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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

Colombia: Falsa Democracia
Falsa democracia

RECOMENDADO CAMBIO TOTAL

[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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Un país inimaginable llamado Colombia

Allende La Paz, Cambio Total.

Érase una vez un país inimaginable llamado Colombia que estaba en manos de…

Un Director de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, en su afán oligárquico de producir más ganancias –la poquita, la migaja que le dejan caer las multinacionales- sacrifica hasta una belleza como Caño Cristales y toda la Serranía de la Macarena –propiedad de todos los colombianos- privilegiando la extracción de petróleo –también propiedad de todos los colombianos-, a pesar de los llamados de eminencies como el professor Vanegas, y utilizando el “orgullo” oligárquico recurrió a la satira contra el professor por no tener el rango de él, el iluminado de cuna de oro, y quedó como una “plasta de vaca” de las que tanto le gustan a Lafaurie, entre otros…

Un procurador Ordóñez, en campaña presidencial, organiza con el presidente de Fedegán una “reunion” en el corazón narco-paramilitar de San Ángel y desde allí le hacen saber al país –al pueblo- que no van a permitir la restitución de los predios –“al precio que sea”- que les han robado a los campesinos pobres y como si fuera una orden los asesinatos de los defensores de derechos humanos, entre ellos los líderes de los reclamantes de tierras, se dispararon en todo el país… Podrá un Procurador adelantar campaña política usufructuando todavía el puesto para el cual lo eligió un congreso igualmente corrompido…

Unos parlamentarios sumidos en la corrupción y el narco-paramilitarismo, con más 35% de ellos elegidos ”democráticamente” bajo la presión de las armas narco-paramilitares que les quitaban las cédulas de ciudadanía a los electores para “garantizar” la pureza del sufragio y elegidos a sus correligionarios y otros socios de los partidos liberal, conservador, de la U, etc…

Unos militares que para mostrar que iban ”ganando” la guerra contrainsurgente recetada por sus amos estadounidenses recurrían –y recurren- a lo inimaginable. “Falsos positivos” o ejecuciones extrajudiciales (más de 5.000 mal contados), desapariciones (más de 72.000) y desapariciones de desaparecidos, masacres (más de 4.000), y para favorecer a los “empresarios del campo” sus hijos carnales, los narcoparamilitares desplaza(ba)n –y asesina(ba)n, jugando al fútbol con la cabeza de las infortunadas víctimas (más de 6,8 millones)- para que los “empresarios” ganaderos (Fedegan) y terratenientes (SAC) y otros nuevos empresarios compraran –y compran o se apropian- de la tierra de las familias desplazadas (más de 7,8 millones de hectáreas)… en cumplimiento de lo contemplado en la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) que mira a los pobladores como un “enemigo interno”…

Unas Cortes y toda la rama jurisdiccional –con contadas excepciones- que dictaban –y dictan- sentencia de acuerdo con el fajo de dólares que metieran en sus bolsillos y, no contentos con ello, ganaban por punta y punta favoreciendo a los narco-paramilitares que posaban de “alta sociedad” y por la la insoportable corrupción…


Era una oligarquía que quería más al dinero que a su propio tierra… para al final terminar enterrado…

El corredor de la muerte - Alfredo Molano Bravo

ALFREDO MOLANO BRAVO 23 ABR 2016 - 

Alfredo Molano Bravo
Cuando se está joven, todo hace pensar a uno que nunca llegará la vejez, ni la muerte ni las enfermedades. Y todo llega con el paso despiadado del segundero y a veces sin él.
Por: Alfredo Molano Bravo

En las puertas de los hospitales de todo el país, la gente se apeñusca tratando de que el portero de la sala de urgencias le permita, en un descuido, meter una rodilla, un pie, un dedo, para quedar medio adentro y decirle desde afuera que uno se está muriendo. ¡Son despiadados los porteros! Los han amaestrado para ser brutales, fríos y sordos. Y ciegos porque no ven ni siquiera la sangre de los heridos que llegan en un taxi, en una ambulancia o simplemente cojeando. “Son órdenes”, dicen y cierran. Les han dado ese poder y lo usan y abusan de él como de ellos abusan las empresas que los contratan.
Con muchas horas a cuestas, rabias contenidas, fantasías criminales, se pasa el primer retén. Y se entra al segundo: un escritorio que es una trinchera donde un set de enfermeras se defiende de ceder a las urgencias, “regáleme un momentico”, dicen al recién llegado. Y nunca regresan. O si regresan, no miran; y si miran, no oyen; y si oyen, nada pueden hacer porque dependen de órdenes superiores dadas por un computador programado por un ejecutivo que responde a los mezquinos intereses económicos de la empresa.
En la sala de urgencias, frente al escritorio donde las enfermeras llenan y llenan formularios misteriosos –o miran impávidas la televisión– están los pacientes, los candidatos a ser atendidos en algún minuto del día o de la noche de esa semana o de la próxima. Son salas que parecieran haber sido trasladadas de cualquier transmilenio: repletas de gente asfixiándose por la falta de aire, sentada, acurrucada o tirada en el suelo; quejándose del dolor, ahogándose en sangre, aterrada del miedo. Miran al suelo y al cielo; nadie mira a nadie. Las enfermeras pasan y pasan, los médicos miran desde las puertas entreabiertas de sus consultorios, temen a los pacientes. Un murmullo sordo de dolor y de silencio se aposenta en la sala, crece y retumba.
De golpe se oye un nombre propio y el dueño pasa a un cuarto para ser valorada su emergencia. Muchos no pasan el examen porque nada se les ve o porque llevan puestos siglos de dolor. Otros pasan el examen y llegan al corredor. Una sucursal avanzada de la sala de emergencias. Son los casos más graves, los casos en que el peligro es inminente. Las enfermeras miran desde su refugio hecho de pared, puerta y vidrio. Hay un huequito donde ponen la oreja sin mirar al enfermo que gasta su último aliento en decir su nombre. Si no cae desmayado, la enfermera le dice: “Tome asiento, regáleme un momentico, ya viene el doctor”. El doctor aparece como la virgen en el purgatorio de tanto en tanto para preguntarle al moribundo de qué se está muriendo. “No sé, doctor, me morí ayer esperándolo”.
En el corredor de la muerte los enfermos van adquiriendo una cara solemne de dolor sin esperanza, un rictus preagónico, una palidez terminal. Casi ninguno se queja; los que pueden sostienen con su mano en alto una botella de suero; otros presionan con sus dedos un emplasto de gasa para no chorrear de sangre el piso del hospital, un piso que nunca se trapea, donde no hay canecas, donde no entra una gota de aire limpio, donde las camillas son asignadas por la enfermera jefe a ruego, guiño, o el siempre sugerente “colabóreme”. Otros simplemente son ya cadáveres. Después de tres o cuatro días de banca o de silla de ruedas, el sobreviviente puede ser llamado a tenderse en una camilla mientras llega el doctor. Y cuando llega, pasan al enfermo a una sala de cirugía y –digamos– lo operan. Lo operan… A veces coincide la operación con el síntoma. A veces no. A veces una apendicitis se convierte en una peritonitis en el corredor de la muerte frente a todo el mundo; otras, lo operan de lo que tenía el paciente anterior; otras veces tienen que pasar al paciente de nuevo al quirófano. En ocasiones, el enfermo grita y agoniza al lado de sus compañeros de espera. Los médicos tienen una cuota obligatoria de operaciones. Y operan a diestra y siniestra. A veces, el enfermo se alivia y después de pasar por un cuarto compartido, vuelve al corredor a esperar de nuevo, engarrotado de ansiedad, los resultados de los exámenes, sentado en una silla de ruedas.
El portero, las enfermeras, los médicos son administrados por la rentabilidad de las empresas llamadas de salud, que, como toda empresa de salud –o de chorizos–, debe optimizar sus ganancias para que, llegado el momento, el gerente se pierda con la caja fuerte y con su auxiliar de contabilidad. Con suerte, el Gobierno –si lo busca– lo encuentra en Panamá o en las Islas Caimán. Y nada pasa. Y todo sigue igual. ¿Qué pasaría en Colombia si pasa lo que pasó en Ecuador?
Naturalmente, me refiero al régimen subsidiado.
 

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