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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

Colombia: Falsa Democracia
Falsa democracia

RECOMENDADO CAMBIO TOTAL

[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

Hey loco, No dispares!

Vamos a Cuentiarnos la Paz

LOS RICOS NO VAN A LA GUERRA

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Canción en Harapos - Silvio Rodríguez

Dedicado a los "revolucionarios" que hoy critican a las FARC-EP por haber obligado al gobierno colombiano a negociar un Acuerdo en el que sientan las bases para transformar el país... Celos? No están en la misma orilla del uribismo?

Nuestra única arma será la palabra

Mis primeras palabras, tras la firma de este Acuerdo Final, van dirigidas al pueblo de Colombia, pueblo bondadoso que siempre soñó con este día, pueblo bendito que nunca abandonó la esperanza de poder construir la patria del futuro, donde las nuevas generaciones, es decir, nuestros hijos y nuestros nietos, nuestras mujeres y hombres, puedan vivir en paz, democracia y dignidad, por los siglos de los siglos.
Pienso también en los marginados que pueblan los cinturones de miseria de esta Cartagena, la Ciudad Heroica, que deseando estar aquí en esta celebración, no pudieron hacerlo. A ellos y ellas les extiendo mi mano de hermano y los abrazo con el corazón. Ustedes, junto al resto de la sociedad colombiana, también serán artífices de la siembra de la paz que apenas empieza.
Se dice que esta legendaria ciudad de mar, de playas preciosas, de brisa, de murallas antiguas, de historia valerosa y gente extraordinaria, logró enamorar a nuestro nobel Gabriel García Márquez, quien llegó a decir: “me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. Pues así estamos hoy seguramente quienes asistimos a este ocaso del día en que renacemos para echar a andar una nueva era de reconciliación y de construcción de paz.
Compatriotas: esta lucha por la paz, que hoy empieza a dar sus frutos, viene desde Marquetalia impulsada por el sueño de concordia y de justicia de nuestros padres fundadores, Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, y más recientemente por la perseverancia del inolvidable comandante Alfonso Cano. A ellos, y a todos caídos en esta gesta por la paz, nuestro eterno reconocimiento.
Como ustedes saben, la X Conferencia Nacional de Guerrilleros de las FARC-EP ha refrendado de manera unánime los Acuerdos de la Habana y ha mandatado la creación del nuevo partido o movimiento político, lo cual configura el paso definitivo de la forma de lucha clandestina y alzamiento armado, a la forma de lucha abierta, legal, hacia la expansión de la democracia.
Que nadie dude que vamos hacia la política sin armas. Preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones.
En adelante, la clave está en la implementación de los acuerdos, de tal manera que lo escrito en el papel cobre vida en la realidad. Y para que ello sea posible, además de la verificación internacional, el pueblo colombiano deberá convertirse en el principal garante de la materialización de todo lo pactado.
Nosotros vamos a cumplir, y esperamos que el gobierno cumpla.
Nuestra satisfacción es enorme al constatar que el proceso de paz de Colombia es ya un referente para la solución de conflictos en el mundo.
Cuánto deseamos que la autoridad palestina e Israel encuentren la senda de la reconciliación. Cómo anhelamos de corazón que en Siria se silencien las bombas y el horror de una guerra que victimiza a un pueblo, que lo destierra y lo obliga a lanzarse al mar en barcazas inseguras para buscar refugio en países que también los rechazan, y los reprimen, sin ningún sentimiento de humanidad. ¡Paz negociada para Siria, pedimos desde ultramar, desde Cartagena de Indias!
Paz para el mundo entero; no más conflictos bélicos con sus terribles dramas humanos, en los que mujeres, niñas y niños conmueven con sus lágrimas y tristezas.
Con el Acuerdo que hoy suscribimos, aspiramos poner punto final en Colombia a la larga historia de luchas y enfrentamientos continuos que han desangrado nuestra patria, como destino cruel y fatal desde tempranas épocas. Sólo un pueblo que ha vivido entre el espanto y los padecimientos de una y otra guerra, durante tantas décadas, podía tejer pacientemente los sueños de paz y justicia social, sin perder nunca la esperanza de verlas coronadas por sendas distintas a la confrontación armada, mediante la reconciliación y el perdón. Un pueblo que anhela que la persecución, la represión y la muerte y el accionar paramilitar, que aún persisten, así como múltiples causas del conflicto y la confrontación, puedan ser superadas en forma definitiva.
La más reciente cumbre de la CELAC determinó, con el consenso de todos los países de la América Latina y el Caribe, que esta parte del mundo debe ser un territorio de paz. El Acuerdo Final de La Habana llega a ratificar ese propósito poniendo fin al más largo conflicto del continente. La Tierra entera debería ser declarada territorio de paz, sin cabida alguna a las guerras, para que todos los hombres y mujeres del orbe podamos llamarnos y actuar como efectivamente somos, hermanos y hermanas bajo la luz del sol y la luna, dejando atrás cualquier destello de miseria y desigualdad.
El tratado de paz que suscribimos hoy en Cartagena, no sólo pone fin a un conflicto nacido en Marquetalia en el año de 1964, sino que aspira a sellar para siempre la vía de las armas, tan largamente transitada en nuestra patria. Quién sabe qué vandálico sino tomó puesto en amplios sectores de la clase dirigente colombiana, desde el mismo grito de la independencia de España, pues las incontables guerras civiles del siglo XIX proporcionan el lúcido testimonio de la odiosa manía de pretender solucionar todas las diferencias a tiros, eliminando físicamente al contradictor político y no derrotando sus ideas con apoyo popular; encubriendo de esa forma, propósitos oscuros para la preservación y prolongación de un régimen de privilegios y de enriquecimiento en beneficio propio.
En nuestro parecer, toda forma de violencia es en sentido filosófico y moral un atentado contra la humanidad entera, pero dolorosamente constituye a la vez un dramático testimonio de la historia humana.
Si alguna cosa ha demostrado la historia, es que no hay pueblo que soporte indefinidamente la brutalidad del poder, aunque después lo llamen con los apelativos que quieran. Del mismo modo, los pueblos, víctimas iniciales y finales de todas las violencias, son a la vez los primeros en soñar y desear la paz y la convivencia arrebatadas. Todo pueblo ama sus niños y niñas y sueña con esperanza un futuro feliz para ellos. Esa ha sido nuestra incesante búsqueda.
Convinimos en La Habana la realización de rigurosas investigaciones sobre el esclarecimiento de la verdad histórica del conflicto colombiano. Dejemos por tanto a ellas las conclusiones finales. Pero que se reconozca que las FARC-EP siempre intentamos, por todos los medios, evitarle a Colombia las desgracias de un prolongado enfrentamiento interno. Otros intereses, demasiado poderosos en el plano internacional y en los centros urbanos y los campos del país, se encargarían de inclinar la balanza en el sentido contrario a través múltiples medios y de una intensa acción comunicativa en la que la manipulación mediática y la mentira han hecho parte del pan de cada día.
No obstante, jamás podrá borrarse de la historia que, durante más de treinta años, cada proceso de paz significó un logro de la insurgencia y los sectores populares que lo exigían. Y que por tanto tenemos pleno derecho a declarar como una victoria de éstos la suscripción de este Acuerdo Final por el Presidente Juan Manuel Santos y la comandancia de las FARC-EP. Siendo igualmente justos, hay que decir que este tratado de paz es también una victoria de la sociedad colombiana en su conjunto y de la comunidad internacional.
Sin ese amplio respaldo social y popular que fue creciendo a lo largo y ancho de la patria durante los estos últimos años, no estaríamos frente a este magnífico acontecimiento de la historia política del país. Hoy debemos agradecer por su contribución en el logro de este propósito colectivo, a las mujeres y hombres de esta bella tierra colombiana, a los campesinos, indígenas y afrodescendientes, a los jóvenes, a la clase trabajadora en general, a los artistas y trabajadores el arte y la cultura, a los ambientalistas, a la comunidad LGBI, a los partidos políticos y los movimientos sociales, a las diferentes comunidades religiosas, a importantes sectores empresariales, y sobre todo, a las víctimas del conflicto. Nuestros niños y niñas, los más beneficiados, pues ellos son la semilla de las generaciones futuras, nos han conmovido con sus grandiosas expresiones de dulzura y esperanza. 
Debemos admitir que nuestro propósito de búsqueda de una salida política al desangre fratricida de la Nación, encontró en el Presidente Juan Manuel Santos un valeroso interlocutor, capaz de sortear con entereza las presiones y provocaciones de los sectores belicistas. A él le reconocemos su probada voluntad por construir el Acuerdo que hoy se firma en nuestra Cartagena heroica.
Por primera vez en más de un siglo, se lograron por fin aunar suficientes voluntades para decir no a los amigos de la guerra, que durante tanto tiempo se apoderaron del acontecer nacional para sumirlo en un caos interminable y doloroso.
Toda esta construcción social y colectiva pudo rendir frutos gracias al incansable apoyo de los países garantes. Nuestro agradecimiento a Cuba, al Comandante de esa gloriosa Revolución, Fidel Castro Ruz, al General de Ejércitos y Presidente Raúl Castro Ruz y al pueblo cubano en general. Igualmente al Reino de Noruega y a todo el pueblo noruego por decidido apoyo al proceso.
Reconocimiento especial, merece el Comandante Hugo Chávez, sin cuyos trabajos, pacientes como discretos, este final feliz no hubiera tenido comienzo. A Nicolás Maduro, continuador de ese generoso esfuerzo de paz, en su condición de Presidente de la República Bolivariana Venezuela, país acompañante, y desde luego al pueblo de la hermana república. Nuestro agradecimiento a Chile, en su calidad de país acompañante, a su pueblo, a su presidenta Michelle Bachellet. También a la Organización de Naciones Unidas. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América y de todos los pueblos del mundo.
Con el Acuerdo Final se ha dado un trascendental paso adelante en la búsqueda de un país diferente, comprometiéndose a una Reforma Rural Integral, para contribuir a la transformación estructural del campo. Promoverá una Participación política denominada Apertura democrática para construir la paz, con la que se busca ampliar y profundizar la democracia. Las FARC-EP dejamos las armas al tiempo que el Estado se compromete a proscribir la violencia como método de acción política. Esto es, a poner fin definitivo a la persecución y el crimen contra el opositor político, a dotarlo de plenas garantías para su actividad legal y pacífica. Junto con el Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo y la Dejación de Armas, con los cuales termina para siempre la confrontación militar, fue pactada la Reincorporación de las FARC-EP a la vida civil en lo económico, lo social y lo político de acuerdo con nuestros intereses, y se suscribió el acuerdo sobre Garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales o paramilitares que desangran y amenazan a Colombia.
Especial atención merece la previsión del Pacto Político Nacional, por medio del cual el gobierno y el nuevo movimiento político surgido de nuestro tránsito a la actividad legal, promoveremos un gran acuerdo nacional y desde las regiones con todas las fuerzas vivas de la Nación, a fin de hacer efectivo el compromiso de todos los colombianos y colombianas, para que nunca más sean utilizadas las armas en la política, ni se promuevan organizaciones violentas como el paramilitarismo. De materializarse este propósito común, Colombia habrá logrado dar un gigantesco paso adelante en el camino de la civilización y el humanismo.
De algo estamos bien seguros, si este Acuerdo Final no deja satisfechos a sectores de las clases pudientes del país, en cambio representa una bocanada de aire fresco para los más pobres de Colombia, invisibles durante siglos, y para los y las jóvenes en cuyas manos se encuentra el futuro de la patria, los cuales serán la primera generación de nacionales que crece en medio de la paz.
Son casi tres centenares de páginas las contentivas del Acuerdo Final que suscribimos aquí, difíciles de resumir en tan breve espacio. Su firma no significa que capitalismo y socialismo comenzaron a sollozar reconciliados en brazos el uno del otro. Aquí nadie ha renunciado a sus ideas, ni arreado sus banderas derrotadas. Hemos acordado que seguiremos confrontándolas abiertamente en la arena política, sin violencia, en un apoteósico esfuerzo por la reconciliación y el perdón; por la convivencia pacífica, el respeto y la tolerancia; y sobre todo por la paz con justicia social y democracia verdadera.
Recordando a San Francisco de Asís, debemos repetirnos que cuando se nos llene la boca hablando de paz, debemos cuidar primero de tener nuestros corazones llenos de ella.
En todos los escenarios posibles continuará retumbando nuestra voz contra las injusticias inherentes al capitalismo, denunciando la guerra como el instrumento favorito de los poderosos para imponer su voluntad a los débiles por medio de la fuerza y el miedo, clamando por la salvación y la conservación de la vida y la naturaleza, exigiendo el fin de cualquier forma de patriarcado y discriminación, proponiendo salidas verdaderamente humanas y democráticas a todos los conflictos, seguros de que la inmensa mayoría de los pueblos prefieren la paz y la hermandad sobre los odios, y merecen por tanto ocupar un lugar de privilegio en la adopción de las decisiones que envuelven el futuro de todos.
Colombia requiere de transformaciones profundas para hacer realmente verdaderos los sueños de la justicia social y el progreso. La paz es sin duda alguna el elemento esencial para los grandes destinos que nos esperan como nación, que deberán caracterizarse más por sus luces que por su poderío, como diría el Libertador.
Para hacerlo posible, nuestra patria requiere, además de un renacimiento ético, de la restauración moral que predicaba Jorge Eliécer Gaitán antes de ser asesinado aquel fatídico 9 de abril de 1948. El enriquecimiento fácil y el descarado engaño, la cizaña sembrada en las mentes de los ciudadanos por la mentira mediática habitual, la farsa de la educación fundada en el ánimo de lucro de empresarios sin principios, la enajenación cotidiana sembrada por la publicidad mercantil, entre otros graves males, exigen, para superarlos, lo mejor de los valores humanos de nuestros compatriotas.
La sociedad colombiana tiene que ser claramente inclusiva en lo económico, lo político, lo social y lo cultural. El Estado colombiano, tras la firma de este Acuerdo,  no puede seguir siendo el mismo en que se permite que la salud sea un negocio. Los tristemente famosos paseos de la muerte y las agonías a las puertas de los hospitales tienen que desaparecer para siempre. No más familias condenadas a la calle y la miseria, por cuenta de las usurarias deudas con el sistema financiero o las bandas del gota a gota. La seguridad con la que tanto sueñan los colombianos y las colombianas, no debe depender tanto del tamaño de las fuerzas de seguridad del Estado, como del combate a la pobreza y la desigualdad y a la falta de oportunidades que padecen millones de compatriotas, fuente real de las formas más sentidas de la delincuencia. Los servicios públicos deben llegar a todos y a todas. Es a esa tarea a la que nos proponemos sumarnos desde ahora, sin arma distinta que nuestra palabra. Y es eso lo que el Estado colombiano ha prometido solemnemente respetar y proteger.
Al contrario de quienes predican que nuestro ingreso a la política abierta en Colombia constituye una amenaza, sentimos que millones de colombianos y colombianas nos extienden sus brazos generosos, y felicitan a su gobierno por haber alcanzado al menos la terminación del conflicto armado, entre sus disímiles propósitos. De todas partes del mundo recibimos emocionados saludos de aplauso por lo conseguido. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América, vuelven a repetirnos todos los gobiernos del continente.
Ante ellos sellamos nuestro compromiso de paz y reconciliación. Donde quiera que en adelante plante sus pies un antiguo combatiente de las FARC-EP, pueden tener la seguridad de encontrar a una persona decente, serena y sensata, inclinada al diálogo y la persuasión, a una persona dispuesta a perdonar, sencilla, desprendida y solidaria. Una persona amiga de los niños, de los humildes y ansiosa de trabajar por un nuevo país de modo pacífico.
Casi cinco años atrás, en una nota destinada a ser leída por el Presidente Santos, a pocos días de producida la muerte de nuestro Comandante Alfonso Cano, terminaba diciéndole “así no es, Santos, así no es”. Con la convicción de que Colombia se merecía un acuerdo mucho mejor y que quizás con un poco más de voluntad lo hubiéramos logrado, debo reconocer que lo firmado hoy constituye una luz de esperanza, preñada de anhelos de paz, justicia social y democracia verdadera, un documento de descomunal trascendencia para el futuro de nuestros hijos e hijas y de la patria entera.
 Los más de diez mil millones de dólares invertidos en la guerra por el Plan Colombia y el gigantesco gasto para la financiación de la guerra, hubieran servido para solucionar buena parte de los males del pueblo colombiano. Pero, como diría nuestro comandante Jorge Briceño, ya no es tiempo de llorar, sino de echar para adelante. Después de centenares de miles de muertos y millones de víctimas, al suscribir juntos este documento, le digo, Presidente, con emoción patriótica, que este sí era el camino indicado, así sí era.
Los soldados y policías de Colombia han de tener claro que dejaron de ser nuestros adversarios, que para nosotros está definido que el camino correcto es reconciliación de la familia colombiana. Esperamos de ellos, como lo aseguraron varios de sus más destacados mandos, que jugaron importante papel en la Mesa de La Habana, una mirada distinta a la que siempre nos reservaron. Todos somos hijos del mismo pueblo colombiano, nos afectan por igual sus grandes problemas.
A nuestras guerrilleras y guerrilleros, a nuestros prisioneros y prisioneras de guerra, a sus familias, a nuestros licenciados de filas y lisiados, queremos enviarles un mensaje de aliento, ustedes vivieron y lucharon como héroes, abrieron con sus sueños la senda de la paz para Colombia. Los tres monumentos que se construirán con sus armas, darán testimonio eterno de lo que representó la lucha de las y los combatientes de las FARC-EP, y del pueblo humilde y valiente de esta patria.
Colombia espera ahora que, gracias a la necesaria disminución del porcentaje del gasto público destinado a la guerra que deberá traer el fin de la confrontación y el consecuente aumento de la inversión social, nunca jamás, ni en la Guajira, ni en el Chocó, ni en ningún otro espacio del territorio nacional, tengan por qué seguir muriendo niños y niñas de hambre, desnutrición o enfermedades curables.
Hemos coronado, por vía del diálogo, el fin del más largo conflicto del hemisferio occidental. Somos los colombianos y colombianas por tanto, un ejemplo para el mundo: que en adelante seamos dignos de llevar un honor semejante. Reconozcamos que cada una y uno de nosotros tenemos a quienes llorar. Perdimos a hijos e hijas, hermanos y hermanas, padres y madres, amigos y amigas. 
¡Gloria a todos los caídos y víctimas de esta larga conflagración que hoy termina!
En nombre de las FARC-EP, ofrezco sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto, por todo el dolor que hayamos podido ocasionar en esta guerra.
Qué Dios bendiga a Colombia. Se acabó la guerra. Estamos empezando a construir la paz. El amor de Mauricio Babilonia por la Meme, podrá ser ahora eterno y las mariposas que volaban libres tras él, simbolizando su infinito amor, podrán ahora multiplicarse por los siglos cubriendo la patria de esperanza.
¡Bienvenida esta segunda oportunidad sobre la Tierra!
Cartagena de Indias, Septiembre 26 de 2016

La sorpresa del comamdante Timochenko en Cartagena

Los discursos de Santos y Timochenko en Cartagena.

Ayer firmaron en Cartagena el Acuerdo Final para cesar el Conflicto Armado el presidente Juan Manuel Santos y el comandante de las FARC-EP, Rodrigo Londoño Echeverri, ante la presencia de toda la comunidad internacional, la ONU, y miles de invitados especiales, entre los cuáles se contaban a los familiares de y las víctimas.

Emotiva y esperanzadora ceremonia. El pueblo colombiano, desde los que se congregaron en la Plaza de Bolívar hasta los que lo vivieron en las sabanas del Yarí, festejó al estilo colombiano. De rumba. Así somos y quizá esa tendencia a convertirlo todo en música y danza nos ha permitido sobrevivr estos casi 70 años de guerra ininterrumpida.
Quisiera dar algunas puntadas sobre los discursos de las dos partes.
El discurso de Juan Manuel Santos fue un discurso para la comunidad internacional, más de vitrina, más veintejuliero, más de político tradicional, que dejó sin tocar los problemas reales que sufren los colombianos y que generaron y perpetuaron la guerra interna, así haya mencionado uno que otro. No se sintió como un discurso para la ocasión cuando la ocasión estaba para reconocer, por ejemplo, la responsabilidad en el Terrorismo de Estado y pedir perdón a todas las víctimas y no solo mencionarlas como lo hizo.
Eso hubiera sido apoteósico ya que por primera vez un jefe de estado reconocía la culpabilidad del estado, cosa que solo a regañadientes lo hacen cuando son constreñidos por organismos internacionales. Ahí si, si lo hubiera hecho, el pueblo colombiano tendría una seguridad de no repetición y la comunidad internacional un ejemplo a seguir. Es más, el hecho de haber homenajeado a los militares y policías -que lo merecen naturalmente- y no pedír perdón a las víctimas nos deja la certidumbre que podrá repetirse la misma historia, Terrorismo de Estado. Ojalá estemos equivocados.
El discurso del Comandante Timochenko, por el contrario, fue un discurso más sesudo. Que quedará para la historia. Un discurso que tocó con relativa profundidad las causas que engendraron la guerra –no tocados por el presidente Santos-, y pidió perdón a todas las víctimas, como si él fuera el presidente y no el humilde comandante de las FARC Timochenko que todos conocemos a través de la prensa mundial y alternativa.
Desde el principio se vió que el discurso de Timochenko iba dirigido al pueblo colombiano, a los desplazados que rodean con sus cinturones de miseria las ciudades colombianas, al igual que en Cartagena, a donde han sido desterrados por las fuerzas militares-narcoparamilitares, a los campesinos, a los obreros, a los estudiantes, a las mujeres, a los ancianos, a las víctimas, y colocó en altísimo plano a los niños colombianos.
Su compromiso queda sellado y manifiesta su preocupación por el cumplimiento estatal cuando dice “Nosotros vamos a cumplir, y esperamos que el gobierno cumpla. (…) Que nadie dude que vamos hacia la política sin armas. Preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones. … En adelante, la clave está en la implementación de los acuerdos, de tal manera que lo escrito en el papel cobre vida en la realidad. Y para que ello sea posible, además de la verificación internacional, el pueblo colombiano deberá convertirse en el principal garante de la materialización de todo lo pactado”.
Su análisis del momento que vive el mundo lo senala al pedir paz en todo el mundo, en Siria, entre palestinos e israelitas y llama a la convivencia pacífica. Su apuesta en Colombia queda demostrada cuando dice: “El tratado de paz que suscribimos hoy en Cartagena, no sólo pone fin a un conflicto nacido en Marquetalia en el año de 1964, sino que aspira a sellar para siempre la vía de las armas, tan largamente transitada en nuestra patria”.
El pueblo, sus sufrimientos por la repression estatal y su deseo de paz es altamente valorado por Timochenko: “Un pueblo que anhela que la persecución, la represión y la muerte y el accionar paramilitar, que aún persisten, así como las múltiples causas del conflicto y la confrontación, puedan ser superadas en forma definitiva”.
Hay momentos en que no entendemos por qué los personajes que rigen los destinos de un país se muestran tan mezquinos con el dolor ajeno.
Mas estamos contentos, felices. He recibido mensajes tan alentadores como el de un hermano –a quien tengo más de 30 años de no ver- que me manifiesta: “Mi querido hermano!!! Hoy es un día histórico para el país y para nuestra familia!!! Hemos recuperado la Paz y a un hermano!!! Después de 30 años nos volvemos a comunicar. Quiero decirte que durante todo este tiempo anhelé este momento de vencer el miedo y expresarte lo mucho que te quiero y lo mucho que te extrañamos!!! Te mando un fraternal abrazo y mis deseos que la vida nos dé la oportunidad de vernos pronto!!!”.
Imagino que así habrá miles de colombianos con los mismos deseos. Es que la paz es un bien intangible que solo cuando se pierde se sabe lo que significa.
De todos modos, quiero agradecer al presidente JM Santos y al comandante de las FARC-EP, Timochenko, por ese regalo que nos dieron a todos los colombianos: La Paz.

...Ver en Postales de Estocolmo.

Plan Colombia, Marulanda y política de paz de las FARC-EP

Jueves, 29 de mayo de 2008

El papel de Manuel Marulanda en los diálogos de Paz. La política de paz de las FARC-EP.

Por Allende La Paz 

La paz tan anhelada por todos los colombianos, pareciera que se torna cada mes más lejana. Más sin embargo, hay unos tozudos que están luchando por la paz –con justicia social- todos los días de su vida. Algunos con más dedicación que otros. Entre los que le dedican las 24 horas del día, con sus minutos y segundos, a la consecución de la paz están las Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia, ejército del pueblo –FARC-EP-.

Las FARC desde su nacimiento está planteando la necesidad de una salida política al conflicto social y armado que vive nuestro país por culpa de la oligarquía, quién sigue gustosa y cipayamente los dictados de los centros de poder del imperio estadounidense. En el trasegar diario de la lucha se fue dando cuerpo lo que se llama ‘la política de paz de las FARC-EP’.

Es necesario recordar que las FARC siempre ha dicho que cuando el ataque a Marquetalia: "Nosotros fuimos a todas partes donde había puertas para golpear en procura de auxilio para evitar que una cruzada anticomunista, que es una cruzada contra nuestro pueblo, nos llevara a una lucha larga y sangrienta”.

Sus voces, su reclamo, no fueron escuchados, siendo obligados los 48 campesinos de Marquetalia (Tolima) -2 mujeres entre ellos-, a alzarse en armas e ir dándose formas organizativas y aprendiendo en la práctica la guerra de guerrillas, para cumplir con su accionar transformador ‘sobre la marcha’. Decían los marquetalianos: "Nosotros somos revolucionarios que luchamos por un cambio de régimen. Queríamos y luchábamos por ese cambio usando la vía menos dolorosa para nuestro pueblo: la vía pacífica, la vía de la lucha democrática de masas. Pero esa vía nos fue cerrada violentamente con la guerra, y como somos revolucionarios, que de una u otra manera jugaremos el papel histórico que nos corresponde, obligados por las circunstancias nos tocó buscar la otra vía: la vía revolucionaria armada para la lucha por el poder”.

Y desde entonces las FARC han continuado enarbolando como una bandera la ‘política de paz’, convertida en un reclamo estratégico de los guerrilleros por el bien común de los colombianos. Este reclamo ha sido torpedeado por los mismos enemigos que siempre ha tenido la Paz en Colombia: El gobierno de Estados Unidos y la oligarquía colombiana que desde el Estado adelanta la guerra contra el pueblo colombiano, a través del Terrorismo de Estado aplicado por las fuerzas militares-narcoparamilitares oficiales.

Manuel Marulanda fue uno de los grandes impulsores de la búsqueda de la Paz a través de los diálogos con el gobierno nacional. Su figura estuvo siempre ahí en primera fila del combate político por una paz con justicia social. En los acuerdos de Cese al Fuego en Casa Verde, en los diálogos de Caracas y Tlaxcala, en el Caguán, siempre batallando incansablemente por alcanzar el preciado anhelo de los colombianos. Siempre queriendo construir otra Colombia.

Manuel Marulanda tozudamente decía en el Caguán que “la guerrilla abandonará el diálogo con el gobierno sólo si sus posiciones en la zona desmilitarizada son atacadas. Tenemos voluntad de paz y sólo nos retiraremos de la mesa de diálogo cuando caigan las primeras bombas”.

Al tiempo señalaba enfáticamente que el proceso de paz “se le volvió una papa caliente al presidente Andrés Pastrana, porque los altos mandos militares y el gobierno de Estados Unidos quieren la guerra. Ayer fue el collar-bomba (mató una hacendada en junio de 2000 y habría sido colocado por los servicios de inteligencia con ayuda paramilitar), hoy son las acusaciones contra la zona desmilitarizada, mañana será otra cosa, ya que la presión de los militares y de Washington es muy fuerte (…) Entonces, Pastrana parece distanciarse de un proyecto político democrático”.

Nacía el Plan Colombia diseñado en los centros de poder de Washington para torpedear el gran laboratorio de paz jamás realizado en Colombia. Los temas abordados por los ‘temáticos’ llegaban a todos los sectores de la sociedad colombiana, quienes realizaban largos y fatigosos viajes para asistir al diálogo franco, fraterno, respetuoso con las FARC. Negros nubarrones comenzaban a vislumbrarse contra este noble experimento, pero a pesar de todo Manuel Marulanda se veía radiante, en tanto Bill Clinton elaboraba su plan de guerra. 

No era para menos. Se había producido el lanzamiento del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, realizado el 29 de abril de 2000 en San Vicente del Caguán. “Hicimos un acto político-cultural con participación de 40.000 personas que terminó en una tremenda rumba (baile) a la que no me dejaron ir por razones de seguridad, sin que se presentara una riña y ninguna persona saliera lesionada”, señalaba Marulanda, orgulloso del respaldo campesino. “Además, tal vez dentro de algunos años, si existen condiciones para la actividad política abierta, la guerrilla pueda realizar un acto en una ciudad grande. El reto será movilizar 100.000 personas, aunque falta aún para ello. No es momento porque ni siquiera se ha evacuado el primer punto de la agenda común que tenemos con el gobierno, que corresponde al desarrollo económico y generación de empleo", decía el Comandante guerrillero.

Marulanda es consciente de las trabas que el mismo gobierno impulsa: "Por ejemplo, en este momento está prácticamente paralizada la Mesa y no es nuestra responsabilidad; estamos a la espera de propuestas sobre el canje de prisioneros y el cese de fuego. Los representantes oficiales siempre dicen que ya va a llegar un documento con las propuestas y que lo traerá Camilo Gómez, pero hasta el momento nada ha llegado. Vamos a ver si en las próximas reuniones previstas llegan las tan anunciadas propuestas", manifiesta. Igualmente Marulanda es consciente que el gobierno no quiere adelantar ningún diálogo, ni siquiera una discusión sobre un tema sensible para los colombianos: el narco-paramilitarismo. Máxime ahora cuando ya conoce que el Plan Colombia tiene apoyo del gobierno estadounidense y comienza a manifestarse el más burdo saboteo de la cúpula militar colombiana a los diálogos del Caguán: “Me preocupa el lenguaje guerrerista de algunos. Si somos bandidos, bandoleros y secuestradores como dicen quienes nos atacan, ¿para qué dialogar con nosotros?”, decía por esos días.

El Plan Colombia es el plan de guerra que la administración estadounidense atravesó contra los diálogos del Caguán, un programa de guerra, porque impulsa una salida militar al conflicto, y el gobierno Pastrana en ningún momento estuvo interesado en pagar los costos de una paz como la planteada por las FARC como lo prevee Marulanda al decir que “En el interés del gran capital no está la democratización del país y mucho menos una apertura política y social”.

Conocedor profundo de la situación colombiana, Marulanda sabe hacia dónde conducen los diálogos en el Caguán: "Muy poco espacio le queda a la Mesa de Diálogo, porque cualquier pretensión de buscarle soluciones a los temas de la Agenda Común, choca con los propósitos guerreristas del Plan Colombia. A nadie le cabe ninguna duda que este plan es contrainsurgente y que a pocos kilómetros del Caguán está la base militar de Tres Esquinas, donde 12.000 soldados esperan acuartelados, para actuar no propiamente contra los cultivos ilícitos y el narcotráfico. El esfuerzo que hemos hecho se está perdiendo, porque una vez más la clase dominante colombiana se echa en brazos de la potencia norteamericana. Siempre los gringos han estado detrás de los obstáculos en los intentos para buscar la paz en Colombia", le diría el Comandante guerrillero a Kinto Lucas.

"En estas condiciones qué modelo alternativo puede surgir de la Mesa y qué reformas avanzadas y progresistas le darán fuerza y perspectiva a la solución política del conflicto", dice Manuel Marulanda reflejando en esta corta frase toda la política de paz.

Como lo previó el comandante guerrillero, el Plan Colombia se convirtió en el plan militar para imponer la dominación de los Estados Unidos, a través de sus otros mecanismos, Alca, TLC, Plan Puebla-Panamá, etc. A Andrés Pastrana le sucedió en la Casa de Nariño el narco-paramilitar Álvaro Uribe Vélez.

Para Manuel Marulanda la situación estaba extremadamente clara y sabía qué vendría una vez puesto en práctica el Plan Colombia. Su genialidad política-militar lo llevó a preparar a su ejército, ejército del pueblo, para largos años de lucha, de combates armados. Con celeridad comenzó la preparación de la guerrillerada y los mandos en escuelas de todo tipo: básica, de mandos medios, de mandos superiores.

Los diálogos del Caguán permitieron a Manuel Marulanda, el conductor de hombres y mujeres, presenciar muchas de las realizaciones de su genio. Laboratorio de Paz. Diálogos para solucionar el conflicto social y armado. Y por sobre todo, poder ver en toda su dimensión parte su ejército, realizando paradas militares en el Caguán. Paradas apoteósicas, que inyectaban de optimismo al pueblo que tuvo oportunidad de presenciarlos y de miedo a la oligarquía reaccionaria y timorata. Todas estas acciones sólo harían reafirmarse en sus opiniones y visiones que sobre la Nueva Colombia tenía el Comandante en jefe de las FARC-EP.

Posteriormente escribiría en uno de sus mensajes escribía: “Las FARC en sus cuarenta años de vida y recorrido histórico hasta donde se tiene conocimiento ningún gobierno liberal o conservador del bipartidismo, han buscado solución política efectiva al conflicto social y armado con otros movimientos anteriores. Todo el esquema político de los gobernantes para negociaciones ha utilizado la Constitución y las leyes como barrera sin que nada cambie para que todo siga igual y han girado alrededor de la entrega de armas, desmovilización e incorporación a la vida civil sin garantías de ninguna naturaleza y resuelto esto, ahí si a rebuscarse cada uno el sustento como puedan; no quedándole a los desmovilizados sino el camino de engrosar las filas de los desocupados en ciudades y campos, dispuestos a aguantar hambre y a soportar miseria. Estos señalamientos son parte del análisis sobre la política de paz que no fructificó para bien de todos los colombianos porque faltó voluntad política e interés de invertir dinero en la paz.

Ahora viene un nuevo experimento del Estado apoyado por todos los resentidos de diferentes matices contra la política de paz de Pastrana porque no lograron el objetivo de desmovilizar las FARC y se abre el nuevo capítulo de guerra total contra el pueblo que lucha por mejores condiciones de vida no desde ahora sino siempre de acuerdo al pasado en la historia de Colombia. Convencido el gobierno, los resentidos y guerreristas de oficina que era la única forma de acabar con la guerrilla y solucionar no solo el conflicto social y armado sino toda la problemática nacional de orden político, económico, social, cultural y ambiental mediante la contribución del Parlamento con la aprobación de las Reformas y leyes anti-democráticas que le permitieran gobernar a Uribe sin dificultados por 4 años, con aspiraciones a gobernar otros 4 años utilizando todos los recursos del Estado en sobornar e instalar en departamentos y municipios sus agentes incondicionales como paramilitares red de cooperantes, al servicio de la campaña electoral, para darle continuidad a la guerra que no existe, según sus palabras en distintos foros nacionales e internacionales” decía Marulanda en carta enviada a Álvaro Leyva Durán.

La paz quedaba aplazada una vez más por la cobardía y la avaricia de una oligarquía cipaya a los dictados del imperio estadounidense. Pero el genio guerrero sabía que los procesos son dialécticos y continuó en su brega, con una nueva bandera diseñada por él mismo, la cual acompañaría la bandera de la paz: El Intercambio o Canje de Prisioneros. En gracia del desarrollo de este punto vemos hoy día el enorme aislamiento internacional del régimen narco-paramilitar colombiano.

Los tiempos de la guerrilla son los tiempos de Manuel Marulanda, quien enseñó a sus guerrilleros a tener profundo respeto por los tiempos de la naturaleza. Todo tiene su tiempo y su momento. Y cada cosa que se haga en el día de hoy contribuirá con la causa final de los oprimidos: el triunfo de la causa revolucionaria, el triunfo de la causa del pueblo, el triunfo de la Paz.

Por eso vemos hoy que las FARC ante la muerte de su Comandante en Jefe, designó su reemplazo como si ya el camarada Manuel lo hubiera previsto y el Secretariado Nacional designó los cupos vacantes, como lo hubiera hecho en vida de Manuel, y todas las FARC han reafirmado su indeclinable voluntad de alcanzar la Paz con justicia social, y concretar el Intercambio Humanitario.

Por tales razones nadie puede llamarse a engaños. La política de paz de las FARC-EP es una política organizacional que nace de lo más profundo de su sensibilidad revolucionaria. Los revolucionarios del mundo acompañamos a las FARC en sus propósitos de conquistar la Paz en Colombia. 

Modificado el lunes, 02 de junio de 2008

¿Fracasó la izquierda latinoamericana?

Por: Martín Caparrós. New York Times.
Ya no sé cuántas veces lo he visto escrito, lo he oído repetido: está por todas partes. La frase se ha ganado su lugar, el más común de los lugares, y no se discute: la izquierda fracasó en América Latina.
Es poderoso cuando un concepto se instala tanto que ya nadie lo piensa: cuando se convierte en un cliché. El fracaso de la izquierda en América Latina es uno de ellos. El fracaso de los gobiernos venezolano, argentino o brasileño de este principio de siglo es evidente, y es obvio que sucedió en América Latina; lo que no está claro es que eso que tantos decidieron llamar izquierda fuera de izquierda.
Hubo, sin embargo, un acuerdo más o menos tácito. Llamar izquierda a esos movimientos diversos les servía a todos: para empezar, a los políticos que se hicieron con el poder en sus países. Algunos, en efecto, lo eran —Evo Morales, Lula— y tenían una larga historia de luchas sociales; otros, recién llegados de la milicia, la academia o los partidos del sistema, simplemente entendieron que, tras los desastres económicos y sociales de la década neoliberal, nada funcionaría mejor que presentarse como adalides de una cierta izquierda. Pero las proclamas y la realidad pueden ser muy distintas: del dicho al lecho, dicen en mi barrio, hay mucho trecho.
La discusión, como cualquiera que valga la pena, es complicada: habría que empezar por acordar qué significa “izquierda”. Es un debate centenario y sus meandros ocupan bibliotecas, pero quizá podamos encontrar un mínimo común: aceptar que una política de izquierda implica, por lo menos, que el Estado, como instrumento político de la sociedad, trabaje para garantizar que todos sus integrantes tengan la comida, salud, educación, vivienda y seguridad que necesitan. Y que intente repartir la riqueza para reducir la desigualdad social y económica a sus mínimos posibles.
Creo que, en muchos de nuestros países, poco de esto se cumplió. Pero creer y hablar es relativamente fácil. Por eso, para empezar a pensar la cuestión, importa revisar las cifras que intentan mostrar qué hay más allá de las palabras discurseadas. Por supuesto, el espacio de un artículo no alcanza para un recorrido completo: cada país es un mundo. Así que voy a centrarme en el ejemplo que mejor conozco: la Argentina del peronismo kirchnerista.
Primero, las condiciones generales: entre 2003 y 2012 el precio de la soja, su principal exportación, llegó a triplicarse. Los aumentos globales de las materias primas ofrecieron a la Argentina sus años más prósperos en décadas. Con esa base privilegiada y 12 años de discursos izquierdizantes, Cristina Fernández de Kirchner dejó su país, en diciembre pasado, con un 29 por ciento de ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas: 10 millones de pobres, dos millones de indigentes. El 56 por ciento de los trabajadores no tiene un empleo estable y legal: desempleados, subempleados, empleados en negro y en precario. Un tercio de los hogares sigue sin cloacas y uno de cada diez no tiene agua corriente. Y hay casi cinco millones de malnutridos en un país que produce alimentos para cientos de millones, pero prefiere venderlos en el exterior.
Aunque, por supuesto, el relato oficial era otro: en junio de 2015, la presidenta Fernández dijo en la Asamblea de la FAO que su país sólo tenía un 4,7 por ciento de pobres; su jefe de gabinete, entonces, dijo que la Argentina tenía “menos pobres que Alemania”. Para conseguirlo, su gobierno había tomado, varios años antes, una medida decisiva: intervenir el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y obligar a sus técnicos a producir datos perfectamente inverosímiles.
Pese a los discursos, en los años kirchneristas también aumentó la desigualdad en el acceso a derechos básicos como la educación y la salud. En 1996, el 24,6 por ciento de los alumnos iba a escuelas privadas; en 2003 la cifra se mantenía; en 2014 había llegado al 29 por ciento. Los argentinos prefieren la educación privada a la pública, pero no todos pueden pagarla: su uso es un factor de desigualdad importante, y creció un 20 por ciento en estos años.
En 1996 la mitad de la población contaba con los servicios médicos de los sindicatos, el 13 por ciento un plan médico privado y el resto, el 36 por ciento más pobre, se las arreglaba con la salud pública. La proporción se mantiene: entre 15 y 17 millones de personas sufren la medicina estatal, donde tanto funciona tan mal. Es la desigualdad más dolorosa, como bien pudo ver la presidenta Fernández cuando —diciembre de 2014— se lastimó un tobillo en una de sus residencias patagónicas y la llevaron al hospital provincial de Santa Cruz. Allí le explicaron que no podían curarla porque el tomógrafo llevaba más de un año roto, y la mandaron en avión a Buenos Aires, 2.500 kilómetros al norte.
Mientras las diferencias entre pobres y ricos se consolidaban, mientras la exclusión de un cuarto de la población producía más y más violencia, las grandes empresas seguían dominando. En agosto de 2012 Cristina Fernández lo anunciaba sonriente: “Los bancos nunca ganaron tanta plata como con este gobierno”. Era cierto: en 2005 se llevaban el 0,33 por ciento del Producto Interno Bruto; en 2012, más de tres veces más. Ese mismo año el Fondo Monetario Internacional informaba que la rentabilidad sobre activos de los bancos argentinos era la más grande del G-20, cuatro veces mayor que la de los vecinos brasileños. Y la economía en general siguió con la concentración que había inaugurado el menemismo: en 1993, 56 de las 200 empresas más poderosas del país tenían capital extranjero y se llevaban el 23 por ciento de la facturación total; en 2010 eran más del doble —115— y acaparaban más de la mitad de esa facturación.
Y esto sin detenerse en el sinfín de corruptelas que ya colman los tribunales de justicia con ministros, secretarios, empresarios amigos, la propia presidenta. ¿Se puede definir “de izquierda” a un grupo de personas que roba millones y millones de dineros públicos para su disfrute personal?
Ni detenerse en la locura personalista que hace que estos gobernantes –y por supuesto la Argentina– identifiquen sus políticas consigo mismos. ¿Se puede definir “de izquierda” a una persona que desprecia tanto a las demás personas como para creerse indispensable, irreemplazable?
Son más debates. Mientras tanto, sería interesante repetir la operación en otros países: comparar también en ellos las proclamas y los resultados. Quizás allí también se vea la diferencia entre el reparto de la riqueza que llevaría adelante un gobierno de izquierda y el asistencialismo clientelar que emprendió éste. Quizás entonces se entienda por qué, mientras algunos de estos gobiernos se reclamaban de izquierda, sus propios teóricos solían llamarlos populistas, una tendencia que la izquierda siempre denunció, convencida de que era una forma de desviar los reclamos populares: tranquilizar a los más desfavorecidos con limosnas —subsidios, asignaciones— que los vuelven más y más dependientes del partido que gobierna.
Pero el lugar común pretende que lo que fracasó fue la izquierda –y eso les sirve a casi todos. A aquellos gobiernos, queda dicho, o a sus restos, para legitimarse. Y a sus opositores del establishment para tener a quien acusar, de quien diferenciarse, y para desprestigiar y desactivar, por quién sabe cuánto tiempo, cualquier proyecto de izquierda verdadera.
 

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