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Colombia: Falsa Democracia

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La emoción de la paz

CRISTO GARCÍA TAPIA 9 JUN 2016 - 

Cristo García Tapia
Por estos días, de finales de mayo y primeros de junio, anduve por La Habana.
Por: Cristo García Tapia, El Espectador

Fui por esos pagos, siguiéndole el rastro a la Paz. A la paz de Colombia. Y, si se me permite la digresión, a ese lado de la paz que no se ve: el lado emocional.
Más a las ansiedades, sentimientos, emociones, dudas, incertidumbres y palpitaciones de los actores de la negociación, que a las formalidades, protocolos y derivados, propios de la Mesa de Negociación que la busca, discute, debate, propone, avanza, se resiste, cede.
Y todo, según sea el punto que se discute en vías de acordar el recorrido que dé con ella.
Y, más allá del cese del fuego y el fragor de las armas que nos lleva contrariándola por más de cincuenta años, a la superación de conflictos de otra índole.
De disparidades e inequidades en las relaciones que se generan al interior de la sociedad colombiana, cuyas dinámicas corren en paralelas, atraviesan en todas las direcciones, las causas de aquel, su origen y matices.
Apenas si alcanza uno a dimensionar, y es mi caso particular, el paso descomunal que dio Gobierno y FARC-EP, para encontrarse en un mismo punto, hablar, reconocerse y respetarse en las diferencias.
Y, es lo emocionante, consensuar sobre los presupuestos de esas sus abismales diferencias; un improbable que, día tras día, se atrincheraba en el discurso guerrerista y las narrativas mediáticas del Estado de Opinión, a cuya merced los vientos de guerra soplaban incesantes.
Poner las cartas sobre la mesa de los, hasta ese día providencial, insalvables abismos ideológicos, políticos, de medios y acciones, viene a ser imponderable deber ser de una voluntad de convivencia y reconciliación.
De esforzada responsabilidad histórica con una nación atrapada entre las redes del subdesarrollo, por causa de un conflicto nada probable de dirimirse por vía de las armas entre los bandos que contienden con ellas y, mucho menos, de someter por ese medio uno a otro.
Eso, es emocionante. Y en grado superlativo lo es, porque entraña el fin de esa guerra que concluye horra de sentido; desgarradora en violencias y despojos.
Una guerra que nos fue convirtiendo en enemigos comunes, matando a todos los colombianos; incinerándonos en la hoguera del odio, ahogándonos en el delirio de la venganza y el revanchismo irracional.
Que hoy, que en esta alba de La Habana, estemos transitando con paso firme y seguro, con clara e iluminante visión de paz, de reconciliación y apaciguamiento, el fin de la guerra en Colombia, del apagamiento de la pira en la que hemos ardido por más de medio siglo, en verdad es emocionante hasta el júbilo.
Y ese fervor por la paz, por el fin del conflicto armado y por el principio del fin del social y político, hay que contagiarlo a todos los colombianos.
A los escépticos e incrédulos, a los de arriba y los de abajo; a los que convocan “resistencias” porque subsisten o han subsistido de la guerra; a los que sueñan una nación pujante, rica, inclusiva y creciendo con el trabajo de todos; a los que creen en una institucionalidad abierta al pluralismo y a la diversidad ideológica y política en el ámbito de una democracia participativa, deliberativa e incluyente.
A nosotros, hombres y mujeres, jóvenes, campesinos y citadinos; a los intelectuales, a los poetas, a los académicos, a los universitarios; a la iglesia y a los gremios, a los sindicatos, a los patrones y a los obreros; a los ganaderos, a los agricultores, a los industriales.
A nosotros colombianos todos, nos incumbe el fin de la guerra, el apagamiento de los fusiles, la crueldad de las violencias que nos impone a todos.
Llegó el tiempo de la paz de Colombia. Hay que salir a su encuentro; a buscarla incesante, sin darnos treguas ni esperas; a conformar escuadrones de paz que se opongan, armados de civilidad, de reconciliación, de tolerancia, a los siniestros escuadrones de la guerra.
La paz es de todos los colombianos, la guerra de unos cuantos, pero nos aniquila a todos.
Presidente Santos, comandante Timochenko, Colombianos, por la Paz de Colombia, ¡adelante!

El Bronx: hacer visible lo invisible

Por Efrén Martínez

Tal vez se note más el problema cuando no se tienen las condiciones sociales y económicas para disimularlo, pues será más fácil que robes si no tienes dinero para seguir consumiendo.
En estos días el Bronx ha hecho visible lo invisible, pues cuando inicié mi trabajo en adicciones a principios de los noventa, ya existían “casas de pique”, “sayayines”, “campaneros” que gritaban “Mario” para avisar que la policía llegó e incluso “emparedadores” (personas que picaban seres humanos y los mezclaban para pegarlos contra algo), todo esto ya pasaba en la hoy famosa “L” que en la década del 2000 reorganizó sus filas cuando el cartucho desapareció. De seguro estos nuevos “apodos” reforzarán el lenguaje de nuestros jóvenes los próximos meses. En aquella época vi de cerca lo que la adicción es capaz de hacer, cuando la “tormenta perfecta” se presenta y no se toman las mejores decisiones, pues hay límites que una vez se cruzan, no es tan fácil devolverse.
Desde hace más de 20 años uno de mis trabajos se centra en el tratamiento de personas con problemas de adicción, tanto aquellas que han vivido la exclusión como también con habitantes de calle de estrato seis y aquellos que viven o trabajan con nosotros pero que no se les nota tanto su adicción, pues la cárcel aunque tenga barrotes de oro también quita la libertad. Durante años di la discusión acerca de cuál era el mejor tipo de tratamiento; si valía la pena la abstención total, cuál era la peor droga y en general, qué hacer para que estas cosas no sucedan; hoy me he moderado mucho más pues la realidad suele educarnos. Muchas personas asisten a excelentes tratamientos y reciben la mejor atención disponible; sin embargo, no dejan de drogarse. Una minoría encuentran la remisión espontánea y de manera “milagrosa” dejan de consumir a pesar de importantes dependencias; algunos más cambian sus condiciones y el consumo problemático desaparece y muchos otros hacen procesos de cambio saliendo de las drogas.

Hoy prefiero pensar en la adicción como originalmente se planteaba con el antiguo “adictus”, hombres que entregaban sus cuerpos y su vida convirtiéndose en esclavos para saldar sus deudas; he optado por la pregunta ¿qué tan libre eres? Sobre la pregunta de ¿qué es una adicción?, pues en últimas, la peor droga que existe en el mundo no es la heroína, ni el bazuco o las metanfetaminas, la peor droga que existe es sencillamente la que le guste a un hijo, es decir, la peor droga es aquella de la que un hijo se enamora perdidamente, llámese cigarrillo, alcohol o benozodiacepinas.

Puede que algunos prueben las drogas y no desarrollen nunca algo así como una adicción, tal vez incluso algunos llevan consumos de bajo riesgo o simplemente tienen ya problemas con el alcohol, pero “no se nota” en un contexto en donde varios millones de colombianos abusan de esta sustancia. ¿Qué sucede con los que no están en calles como el Bronx?, los que llegan ebrios y golpean a sus hijos, los que borrachos exigen, por no decir que abusan de sus esposas, los que manejan bajo efectos del alcohol y dejan inválidos o muertos por su camino, los que se ven exitosos aunque están llenos de cocaína, los que practican la prostitución sin llamarla por su nombre, los que por estar ebrios son abusados pero esa misma condición los hace no enfrentarse a esta terrible realidad.
Ahora bien, hay muchas otras formas de perder la libertad, basta pasar por un casino de mañana y encontrar personas con la misma ropa de la noche anterior, algunos con los ojos llenos de lágrimas al perder hasta el último centavo de lo que ya debían. Basta con no poder parar las descargas sexuales que enloquecen a algunos, o sin ir muy lejos, la pastilla que toman muchos para estar tranquilos o los que intentan dejar el azúcar. En realidad no estamos tan lejos de aquellos que padecen una adicción, a menos que los comparemos con la minoría excluida del Bronx. Las personas con problemas de adicción están en todas partes, solo un diminuto grupo llegará a vivir pesadillas como las que vimos esta semana, los demás, madrugarán a trabajar mañana o serán excusados por algún familiar que los sobreprotege.
Tal vez se note más el problema cuando no se tienen las condiciones sociales y económicas para disimularlo, pues será más fácil que robes si no tienes dinero para seguir consumiendo, tal vez pareciera para algunos, que la adicción son los videos sobre el Bronx que se han pasado estos días por la redes o que esta tiene que ver con delincuentes o personas indeseables; la realidad parece ser otra, pues también hay excelentes profesionales enganchados a alguna sustancia, familiares nobles atrapados en alguna práctica secreta, genios brillantes y figuras públicas con una afición desbordada, y aunque hay muchas formas de “vivir” la vida, vale la pena no olvidar que algunas de ellas no permiten vivir en el sentido pleno de la palabra. Seguramente se requiere mucho de lo que decimos en nuestros programas de tratamiento: “Una vida con sentido es la mejor salida a la pérdida de libertad”.
http://www.semana.com/opinion/articulo/efren-martinez-el-bronxy-las-adicciones-a-las-drogas/476880 
 

Dossier Álvaro Uribe Vélez

Colombia Invisible - Unai Aranzadi

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