Las comisiones que salían a
combatir solían ser mixtas, compuestas por unidades de los Loaiza o
limpios o liberales, y de los comunes, es decir, comunistas, y para
coordinar las operaciones fue creado el Estado Mayor Unificado,
compuesto por ambas fuerzas. Con el pasar de los días, las acciones
conjuntas dieron lugar a una diferencia profunda: las armas ganadas en
los combates —alegaban los comunistas— no eran propiedad privada de los
comandantes sino propiedad colectiva del movimiento. En realidad, la
organización de los limpios era una especie de gamonalismo armado contra
los conservadores y la policía chulavita. Los comunistas, orientados
por el Partido, tenían un programa social que reivindicaba los derechos a
las tierras baldías y las garantías políticas a la oposición. Hacia
finales de 1951 El Davis se dividió en dos sectores: El Davis
propiamente dicho, mandado por Isauro Yosa, Mayor Lister, y Luis Alfonso
Castañeda, alias Richard, llamados “Comunes”, y el sector de La Ocasión
de los liberales, o “Limpios”, donde vivían don Gerardo y sus leales.
El
rompimiento definitivo se produjo cuando los comunistas adoptaron el
programa aprobado por la llamada Conferencia del Movimiento Popular de
Liberación Nacional, conocida como Conferencia Boyacá, reunida el 15 de
agosto de 1952, a la que asistieron delegados de las guerrillas del
Llano, de Santander, de Antioquia y de Sumapaz. La Conferencia —cuyo
verdadero lugar de encuentro fue Viotá, Cundinamarca— se proponía la
construcción de un gobierno popular que restableciera libertades
democráticas, decretara una reforma agraria —“que pusiera en práctica el
principio de la tierra es para quien la trabaja”—, devolviera la
integridad de las comunidades indígenas, nacionalizara las minas,
separara la Iglesia del Estado, creara un ejército nacional y
democrático y adoptara una política internacional independiente.
Los
liberales no asistieron a la reunión y el conflicto entre ambas
tendencias quedó planteado. Los combates entre liberales y comunistas
fueron frecuentes y muy fuertes porque “se llevó a cabo —escribió
Marulanda— entre hombres de ley que prefieren morir antes que huir”. En
un ataque liberal al comando de El Davis perdieron la vida dos hijos de
don Gerardo Loaiza y uno de los García. Charro Negro, Ciro Trujillo y
Marulanda se solidarizaron con la causa comunista.
La Conferencia
Boyacá se desarrolló mientras El Davis era cercado por las tropas del
gobierno y, quizá por esta razón, como una estrategia para reducir la
presión sobre su centro, las guerrillas intentaron tomarse la base aérea
de Apiay, que por lo demás fue un descalabro, y provocaron combates en
zonas periféricas como Calarma, Las Hermosas, Gaitania y Santiago Pérez.
Hay que recordar que por aquellos días las guerrillas de Guadalupe en
el Llano emboscaron un contingente del Ejército en Puerto Gaitán, Meta, y
le causaron 98 bajas. Ramsay, un investigador norteamericano, calcula
que en 1951 las guerrillas del Llano tendrían unos 3.000 hombres; las
del sur del Tolima, 6.000, y las de Cundinamarca y Antioquia, 12.000. Es
decir, unas 36 unidades orgánicas en conjunto, sin unidad de mando. Por
su parte, el Ejército tenía 15.000 soldados, y la Policía, 25.000. La
situación era muy peligrosa para un gobierno debilitado en lo político.
En
el sur, la respuesta del gobierno conservador fue la represión brutal
con las FF. MM. o con las bandas de chulavitas y pájaros. Se masacró el
pueblo de Belalcázar, Cauca; se bombardeó El Líbano; los diarios El
Espectador y El Tiempo y las casas de López Pumarejo y Carlos Lleras
Restrepo fueron incendiados. Según el libro La Violencia en Colombia,
había en el país focos de resistencia armada contra el gobierno que
tendían a conformar un movimiento guerrillero unificado del que la
Dirección Liberal Nacional fue un apoyo vergonzante y calculador y el
Comité Central del Partido Comunista un orientador clandestino. No cabe
duda de que esta amenaza fue un factor definitivo del golpe de Estado
contra Laureano Gómez encabezado por Rojas Pinilla —13 de junio de 1953—
e impulsado por el liberalismo y por una mayoría conservadora.
Rojas
Pinilla inauguró su gobierno bajo el lema “No más sangre, no más
depredación; paz, justicia y libertad para todos”. A los pocos días
decretó una amnistía y un indulto general, tanto para guerrilleros como
para aquellos servidores públicos que “por causa de excesivo celo en el
cumplimiento de sus funciones” hubiesen cometido delitos. Los aviones
del gobierno bombardearon con hojas volantes las zonas de conflicto
llamando a la entrega de armas.
Tras un corto período de completo
desconcierto y con el respaldo de la DLN, entregaron armas las fuerzas
del Llano, Magdalena Medio, Antioquia, Cundinamarca. Al sur del Tolima
llegó a caballo una comisión encabezada por los doctores Rafael Parga
Cortés, Ismael Castilla y Severiano Ortiz, conocidos jefes liberales de
Chaparral, a negociar la entrega. Por otra vía, Alfonso Mejía
Valenzuela, mayor del Ejército, y un sacerdote Larrazábal buscaron
acuerdos con los liberales, quienes, cansados de la guerra, aceptaron
poco a poco las condiciones.
Los generales Mariachi, Valencia y
Pasillo, que habían pertenecido al sector comunista y que constituían
una de las fuerzas más representativas de los limpios, entregaron sus
armas en Santa Ana. Los demás mandos fueron haciéndolo paso a paso. Don
Gerardo Loaiza fue nombrado alcalde de Rioblanco. Los comunes
sospecharon que se trataba de una nueva fase del conflicto en la que los
limpios se volverían aliados del gobierno y cambiarían sus viejos
fusiles por armas de dotación oficial contra las fuerzas de los comunes.
Las
guerrillas del Bloque Sur o de El Davis no aceptaron los términos
propuestos por Rojas, al que llamaron “el delincuente más villano del
país, quien conquistó su título a base de asesinatos y masacres… (como)
la matanza colectiva en la Casa Liberal de Cali siendo comandante del
Ejército en 1949”, y uno de los más develados “servidores del
imperialismo norteamericano y su política de guerra”.
Cabe
recordar que Marulanda fue testigo en ese año de las quemas de Ceilán,
El Dovio, La Primavera y de la más cruda violencia en el Valle, dirigida
por un aliado de Laureano Gómez y de Rojas Pinilla, Ángel María Lozano,
alias el Cóndor. Ante el Senado, en 1959, Rojas confesó: “…él me ayudó
en la pacificación del departamento (del Valle)”.
En octubre de
1953 el Bloque Sur llamó a continuar la lucha como movimiento de
autodefensa de masas hasta lograr “el retiro de todas las fuerzas
represivas; la devolución de las fincas a las víctimas de la política de
sangre y fuego; la reconstrucción de sus viviendas; la reposición de
sus bienes; el suministro de auxilios en dinero, semillas, herramientas;
la construcción de escuelas, centros sanitarios, vías de comunicación, y
la parcelación de tierras”. Ante la división con los limpios, los
comunes crearon el Ejército Revolucionario de Liberación, con una
organización “similar a la del Ejército Nacional”: compañías, escuadras y
guerrillas, jerarquías —mayores, capitanes, sargentos— y un estricto
reglamento, que incluía a la población civil.
Rojas Pinilla había
decretado la amnistía y el indulto de manera condicional y dio un plazo
para la entrega de armas, al término del cual volvió a declarar la
guerra al movimiento guerrillero, que brevemente operó de manera
unificada. Hay que tener en cuenta que Rojas fue un protegido de Mariano
Ospina Pérez, que lo nombró director de Aerocivil y ministro de
Comunicaciones. Toda la región se vio entonces envuelta en sangrientos
combates. Más de 5.000 hombres, dice Marulanda, apoyados por la aviación
y estrenando fusiles punto 30, cercaron El Davis. Los liberales
pactaron de nuevo un acuerdo; los comunistas constituyeron las
“comisiones rodadas” al mando de Ciro Trujillo, Charro Negro, y Andrés
Bermúdez, El Llanero, se quedó con 75 hombres en la zona para
defenderla; finalmente fueron copados por el Ejército y sus mandos
fusilados. La población civil fue evacuada al ritmo y en la medida en
que los comandos se abrían paso.
Al desintegrarse El Davis,
Richard salió con su gente para Calarma; Avenegra, otro de los mandos,
se perdió por los lados de Natagaima, y Yosa se refugió en Gaitania.
Marulanda escribió: “Al cesar en el año 53 la lucha guerrillera, por
entrega de la mayoría de los combatientes liberales, los comunistas
subjetivamente no podían continuar por su cuenta y riesgo” el
movimiento. Entonces optó por constituir, en compañía de Charro Negro,
un comando clandestino, “absolutamente móvil”, que se conoció como el de
“Los Treinta”, con 26 hombres y cuatro mujeres.
La gran mayoría
de cuadros —tanto liberales como comunistas— se fundaron como colonos en
las regiones de Gaitania y San Miguel. “Toda esa tierra la abrimos a
hacha y sembramos comida y café”, cuenta Jaime Guaracas. Balín, quien
fue guardaespaldas de Marulanda, recuerda: “colonizamos la zona entre
los 30 que quedamos. Hicimos trochas para sacar madera y hacer fincas,
comisionábamos para el Cauca y para el Huila, para Caldas y para el
Valle; en todas partes creábamos cadenas y enlaces; se consiguieron
préstamos de la Caja Agraria para cultivar café, se sembró comida y
hasta ganado llegamos a tener”.
Los Treinta se emplazaron entre
Marquetalia —llamada en ese tiempo el Támaro— y Riochiquito, mientras
Lister, Richard, Cardenal formaron una columna de marcha que se desplazó
con armas, mujeres, niños y bestias desde Gaitania hasta Villarrica, en
el oriente del Tolima, por los caminos de Prado, Dolores, La Colonia.
Allí encontraron a Ciro Trujillo. Las organizaciones que existían en
Sumapaz y Tequendama albergaron el destacamento. Años después, Isauro
Yosa contaba: “Villarrica era una región donde uno podía moverse
tranquilo porque todos sabían quiénes éramos y a qué habíamos venido.
Los camaradas eran muy respetados. Yo me mantenía dando charla, dando
orientación, organizando, porque sabíamos que la calma era corta. Si la
paz anochecía, no amanecía”.
El
líder izquierdista Juan de la Cruz Varela (centro) cuando ya era el
líder campesino que inspiró el movimiento guerrillero. / Fotos: Archivo
- El Espectador
Un viaje hasta La Habana para reconstruir con los fundadores
de las Farc los episodios que llevaron al surgimiento de esa guerrilla
hace 50 años.
Quienes impulsaron y festejaron el golpe de Rojas
Pinilla tenían calculado que su papel de árbitro duraría entre el 13 de
junio de 1953 y el 7 de agosto de 1954. Rojas no pensaba así y presentó
ante la Asamblea Nacional Constituyente (Anac) que sesionaba —desde
cuando fue convocada por Laureano Gómez— dos proyectos íntimamente
ligados: la elección de Rojas Pinilla como presidente legítimo y una ley
que prohibía el comunismo. Sustentó el primer proyecto en la imperiosa
necesidad de consolidar el orden público y el segundo en la infiltración
comunista.
Los partidos tradicionales, que ya comenzaban a temer
la instauración de una dictadura militar —salvo el laureanismo y
sectores marginales del Partido Liberal—, sentaron su protesta. Mariano
Ospina, mentor del general y jefe supremo, quien además presidía la
Anac, hizo aprobar las normas en la reunión convocada para agosto de ese
año. El movimiento estudiantil, muy cercano al liberalismo, organizó en
junio una manifestación en memoria de Gonzalo Bravo Pérez, caído
durante una protesta contra Abadía Méndez en 1928.
En la puerta de
la gloriosa Universidad Nacional cayó esta vez Uriel Gutiérrez. Al día
siguiente hubo otra manifestación aún más grande y el batallón Colombia,
acabando de regresar de Corea, disparó contra los estudiantes: 10
muertos y 40 heridos. El Gobierno declaró que infiltrados comunistas y
agentes laureanistas habían disparado contra la tropa. Durante tres
meses el Gobierno agitó esta acusación por todos los medios: “El
comunismo soviético busca apoderarse de la patria”.
La ley
anticomunista fue aprobada como acto legislativo número 6, firmado por
Mariano Ospina Pérez y el ministro Lucio Pabón Núñez. La ley colombiana
fue copiada de The subversive activities control act of 1950, impulsada
por el senador Joseph McCarthy. Esta enmienda, pieza maestra de la
Guerra Fría, fue la herramienta para desplegar la más brutal persecución
de la izquierda norteamericana, cuyas más conocidas víctimas fueron los
esposos Julius y Ethel Rosemberg, acusados de espionaje a favor de la
URSS y ejecutados en la silla eléctrica en 1953. Fueron perseguidos
también Charles Chaplin, Arthur Miller, Elia Kazán, John Steinbeck.
Con
base en esta ley se impidió la entrada al país de Pablo Neruda. La ley
que prohibía el comunismo en el país se sustentaba en los hechos del 8 y
el 9 de junio y en el levantamiento del 9 de abril. La Corte Suprema de
Justicia concluyó en diciembre que “en las muertes de los estudiantes
no tomaron parte el comunismo ni la subversión laureanista”.
Los
culpables de pertenecer, colaborar, simpatizar con el comunismo podían
ser condenados a prisión entre uno y cinco años o confinados en una
colonia penal agrícola. El Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) fue
el encargado de definir quién era “rojo”. Para Rojas, “guerrilleros
intelectuales” eran Eduardo Santos y Alberto Lleras. De otro lado, la
ley buscaba ganar el apoyo del gobierno de EE. UU. para la reelección
del “segundo libertador”, como gustaba ser llamado el jefe supremo. La
política de guerra fría adoptada por Rojas Pinilla tuvo su más cruel y
brutal desarrollo en la llamada Guerra de Villarrica, situada en la
falda occidental del Páramo de Sumapaz, en el oriente del Tolima.
A
partir de los años 40 el movimiento agrario entró en una fase política y
muchos de sus dirigentes fueron a elecciones con distinta suerte. Juan
de la Cruz Varela fue elegido a la asamblea del Tolima entre 1945 y
1949. Gaitán ganó las elecciones de 1947 y al año siguiente fue
asesinado. En Fusa y Pasca, los nueveabrileños se tomaron la alcaldía y
apresaron a las autoridades, igual a lo sucedido en Ceilán, Valle, y en
muchos municipios liberales del país. El levantamiento duró una semana.
En
Villarrica, que era un pueblo liberal, hubo tres muertos conservadores
el 10 de abril, pero rápidamente se retornó a la normalidad. En agosto,
Laureano había dicho desde España: “Creo que la guerra civil es
inevitable, quiera Dios que la ganemos nosotros”. La violencia
conservadora comenzó en agosto en San Bernardo, donde miembros de la
policía chulavita asesinaron a tres y dejaron 15 heridos.
En
octubre, Juan de la Cruz sufrió un atentado en Arbeláez, pueblo
eminentemente conservador, después de lo cual el dirigente se refugió en
el alto Sumapaz. Justamente en ese año fue nombrado director de la
colonia de Villamontalvo Eduardo Gerlein, un barranquillero que andaba
siempre escoltado por la chulavitas y que había llegado a conservatizar
la región. Según Rocío Londoño, pocos días después asesinaron a 140
personas en la vereda San Pablo cuando los llevaban presos para la
cárcel de Cunday.
Los homicidios, la quema de ranchos y la
violación de niñas continuaron durante todo el año. Al final los
campesinos habían organizado su resistencia bajo la modalidad de
autodefensas campesinas. Su primera operación consistió en atacar una
patrulla del Ejército, allí resultaron muertos 19 soldados. El Gobierno
bombardeó la vereda de Mercadillas, donde se desarrolló la acción.
Varela
fue uno de los principales organizadores de la autodefensa. Los más
importantes grupos se organizaron en las veredas El Roble y Galilea, en
Villarrica, y El Palmar, en Icononzo. En esta vereda ingresó Varela al
Partido Comunista en 1952. Una asamblea de autodefensas lo eligió
comandante del grupo junto con otros campesinos: Luis Enrique Hernández,
alias Solito; Salomón Cuéllar, alias Vencedor, y Rafael Castellano,
Tarzán, originalmente de las autodefensas de Viotá; Víctor Jiménez,
alias Roncerías, y Luis Mayusa, alias Gavilán, que había sido parte del
comando de Chicalá, Tolima, bajo el mando de Isauro Yosa.
El
ataque a El Palmar se produjo en diciembre de 1952 y dio lugar a otra
marcha de unas 4.000 personas hacia Villarrica. Los enfrentamientos
fueron constantes y sangrientos. De Villarrica la marcha continuó hacia
el alto Sumapaz buscando refugio en el páramo, donde Varela reorganizó a
la gente y formó las autodefensas de la región. Los insurgentes
atacaron el puesto militar de La Concepción, la base militar más
importante del Ejército en el alto Sumapaz.
Con Varela en el
Partido Comunista, el grueso de las autodefensas siguió las directrices
del comité central, uno de cuyos más ilustrados dirigentes, Gilberto
Vieira, había orientado la lucha agraria en la región del Tequendama.
Varela participó en la célebre Conferencia Boyacá en 1952; en julio de
1953 tomó contacto con el general Duarte Blum, a raíz de lo cual el
Gobierno atendió las demandas de las autodefensas y convinieron una
entrega de armas que, según los viejos guerrilleros, fue más bien un
acto simbólico porque la mayoría de armas buenas quedaron en manos de
los guerrilleros. Uno de los puntos principales de la exigencia de los
campesinos fue un plan de parcelación y de devolución de las tierras
despojadas por los conservadores a sus legítimos propietarios. En la
entrega de armas apareció Avenegra, que llegó de la región de Natagaima,
donde lo habíamos dejado en el capítulo anterior.
El Gobierno
creó la Oficina de Rehabilitación y Socorro y el Instituto de
Colonización e Inmigración. El Partido Comunista, que conocía de sobra
el anticomunismo del general, no compartió del todo la decisión y
adicionó a las demandas agraristas la amnistía general y el
levantamiento del Estado de Sitio, para lo cual creó el Frente
Democrático. Seis meses después se hicieron regulares las quejas de los
campesinos —que al regresar a sus tierras las encontraron ocupadas o
vendidas— y los programas de rehabilitación nunca arrancaron.
El
mismo general Duarte Blum, que había hecho los acuerdos y recibido las
armas, declaró a la misión militar norteamericana que “esas promesas de
ayuda económica no se han cumplido”. El tesorero del Partido Liberal
dijo: “Se ofrecen pajaritos de oro y todo no queda más que en un
pantalón de dril, una camisa y un salvoconducto”. En estas condiciones,
numerosos grupos de campesinos que se habían desmovilizado se enmontaron
de nuevo con sus familias.
El coronel Cuéllar Velandia, cinco
días después de ser nombrado jefe civil y militar del Tolima, en marzo
de 1955, denunció “la agitación comunista en Ortega y Villarrica” y dio
comienzo a una “drástica limpieza… a fin de poner coto a la
depredación”. Poco después, el oriente del Tolima fue declarado zona de
operaciones militares: se decretó el toque de queda, se levantó un
empadronamiento general y se construyó un campo de concentración en
Cunday.
Hubo redadas generales a mediados de abril en las que
fueron “trasladadas a centros de trabajo” unas 4.000 personas y 250
presos fueron remitidos al campo de concentración. Uno de ellos fue
Isauro Yosa, Mayor Lister. Paralelamente, el Gobierno emitió un decreto
que limitaba la libertad de prensa e impedía entregar información
relacionada con actos ilegales o deshonrosos de las FF. AA., bajo pena
de cárcel. La guerra comenzó de nuevo. A fines de abril de 1955 el
Gobierno informó de manera sucinta sobre las operaciones militares, que
“en primera fase se habían hecho para despejar el eje
Cunday-Villarrica-Berlín.
El Batallón Colombia se apostó cerca de
Villarrica y los combates entre fuerzas reagrupadas del Sumapaz y el
Ejército fueron aumentando en frecuencia y en composición de fuerzas. En
mayo hubo un enfrentamiento que duró tres días, en el que aparece ya la
figura de Luis Morantes, que el país conocerá como Jacobo Arenas, y
quien había continuado la agitación emprendida por Erasmo Valencia.
Juan
de la Cruz Varela le escribió al Gobierno denunciando que la represión
del Ejército había obligado a 2.000 trabajadores a refugiarse en las
montañas para salvar sus vidas. El Gobierno aducía que la región había
sido infiltrada por el comunismo soviético y que si había problemas de
tierra era porque los comunistas se habían apoderado de las tierras de
humildes labriegos.
Navas Pardo, amigo íntimo de Rojas y jefe del
Ejército, decía que en el país había 15.000 bandidos en operación, de
los cuales 3.000 era comunistas. Los militares hablaban de que en el
Tolima se habían creado “superestados”. Al embajador norteamericano le
comunicó que Lister, “un líder de la guerra civil española”, había
muerto con otros de origen alemán, checo e inclusive ruso.
El
embajador de EE. UU., en un informe al Departamento de Estado escribió
que el análisis de la Brigada de Orden Público del Tolima ha llegado a
la conclusión de que “todos los habitantes del área rural son bandidos
en potencia”. Pero el análisis falla en presentar evidencia
satisfactoria de infiltración e inspiración comunistas en la acción
guerrillera. “La lucha en los alrededores de Villarrica —recordaba un
guerrillero— duró entre seis y ocho meses defendiendo posiciones…
decíamos que tenían que matarnos para poder sacarnos de ahí”.
Los
guerrilleros, bajo el mando de comandantes que tenían experiencia de la
resistencia tanto en Sumapaz como en el sur del Tolima, organizaron la
que se llamó “La Cortina”, una línea defensiva de trincheras donde
esperaban impedir el avance de las tropas oficiales. res, inclusive
colchones, camas, gallinas” (ver recuadros).
La embajada
norteamericana informó a su gobierno que entre el 7 y el 10 de junio
Villarrica había sido destruida por el bombardeo aéreo y por el incendio
causado por las bombas napalm. La Fuerza Aérea “nos informó
privadamente que la FAC arrojó aproximadamente 50 bombas napalm
fabricadas aquí (en Colombia)”, lo que permitió la captura de la
Colonia, que había sido zona de colonización desde los años 40 y que el
Ejército consideraba la sede del movimiento comunista. Felipe Salazar
Santos, jefe liberal del Tolima, escribiría más tarde: “Fue una
ocupación militar y política de ‘tierra arrasada’… contra todo lo
sospechoso de comunista”. Según Navas Pardo, la ofensiva “rompió la
organización comunista en el oriente del Tolima.
Desde el golpe
militar, Rojas entró en conversaciones con el gobierno de EE. UU. para
comprar armas por un valor de 150 millones de dólares, suma que era
superior al total de asistencia militar a América Latina. Se dijo que el
Gobierno gastó la cosecha cafetera de 1954, que alcanzó los más altos
precios de la década, en armas y pertrechos. En mayo de 1955 había
comprado 3.000 bombas napalm, que, como se sabe, son gasolina espesada
que al estallar se derrama a una temperatura de 700 grados centígrados.
No obstante, el embajador norteamericano cuestionó el negocio de las
armas, consideradas por él mismo como “de terror” porque supondría un
uso que podría ser desaprobado por todo el continente.
Sin
embargo, ante la insistencia de los militares colombianos que habían
determinado que la guerra contra las guerrillas se debía terminar el 8
de junio para conmemorar el golpe de Estado, aceptó que “la misión aérea
en Bogotá auxiliara técnicamente a la FAC en la preparación de bombas.
Así concluyen Silvia Galvis y Alberto Donadío en su biografía sobre
Rojas Pinilla: “El bombardeo fue de manufactura múltiple: asesoría
norteamericana, materia prima europea y mano de obra colombiana”.
La
violenta y desproporcionada ofensiva de las FF. MM. sobre Villarrica
obligó a los guerrilleros no sólo a romper la cortina, sino a cambiar
radicalmente de estrategia y a convertir su fuerza en lo que se llamó
guerrilla rodada o móvil. Estas guerrillas hostigaron al Ejército con el
objetivo de permitir que la población civil fuera evacuada hacia el
alto Sumapaz, donde el movimiento de autodefensa organizado por Varela
había sido y seguía siendo muy fuerte, El Ejército temía el
enfrentamiento y en cierta medida lo evitó a pesar de bombardeos y
ametrallamientos esporádicos. Otro contingente civil compuesto emigró
hacia la Hoya de Palacio en las cabeceras del río Duda, que bota sus
aguas al Guayabero. Fueron marchas verdaderamente heroicas. Cientos de
familias sin comida, con niños, animales domésticos, bártulos.
Perseguidas
por tierra y aire por las FF. MM., lograron en seis meses escapar de la
ofensiva e instalarse en las regiones altas del macizo de Sumapaz.
Otras fueron evacuadas y fundaron colonizaciones en las vertientes del
río Guayabero, del Ariari y de El Pato. Toda la vertiente del Orinoco.
Algunas regresaron a Villarrica.
Rocío Londoño afirma que los
comandantes guerrilleros formaron cinco contingentes, “uno al mando de
Richard que, como se recordará, había llegado desde El Davis; el segundo
al mando de Diamante; el tercero al mando de Palonegro; el cuarto con
Avenegra, también del sur del Tolima, y el quinto con Tarzán, venido del
Tequendama, y de Luis Mayusa, Gavilán. En diciembre se reunió una
conferencia de comandantes a la que asistieron, entre otros, Varela,
Vencedor, y Anzola, dirigentes guerrilleros, con el fin de organizar la
resistencia armada y la colonización de las regiones de La Uribe y El
Duda.
También se habló de crear un ejército de liberación
nacional. Entre 1955 y 1957 las dos estrategias complementarias de
sostener una guerra de guerrillas rodadas desde el Guayabero y el Caguán
hasta el Magdalena, y al mismo tiempo colonizar la vertiente oriental
del Sumapaz desde el Ariari, en Meta, hasta El Pato, en Caquetá-Huila,
se pusieron en práctica. Fue lo que se ha llamado la colonización
armada. Mientras esto sucedía y Rojas fundaba la Tercera Fuerza, Alberto
Lleras Camargo y Laureano Gómez firmaban el Pacto de Benidorm en
España, base del Frente Nacional.
En el oriente del Tolima, Juan
de la Cruz Varela entró en conversaciones con Rafael Parga Cortés —que
conversaba también con Mariachi en Planadas, en el sur del
departamento—, exigiendo garantías del Gobierno para volver a sus fincas
y regresar a sus dueños legítimos las tierra usurpadas, abrir líneas de
crédito barato, dotar de herramienta e insumos a los agricultores,
abrir la cárceles, adjudicar baldíos sin costo, levantar el estado de
sitio y desmontar las “guerrillas de paz” y las bandas de pájaros y
chulavitas.
El gobierno de Alberto Lleras instituyó el Plan
Nacional de Rehabilitación Nacional. Manuel Marulanda Vélez se acogió y,
sin entregar armas, fue nombrado inspector de la carretera entre
Planadas, Gaitania, San Luis y Aleluya. Los combatientes y sus familias
que se refugiaron en las regiones de Marquetalia y Riochiquito y los que
lo hicieron en el Ariari, el Guayabero y El Pato, adelantarían el
desmonte de selvas y la fundación de fincas. Serían las que los
militares y Álvaro Gómez llamarían Repúblicas Independientes.