Felipe Tascón Recio/ Tomado de APR.
En TELESUR veo al compañero Evo, relatar como su primer encuentro con
el inmortal Hugo, fue frustrado por algunos desubicados diplomáticos,
que en el 2000 bloquearon la reunión del comandante con el parlamento
indígena latinoamericano, porque “ahí había un diputado cocalero
narcotraficante”. Hoy pasa lo mismo en otras latitudes, valga entonces
para apuntalar la necesidad de divulgar los escenarios de agricultura
cocalera colombiana, tan desconocida en Bolivia y Latinoamérica.
Dentro de la guerra mas larga de la historia de América, además de
los actores armados, también se enfrentan dos escenarios para los
cultivos proscritos de la Coca, el de agricultura campesina y el
terrateniente. Marx define los tres ángulos que enmarcan la
contradicción del capitalismo, los llama Fórmula Trinitaria:
Capital-ganancia, tierra-renta del suelo, trabajo-salario (CAPITAL, T3,
C48). En el escenario de agricultura campesina, el trabajo sumado a la
tierra puede obviar al capital, mientras en el escenario terrateniente,
el capital separa la tierra del trabajo, y gracias a ello lo sojuzga.
Escenario de agricultura campesina
En Colombia, el cultivo ancestral de la Coca convive con
explotaciones comerciales orientadas a un valor de uso narcótico, este
último proceso se ha dado con trabajadores rurales desplazados de la
frontera agrícola, con campesinos emigrados —de forma espontánea, o
dirigida por el Estado— hacia terrenos baldíos de los bosques húmedos,
en mayoría de la cuenca amazónica. Estos campesinos guardan similitud
con los protagonistas de los lamentos del emprendedor Wakefield, quien
como recoge Marx no pudo desarrollar su empresa en Norteamérica, en la
medida que los obreros tercamente emigraban a las tierras del oeste,
pasaban por alto el mercado laboral, y por ende el capitalismo, para
procurarse ellos mismos su vida. (CAPITAL, T1, C25).
Pero en Colombia y Suramérica de la segunda mitad del siglo XX las
causas de la migración, no fueron similares a las de los lamentos de
Wakefield. En nuestro continente, la colonialidad adquirió ciudadanía
republicana: instituciones coloniales como la hacienda, y vicios como el
racismo, le han sobrevivido a 200 años de vida republicana. Así pues,
la migración de los trabajadores agrarios, debe entenderse como un acto
obligado por el monopolio terrateniente dentro de la frontera agrícola
de nuestros países: es el poder latifundista, que monopoliza las mejores
tierras cercanas a los mercados, lo que provoca la migración, no hacia
las praderas del oeste norteamericano, sino hacía terrenos selváticos de
suelos pobres en nutrientes. En el caso colombiano, este proceso se
acelera por dos hechos: primero la guerra civil no declarada: la
Violencia; y segundo como reacción a la Revolución Cubana. Así el Estado
desde los años 60 del siglo XX, impulsa una supuesta reforma agraria,
sin tocar al poder terrateniente, sino mudando campesinos sin tierra
hacía los baldíos de las cuencas de 4 ríos: Amazonas, Orinoco, Magdalena
y Catatumbo.
Estas cuencas tienen en común el bosque húmedo tropical, de suelos
pobres y alta acidez, pero sobre todo lejos de los mercados, por las
pésimas condiciones de la red vial del país. La colonización de estas
zonas, en su mayoría impulsada por el Instituto Colombiano de la Reforma
Agraria, en ningún momento contó con una mínima planificación, y mucho
menos con estudios agrológicos que evaluarán la vocación de los suelos
selváticos que se estaban entregando. Estos colonos ahora tenían su
trabajo y la tierra, pero les faltaba algo.
El problema central que generó el traslado a los baldíos, fue el
choque entre la cultura agraria de campesinos desplazados desde los
valles interandinos, y la realidad agroecológica de los suelos que los
recibían. Por ejemplo con las familias que reclamaban tierras en
Candelaria, departamento del Valle, desplazadas por los latifundios
azucareros, se fundó en la cuenca amazónica, Puerto Limón, departamento
del Putumayo, cerca de la frontera con Ecuador. Estos campesinos
conocedores de la cultura de la finca tradicional, que combina cultivos
alimenticios, como frutas, verduras, plátano, frijol, café y cacao, con
la cría de especies menores, empezaron a tener dificultades con los
suelos amazónicos de calidad muy diferente, y con imposibilidad de sacar
sus escasos excedentes a los mercados urbanos. Para que los colonos de
los bosques húmedos colombianos, llegaran a equipararse con los farmers
de la Norteamérica decimonónica, necesitaban un cultivo apto para sus
suelos y comercializable.
Después de décadas de luchar contra el suelo adverso y a duras penas
ganándole la batalla al hambre, en los años 70 empezaron a aparecer en
estas zonas los esquejes de la especie de Coca traídas desde el trópico
de Cochabamba: la Erythroxilum Coca. La planta existió siempre en
Colombia como parte de la cultura de las naciones originarias, pero en
pisos térmicos intermedios de las cordilleras de los Andes, y de la
Sierra Nevada de Santa Marta, en variedades tradicionales de la especie
Erythroxilum novogranatense, cuyo cultivo se destinada a satisfacer el
consumo ancestral de hojas en una modalidad de mascado llamada mambeo.
Esta especie tenía bajos rendimientos por hectárea en las laderas
andinas, y menores en las condiciones del bosque húmedo. Mientras los
esquejes bolivianos de Coca, resultaron ser el algo que faltaba: un
producto rendidor y al que con un procesamiento mínimo en la propia
finca, hasta llevarlo a pasta básica de Cocaína, se le controla la
perecibilidad, impidiendo que lo dañaran ni en las pésimas vías, ni la
alta pluviosidad de los baldíos que la reforma agraria le había
entregado a los campesinos.
Además un producto, al que las FARC, le empezó a fijar un precio de
sustentación alto: por ejemplo en el Catatumbo a fines de 1998, obligaba
a los narcos a pagarles a los campesinos 1.000 dólares el kilo de
pasta. Entonces con el nuevo producto, el campesinado logra mantener su
independencia, sin someterse como obreros al capital, pudiendo eludir al
mercado de trabajo, equiparándose así a los farmers que trasnochaban a
Wakefield. Las nuevas variedades bolivianas, de partida orientaban la
producción hacia el mercado, lo que significó un salto desde la
agricultura de satisfactores individuales y comunitarios, hacia una con
valor de uso mercantil. De esta manera se consolidaba la agricultura
campesina, donde trabajadores con tierra podían obviar al capital.
Con la agudización del conflicto, la guerrilla asumió una estrategia
para impedir la entrada de los paramilitares detrás del narco, así en
algunas zonas del país bajo su control, en los últimos años hay una
pequeña modificación del modelo expuesto. Desaparece la transacción
directa entre el campesino independiente y el narcotraficante, en cambio
aparece un “propio” que acopia de los campesinos y afuera le vende al
narco. Si bien cambian los actores de la transacción de pasta básica, no
cambia la propiedad campesina: como en el modelo clásico, el trabajo y
la tierra continúan del mismo lado.
Escenario de agricultura terrateniente
Uno de los ejemplos que expone Marx sobre la génesis del capital, son
las llamadas Clearing of Estates, o limpieza de fincas, eufemismo para
describir el desplazamiento de campesinos, de donde la limpieza era de
personas. Este mecanismo, fue el que generó que en Europa al inicio del
siglo XIX, si hubiera carne para el mercado laboral. Por ejemplo los
campesinos escoceses agrupados en clanes, mayoritariamente explotaban la
tierra como un bien comunal, fueron reprimidos con violencia para ser
expulsados de sus tierras originales, y también de los lugares donde se
refugiaban. Valga el ejemplo de la expulsión de los campesinos del clan
Sutherland, por la condesa del mismo nombre ayudada por el ejercito
británico, primero los desplazaron de la tierra para hacer haciendas
ovejeras, luego del que había sido su refugio en la costa escocesa,
donde habían desarrollado una incipiente industria de pesca. La segunda
expulsión esta vez hacia las ciudades y hacia el exterior como fuerza de
trabajo, mientras que las pescaderías que habían creado, la señora se
las vendía a empresarios de Londres (CAPITAL, T1, C24).
Cuando los campesinos, en los baldíos recibidos de la reforma agraria
colombiana, abren una nueva frontera agrícola, al final del siglo XX,
pasó algo similar a las pescaderías del clan Sutherland. Estos
trabajadores agrícolas, a partir de las hojas de Coca consiguieron un
producto rentable: la pasta básica, de forma que sus parcelas se
volvieron apetecibles para el capital. Esta historia se conoce como
contrarreforma agraria paramilitar y narcotraficante, y responde a la
lógica del despojo del trabajador de sus medios de producción, su
expulsión o muerte, para después remplazar el régimen de explotaciones
rurales con pequeños propietarios que trabajan su tierra, por el de
aparcería, es decir por campesinos que pagan alquiler por las parcelas
Cocaleras, ahora expropiadas por terratenientes ligados al
paramilitarismo.
Valga el ejemplo de la cuenca del Catatumbo, zona de frontera con
Venezuela, donde existió desde los años 60 del siglo XX, un programa de
colonización oficial, alrededor del pequeño poblado de La Gabarra. En
esa región entró el cultivo de la Coca a fines de los años 80, con lo
cual se dinamizó la economía, de la manera descrita en el escenario de
agricultura campesina. Hasta el final del año 98, existían en el casco
urbano del poblado ejército y policía, mientras en el área rural había
presencia de dos grupos guerrilleros: las FARC y el ELN. Ante las tomas
guerrilleras en todo el país, el gobierno decidió evacuar sus bases
policial y militar de La Gabarra. Seis meses después en mayo de 1999, se
dio un operativo conjunto entre 150 paramilitares comandados por
Salvatore Mancuso, y el batallón Saraguro del ejército al mando de un
mayor Llorente (está colaboración entre paramilitares y militares
oficiales, fue demostrada en los estrados judiciales). Luego de algunos
días de resistencia guerrillera contra el avance por vía terrestre de
los paras, el desembarco aerotransportado del ejército y la policía en
el poblado, definió que éstos tomarán posesión del área urbana, y los
paras el área rural de influencia inmediata. El balance fueron más de
200 muertos (la mayor masacre de la historia de Colombia), y 3.000
campesinos desplazados.
Al mes siguiente, el narcotraficante que había financiado la
operación, estableció en el casco urbano del poblado y a solo 500 metros
de la restablecida estación de policía, lo que podríamos llamar una
“oficina inmobiliaria”, los cerca de 600 predios abandonados por las
familias desplazadas, con matas de Coca en producción, se le asignaban
en arriendo, a inmigrantes traídos desde zonas de control paramilitar.
Además en contraste con el precio de sustentación alto que manejaba la
guerrilla, la misma “oficina” que cobraba la renta, rebajó el precio a
600 dólares. Se conforma así el escenario de agricultura terrateniente:
campesinos tributarios, renta del suelo y precios bajos, característico
de las zonas Cocaleras de control paramilitar.
Comparación y confrontación de escenarios
Bien vale comparar los dos regímenes de explotación Cocalera: el
terrateniente de áreas controladas por el paramilitarismo, y el
campesino, que caracteriza a las zonas de control guerrillero. Este
contraste se puede ver como la causa, al nivel de la economía política,
de la prolongación infinita —en las zonas de cultivos proscritos— de la
guerra colombiana.
Con los altos precios de sustentación para la pasta básica, la
guerrilla —cual Estado alternativo— se garantizaba un alto impuesto como
porcentaje del 10%, pagado por el narco-comprador. En paralelo como
ejercicio de control social, normaba la obligación de aportes
equivalentes de los campesinos: 10% de lo que le había pagado el narco, a
cooperativas desde donde se pagaban los sueldos de los maestros, las
enfermeras etc., y en términos productivos normaba la destinación de
tierra al cultivo de alimentos: por cada hectárea cultivada de Coca, un
área similar cultivada en plátano, frijol etc. Es decir que enfrentado
al abandono del gobierno central, se establecía un incipiente Estado
alternativo de gestión comunitaria, cuyo instrumento político garante de
la autonomía campesina eran las FARC. También le aparecía una especie
de esquema fordista, al pequeño propietario trabajador y al recolector o
raspachín, es decir que en la producción de Cocaína, se iría en contra
del modelo clásico de salarios para la periferia.
En cambio con el modelo de aparcería impuesto para el agro cocalero
en las zonas de control paramilitar, y resultado de sus limpiezas de
fincas, la producción retoma cauces normales para el capitalismo de
periferia, es decir la competitividad se basa en la reducción drástica
del pago de la fuerza de trabajo, en su sobre explotación. Cuando los
paramilitares controlan los cultivos proscritos de Coca, son garantes
del control de la tierra por el capital, y garantizan que el trabajo
pierda su autonomía, y lo obliga a volverse asalariado, mientras retorna
el abandono tradicional del Estado de las áreas rurales, y no se vela
por la seguridad alimentaria. Tal es la economía política de la
agricultura cocalera bajo el latifundio.
Cuando hace un mes, las FARC propusieron en la mesa de negociación
que los cultivos de Coca dejaran de ser proscritos, enviaban un mensaje
claro en pro de la agricultura campesina. Falta ver la reacción del
gobierno, o mejor dicho, falta saber si Santos, tiene capacidad de
deslindarse de los intereses del latifundismo narcotraficante y
paramilitar, que tan bien representa su antecesor. En buena medida, de
tal capacidad depende el éxito en La Habana.
* Versión parcial y adaptada de un artículo académico presentado al doctorado PROSPAL de UARCIS Chile