Las FARC-EP deseamos hacer también del dominio público, el anuncio
oficial del inicio de conversaciones de paz con el gobierno de Colombia.
Efectivamente, en la ciudad de La Habana, en la Cuba revolucionaria de
Fidel y el Che, en la patria socialista de José Martí, nuestros
delegados suscribieron el día 26 de agosto del presente año, a las 17:30
horas, el denominado Acuerdo General para la Terminación del Conflicto
y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. Con él se desata de
nuevo un proceso de diálogos encaminado a la consecución de la paz en
nuestra patria. Una noble y legítima aspiración que la insurgencia
colombiana defiende desde hace ya medio siglo. Adjuntamos el texto de
dicho Acuerdo, así como la Declaración Política del Estado Mayor Central
de las FARC-EP al respecto.
Consideramos un deber insoslayable reconocer la invalorable
colaboración del gobierno de la República Bolivariana de Venezuela,
encabezado por el Señor Presidente Hugo Rafael Chávez Frías, que resultó
determinante para la conclusión de este Acuerdo, así como la
inmejorable actuación del gobierno del Reino de Noruega, que jugó papel
fundamental en los momentos más difíciles de esta brega. Desde luego,
sin la preocupación y gestión del gobierno presidido por el Comandante
Raúl Castro, esta larga faena no habría llegado a tan exitoso puerto. A
todos ellos nuestros formales y sinceros agradecimientos. Estamos
seguros que toda Nuestra América aplaude su generosa actuación. No nos
cabe duda de que nuevas Naciones seguirán sumándose al propósito de
blindar este nuevo esfuerzo.
Han transcurrido diez años des de cuando Andrés Pastrana decidió
echar en saco roto sus propósitos de paz y decretar una nueva etapa en
la larga confrontación civil colombiana. Daba así cumplimiento a la
persistente amenaza de su primer ministro de defensa, quien nos advertía
comenzando el proceso del Caguán, que tendríamos dos años para pactar
nuestra entrega, so pena de sufrir un exterminio ejemplar por cuenta de
la arremetida que preparaba el Estado contra nosotros .Es claro que todo
fue una ardid oficial para ganar tiempo. ¡Cuánta muerte y
destrucción!¡Cuánto dolor y lágrimas! ¡Cuánto luto y despojo
inútiles!¡Cuántas vidas y sonrisas cercenadas !Para finalmente concluir
que la salida no es la guerra, sino el diálogo civilizado. Pueda ser, y
Colombia entera debe ponerse en pie para impedirlo, que no suceda lo
mismo esta vez. Nuestra patria no merece esta guerra que declararon
contra ella.
Pero una década atrás no sólo se vino sobre Colombia y su pueblo una
espantosa embestida militar, paramilitar, judicial, económica, política y
social que hoy parece reconocerse como vana. También cayeron sobre
nosotros como aves de presa, los propagandistas del régimen con su
discurso difamatorio y venenoso. ¡Cuál de los más viles adjetivos no se
lanzó contra quien asumiera una posición política próxima a nuestra
palabra! ¡De qué estigma infamante no fuimos cubiertos quienes hicimos
frente a la guerra y la violencia desatadas con frenesí desde el poder!
¡Cuál de los más horrorosos crímenes dejó de sernos imputado! También
tan denigrante envilecimiento del lenguaje terminó siendo inútil.
Volvemos a una mesa, reconocidos como adversarios militares y políticos,
convidados y protegidos por quienes nos persiguieron, acompañados y
avalados por la comunidad internacional. Definitivamente tanta
manifestación de odio carece de sentido.
Quizás para la satisfacción de quiénes, el gobierno nacional ha
reiterado una y mil veces, tanto en el escenario exploratorio como en
sus múltiples declaraciones públicas, su inamovible decisión de no
permitir ninguna de las que califica como concesiones en el terreno de
la guerra. En su extraño parecer, cualquier posibilidad de cese al
fuego, tregua, armisticio o despeje únicamente contribuye a la creación
de incentivos perversos. Es claro para nosotros entonces, que pese a las
manifestaciones oficiales de paz, los alzados llegamos a este nuevo
intento de reconciliación, asediados no sólo por el mismo embate militar
desatado una década atrás, sino compelidos abiertamente mediante su
acrecentamiento, a recoger nuestras aspiraciones políticas y sociales a
cambio de una miserable rendición y entrega.
Pese a tales señales, las FARC-EP guardamos la sincera aspiración de
que el régimen no intenta repetir la misma trama del pasado. Pensamos
simplemente que están en evidencia las enormes dificultades que tendrá
que afrontar este empeño. La consecución de una paz democrática y justa
merece afrontar los más difíciles retos. Por encima de ellos, somos
optimistas. La historia siempre ha sido labrada por las fuerzas sociales
que apuntaron al futuro. Estamos convencidos de que la realidad
nacional impondrá la voluntad de las grandes mayorías que creen y
necesitan de la paz con justicia social. A un lado del camino deben
quedar los firmantes de fabulosos contratos derivados de la guerra, los
que encuentran en los grandes presupuestos de defensa un rápido camino
al enriquecimiento, los que acrecientan velozmente sus propiedades e
inversiones con base en el pillaje contra los indefensos.
A la obsesiva e indolente posición de identificar la paz
exclusivamente con la victoria, de alcanzarla mediante brutales
operaciones militares y policiales de aniquilamiento, de conquistarla
con base en devastadores bombardeos y ametrallamientos, de identificarla
con la consagración de la impunidad para la arbitrariedad de sus
agentes, de tejerla con millares de capturas masivas, allanamientos,
persecuciones, desplazamientos y toda clase de represiones contra la
población colombiana que reclama sus derechos, de asimilarla a la
aceleración de las locomotoras de la infamia, resulta urgente enfrentar
una concepción distinta, justa, realista y constructiva. Una paz fundada
en la verdadera reconciliación, en el entendimiento fraterno, en las
transformaciones económicas, políticas y sociales necesarias para
alcanzar el punto de equilibrio aceptable para todos, en la extirpación
definitiva de las razones que alimentan la confrontación armada.
Sobre tales certezas se elaboró conjuntamente la parte introductoria
del Acuerdo General. Un importante logro en las discusiones del
encuentro exploratorio. Se reconocen allí, entre otros hechos
incontrovertibles, que este proceso de paz atiende al clamor de la
población colombiana, que construir la paz es asunto de la sociedad en
su conjunto y por tanto requiere de la participación sin distinción de
todos, que deben respetarse los derechos humanos en todos los confines
del territorio nacional, que el desarrollo económico con justicia social
y en armonía con el medio ambiente es garantía de paz y progreso, que
el desarrollo social con equidad y bienestar, incluyendo las grandes
mayorías, nos permitirá crecer como país, que la ampliación de la
democracia es condición para lograr bases sólidas de paz. A pesar de
ello, aún se escuchan con fuerza voces oficiales que abiertamente
persisten en la salida militar. Allá ellos.
Las FARC-EP asumimos, identificados con el pueblo de Colombia, que la
introducción de esos axiomas en el Acuerdo General, constituye el marco
teórico de principios que deberá ser materializado en los acuerdos
finales sobre la agenda pactada. Seis meses batallando por estas
verdades, nos permitió por fin conseguir del gobierno nacional su
inclusión. Para nosotros es perfectamente claro que la llave de la paz
no reposa en el bolsillo del Presidente de la República. Tampoco en el
del comandante de las FARC-Ejército del Pueblo. El verdadero y único
depositario de tal llave es el pueblo de este país. Es a los millones de
víctimas de este régimen elitista y violento, a los afectados por sus
políticas neoliberales de desangre, a los que sueñan con una democracia
real en una patria amable, en desarrollo y en paz, a quienes corresponde
jugar en adelante su rol protagónico por una nueva Colombia.
Y a ellos estamos dirigiéndonos las FARC-EP con nuestro corazón en la
mano. Porque ha vuelto a abrirse la puerta de la esperanza. Porque
repican las campanas llamando con fuerza a la plaza central. Para que
salgan de sus veredas, de sus viejas minas, de sus comunidades y
resguardos, de sus barriadas pobres, de sus centros de trabajo, de las
factorías que los consumen, de sus talleres domésticos, de su rebusque
agónico de todos los días, de sus centros de estudio, de su
confinamiento carcelario, de su incesante búsqueda de empleo, de sus
pequeñas empresas, de sus fábricas amenazadas por la quiebra, de sus
culturas ignoradas, de su nicho de desplazados, de sus escondites de
amenazados, de sus rincones de víctimas, de sus hogares destruidos. Se
trata de marchar por la paz, por la construcción entre todos del nuevo
país, se trata de cerrarles el portón a los amos violentos, de luchar
por profundas modificaciones del orden vigente.
El espacio para la lucha de millones de colombianos está abierto. Es
eso lo que significa que la paz es una cuestión de todos. Tenemos que
hacer de esta oportunidad un nuevo grito por la independencia. Poco más
de dos siglos atrás clamaba José Acevedo y Gómez desde un balcón
capitalino: “…si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, mañana
seréis tratados como insurgentes. ¡Mirad las mazmorras, los grillos y
las cadenas que os esperan!”La situación de hoy es asombrosamente
semejante. O los colombianos del montón, los secularmente humillados y
ofendidos, los oprimidos y explotados, nos ponemos de pie en defensa de
nuestro territorio y sus riquezas, de nuestro trabajo, de nuestras
libertades, familias, vidas y culturas amenazadas por completo, o
terminaremos con la marca del hierro candente en las espaldas,
constreñidos por las bayonetas, lamentando sin consuelo haber sido
inferiores a nuestro compromiso con la patria y nuestros hijos.O
seguiremos sufriendo la prolongación indefinida y lacerante del
conflicto
para impedir por la fuerza semejante destino.
En días recientes, alguna revista reseñaba cómo una emperifollada
señora de la alta sociedad, renunció de modo airado a su participación
como socia en un exclusivo club de la capital, por haber visto bailando
en uno de sus pasillos a un jovenzuelo atrevido que tenía además un
cigarrillo en la mano. Una afrenta intolerable, a su juicio. Que la
gente de la alta sociedad proceda de ese modo en sus clubes sociales, es
un asunto de ella. Pero que no pretendan seguir obrando de igual modo
con el país entero. No puede calificarse como bochinche y ruido
innecesario la participación general del pueblo colombiano en las
discusiones de paz, menos cuando ha sido éste quien ha puesto la mayor
cuota de sangre y sufrimiento en el conflicto. Llamamos por eso a
Colombia entera a pronunciarse, a exigir su participación o a asumirla
en las calles y carreteras como ha aprendido a hacerlo por siglos. Ella
también tiene su agenda.
En nuestro país se ve de todo. Vampiros sedientos de sangre acuden
hoy a los cuarteles a llenar de consejas a los miembros de las fuerzas
armadas, a fin de lograr que se atraviesen en los esfuerzos de paz y
reconciliación. Peligroso asunto. Pero saldrán también derrotados. Nadie
como las guerrillas para dar fe de la entereza y valor de los soldados y
policías de Colombia. Combatimos a diario en todo el territorio
nacional. Ellos nos causan nuestras bajas y son a su vez alcanzados con
el fuego de nuestras armas. Saben bien que la necesidad los ha impelido a
jugarse la vida, que alimentan a sus familias con el miedo permanente a
la muerte o la invalidez. Son colombianos del pueblo, que aman la vida y
sueñan con prolongarla. Que sufren necesidades y ven a sus hijos crecer
en medio de tan aciago panorama de incertidumbre social y violencia.
Que junto con los suyos, no pueden querer esta guerra.
Habrá en su cúpula elementos guerreristas y ambiciosos, que se
prestan a los más sucios propósitos. Gentes como Rito Alejo del Río o
Santoyo, penetrados hasta los tuétanos por las doctrinas imperiales de
seguridad nacional que convierten en hongos a los hombres. Pero también
debe haber patriotas, militares honestos que se preguntan por qué razón
las fuerzas armadas colombianas se encuentran al servicio de poderosas
compañías multinacionales que saquean las riquezas del país, por qué su
papel se reduce a la intimidación, al aplastamiento de la población
inconforme con las políticas antipatrióticas de gobiernos corruptos, que
se cuestionan por su papel de garantes de un injusto orden de cosas,
que se irritan al ver cómo sus altos mandos dan sumisos partes a
generales extranjeros. A todos ellos extendemos en esta hora nuestras
manos abiertas en procura de reconciliación. Otra Colombia es posible y
entre todos podremos modelarla.
Haber llegado a la Habana no fue solo el fruto de la resistencia
indoblegable de la insurgencia colombiana. Es sobre todo el triunfo del
clamor nacional por la paz y la solución política. Es el resultado de
cada consigna pintada en una pared, de cada acto de masas promovido en
centenares de sitios, de esa movilización campesina, indígena y de
negritudes que confluyó en Barrancabermeja en agosto de 2011, de las
arrolladoras marchas en cada departamento y en la capital del país. De
la protesta social, de la lucha contra las fumigaciones, de los paros y
huelgas contra el gran capital transnacional, de todos esos encuentros
de mujeres, de artistas, de estudiantes y jóvenes, de Colombianas y
Colombianos por la Paz, del Congreso de los Pueblos, de la Minga
Indígena, de la movilización de múltiples sectores, del grito adolorido
de los habitantes del Cauca y Putumayo, del Cesar, del Huila y la
Guajira, del Caquetá, los santanderes y Arauca, de todos los rincones de
nuestra geografía patria.
Semejante torrente ya no podrá detenerse. Estamos seguros de que
seguirá creciendo, que se llevará por delante los planes imperiales, los
aviones cazas, los tanques de guerra, los infernales desembarcos, los
batallones de combate terrestre, los brutales escuadrones antimotines,
los falsos positivos, las amenazas y los emplazamientos, el
paramilitarismo, los pedantes jurisconsultos, la falsedad mediática, la
politiquería rastrera, las políticas neoliberales. Por nuestra parte,
llegamos a la mesa de diálogos sin rencores ni arrogancias. A plantear
al gobierno nacional que considere importantes los de abajo, que no
juzgue como ingenuidades sus anhelos, que no los crea incapaces de
emprender grandes empresas, que les reconozca su derecho a tomar parte
en las grandes decisiones nacionales. Con el cerrado apoyo de enormes
muchedumbres, no pensamos en levantarnos de la mesa sin haber hecho
realidad esas banderas. ¡Hemos jurado vencer!… ¡Y venceremos!
¡Vivan la memoria y el ejemplo de Manuel Marulanda Vélez, Jacobo
Arenas, Efraín Guzmán, Raúl Reyes, Iván Ríos, Jorge Briseño, Alfonso
Cano, Marianita Páez, Lucero Palmera y todas las guerreras y guerreros
que ofrendaron su sangre por la paz de Colombia!
¡Viva Colombia!
SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP
Montañas de Colombia, 5 de septiembre de 2012.