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“La amenaza a la paz la representan los sectores que se han lucrado de la guerra”

El comandante de las Farc, “Timoleón Jiménez”, el jueves, durante la firma del acuerdo de fin del conflicto. / EFE

El jefe guerrillero cree que el acuerdo final será antes de lo esperado
El máximo jefe de las Farc, “Timoleón Jiménez”, en diálogo con El Espectador pidió a los gobiernos de Colombia y Estados Unidos la liberación de “Simón Trinidad”.
Por: Alfredo Molano Jimeno, El Espectador
En Twitter: @AlfredoMolanoJi
En el discurso que dio durante la ceremonia de firma del acuerdo sobre el fin del conflicto, el máximo comandante de las Farc, Timoleón Jiménez, fue directo al grano: “Claro que las Farc haremos política. Sí, esa es nuestra razón de ser, pero lo haremos por medios legales y pacíficos”. Muestra de esa realidad son las respuestas dadas en esta entrevista con El Espectador.
El evento del jueves en La Habana marcó el punto de inflexión del proceso de paz y el jefe insurgente tuvo una ardua jornada diplomática, que incluyó reuniones privadas con el presidente Santos, el jefe de Estado venezolano, Nicolás Maduro, y el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Una muestra de que las Farc tienen hoy el micrófono abierto en Colombia y el mundo.
Esta realidad no sólo fue evidente con los encuentros privados, sino que también se vio en el detrás de cámaras de la ceremonia. Imágenes impensables hace unos años quedaron en la memoria de los asistentes. El abrazo a la salida del salón de protocolo entre Iván Márquez, jefe de la delegación de las Farc, y el general Javier Flórez, quien lideró la subcomisión para el fin del conflicto, fue muestra de que el trabajo en la mesa de diálogos unió a quienes se enfrentaron ferozmente en los campos de batalla.
También fue muestra del cambio de lenguaje que los primeros en ponerse de pie para aplaudir al presidente Juan Manuel Santos cuando dio su discurso fueron los miembros de la delegación de la guerrilla, a pesar de que el jefe de Estado señaló que había sido el hombre que le dio los golpes militares más duros a la insurgencia. O que los periodista se referían al comandante de las Farc como “señor Timochenko”.
Imágenes emotivas. Históricas como el aplauso cerrado con que fue recibido el presidente Santos cuando ingresó al avión presidencial luego de la realización del evento. Los invitados se levantaron de sus silla y en dos ocasiones los aplausos retomaron su intensidad. Y es que tras terminar el acto formal, invitados y delegados de la mesa intercambiaron, en un ambiente de júbilo, conversaciones animadas. Un enjambre de periodistas buscaban declaraciones y fotografías para la posteridad.
El jueves 23 de junio el salón de protocolo de El Laguito, en La Habana, se convirtió en el testigo mudo de un acto de verdadera reconciliación, el del fin de la guerra más larga del hemisferio occidental. Y el hecho de que Cuba fuera el anfitrión hizo más simbólico todo. Porque esta pequeña isla inspiró el surgimiento de las guerrillas latinoamericanas, y su eterno antagonista, Estados Unidos, tenía a su representante, Bernard Aronson, allí sentado.
Es en este nuevo ambiente que Timochenko pide al gobierno estadounidense aportar a la paz con la liberación de Simón Trinidad, quien está preso en una cárcel de Colorado desde hace trece años. De la misma manera afirma enfáticamente que la rebelión armada culminará cuando desaparezcan los factores que engendraron el alzamiento campesino.
A juicio de las Farc-EP, ¿cuándo termina la rebelión armada: cuando se firme el acuerdo final o cuando dejen las armas?
La rebelión armada en general sólo terminará cuando desaparezcan las condiciones materiales que la generaron. Para hacer posible esa halagadora realidad es que hemos trabajado con intensidad durante varios años en la mesa de conversaciones de La Habana. El acuerdo final supone que tal aspiración ha sido concluida, y la más clara demostración de ello será la dejación de las armas en los términos pactados. Nuestra vinculación a la actividad política legal, sin armas y con plenas garantías, implica también el cumplimiento de los compromisos adquiridos de parte y parte.
¿Cuánto proyecta usted que puede tardar la firma del acuerdo final?
Si partimos de lo consensuado en la reunión privada que sostuve con el presidente Santos el pasado 23 de junio en La Habana, en la que participaron los jefes de ambas delegaciones, creo que dicha firma puede producirse más pronto de lo que tenía en mente. Pero eso depende de que en la mesa no se entraben las cosas, se demuestre real voluntad política y se agilicen los mecanismos para implementar normas y producir hechos que deben estar listos antes de la firma.
¿La liberación de “Simón Trinidad” es una condición de las Farc-EP para la firma del acuerdo final?
En la construcción de un acuerdo de paz, ninguna de las partes debe plantear a la otra condiciones insalvables. Pero sí tiene la obligación de entenderla lo máximo posible, generar confianza y demostrar voluntad de modificar posiciones inflexibles. El caso de Simón Trinidad es simbólico de cómo en Colombia se ha tratado al adversario político, apelando incluso a gobiernos extranjeros que se han prestado para eso. Simón fue condenado injustamente por unos hechos que jamás cometió. Ellos mismos se vieron imposibilitados para condenarlo por narcotráfico y luego por terrorismo. Trajeron de los cabellos una acusación absurda y consiguieron de modo tramposo una sentencia en su contra. Consideramos que tanto el gobierno de los Estados Unidos como el de Colombia se encuentran ante la posibilidad de demostrar un real cambio de actitud frente a quienes piensan diferente. Eso, desde luego, sería un mensaje de enorme significación para todos.
¿Por qué el presidente Santos dice que ustedes están preparados para la guerra urbana si no se firma la paz?
Eso habría que preguntárselo a él. Nosotros sí nos estamos preparando para llegar a las zonas urbanas, pero con un mensaje de reconciliación y de paz con justicia social. Eso implica interlocución con todo el mundo, para entre todos elaborar fórmulas que nos permitan la construcción de una Colombia sin violencia política, justa socialmente, democrática y en franco progreso.
¿Cree que Uribe es una amenaza para la paz?
La amenaza para la paz la representan los sectores que se han lucrado de la guerra y que también gracias a ella han conseguido enquistarse en el poder, particularmente en las regiones, creando grandes emporios económicos ligados al narcotráfico, la corrupción y las formas más repugnantes de violencia. El alcance de esa amenaza también depende de la fortaleza de los sectores que creen y trabajan por la paz, que creemos se reproducen de manera acelerada en Colombia y recibirán enorme impulso con la firma de un acuerdo final en La Habana.
Con los últimos acuerdos y su posición respecto al Congreso, las Fuerzas Armadas y la Corte Constitucional, ha quedado la sensación de que las Farc-EP han aceptado la institucionalidad. ¿Es así?
Si nos vamos a incrustar en la vida política, económica y social del país, ¿usted cree que podríamos lograrlo por fuera de la institucionalidad? Los acuerdos precisamente apuntan a que quienes, como nosotros, creen que hay que hacer profundos cambios en las instituciones dejen de ser perseguidos, asesinados o encarcelados por ellas. Eso no quiere decir que nuestras propuestas de profundas reformas institucionales hayan desaparecido. Seguiremos trabajando por ellas en un escenario pacífico, desarmado y legal, buscando obtener el respaldo mayoritario de los colombianos a fin de imponerlas.
¿Qué mensaje les da a las víctimas del conflicto armado?
Necesitamos que nos ayuden a terminar de construir el espacio donde todos podamos reconciliarnos y sentar las bases para levantar el edificio de la paz, en el que nunca más nadie tenga que sufrir las calamidades de la guerra y la violencia política. Las víctimas no pueden ser vistas sólo como si fueran mendigos que claman por una reparación económica, sino como agentes activos de las transformaciones necesarias para que no haya más injusticias, más viudas y huérfanos, más familias destrozadas y mayor desolación. Cuando se habla de este asunto suele imprimírsele cierto sesgo que sólo mira las personas y familias afectadas por la insurgencia, pero no se puede olvidar que hay víctimas de la otra parte, mucho mayores en número y dolor, y que incluso van más allá de la violencia política, como los desempleados, los privados de sus viviendas, los muertos a la puerta de los hospitales y todas esas tragedias nacidas de la desidia oficial.
 

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