Una postura ampliamente generalizada en los círculos económicos de
mayor prominencia en la Unión Europea es que para salir de la Gran
Recesión hay que adoptar medidas parecidas a las que los gobiernos
alemanes han estado aplicando (a partir de las reformas iniciadas por el
canciller Schröder y continuadas por las de los gobiernos dirigidos por
la Sra. Merkel) en su país. La extensión de esta postura se debe a la
gran influencia que el gobierno alemán tiene en las instituciones que
gobiernan la Unión Europea, así como en los países miembros de dicha
colectividad.
¿Por qué el modelo alemán se presenta como el modelo?
La evidencia que se aporta para apoyar la ejemplaridad del modelo
alemán es lo ocurrido en Alemania en la primera década del s.XXI, que se
atribuye a la aplicación de las medidas conocidas como las reformas
Hertz. Se subraya que Alemania pasó de ser el “sick man of Europe” (el
enfermo de Europa) a finales de la década de los años noventa y
principios de los años dos mil (con una tasa de crecimiento económico de
solo un 1,2% del PIB por año y un desempleo de un 11%), a convertirse
en la estrella y punto de referencia europeo, con un desempleo del 7,7%
en 2010 -habiéndose reducido el desempleo de 5 millones en 2005 a 3
millones en 2008-. Y lo que se considera más exitoso es que durante la
Gran Recesión (2008-2009), y a pesar del gran declive de su PIB, el
desempleo apenas varió, en contraste con la gran mayoría de los países
de la Unión Europea. Ello se interpreta como resultado de la
desregulación del mercado de trabajo y la reducción salarial que
caracterizaron a las reformas Hertz realizadas durante los gobiernos
Schröder y más tarde Merkel, reformas todas ellas encaminadas a
incrementar la competitividad de su economía. Alemania se presenta así
como el gran éxito que tiene que ser emulado por todos los otros países
de la UE.
Alemania, la cuarta potencia económica mundial, atribuye su éxito al
elevado nivel de competitividad, que le garantiza unas elevadas
exportaciones (el 7,7% de todas las exportaciones del mundo) basadas en
su alta productividad, resultado, en gran parte –según los defensores
del modelo alemán-, de su moderación salarial en relación con el nivel
de productividad del país, que es la manera amable de definir el
estancamiento salarial, cuando no descenso. De esta lectura del milagro
alemán se concluye la necesidad de lo que se llama la
devaluación doméstica,
que es, en otras palabras, la necesidad de bajar los salarios para
aumentar la productividad, tal como han hecho los alemanes, y poder así
competir con Alemania, saliendo así de la crisis.
Hasta aquí el dogma. Y como todo dogma, se reproduce a base de fe en lugar de evidencia científica.
Los datos no avalan lo que dicen los defensores del modelo alemán
Hay ya numerosos estudios que muestran la falta de credibilidad de
esta postura, estudios, por lo visto, desconocidos en nuestro país,
donde el dogma ha alcanzado mayor intensidad, debido, en gran parte, a
la gran derechización de los medios de información y persuasión. Veamos
los datos (un artículo especialmente interesante es el de Christian
Dustmann, Bernd Fitzenberger, Uta Schönberg y Alexandra Spitz-Oener
“From Sick Man of Europe to Economic Superstar: Germany’s Resurgent
Economy”.
Journal of Economic Perspectives. Vol 28. N. 1. Winter 2014, 167-188, del cual extraigo la mayoría de datos).
Y comencemos por aclarar que el sistema de gobernanza –es decir, las
reglas, conductas y comportamientos de los agentes sociales, es decir,
empresarios y sindicatos- es en Alemania muy, pero que muy diferente,
del español. Los sindicatos son mucho, mucho más fuertes y los
trabajadores en las empresas tienen mucho más poder de decisión en el
gobierno de éstas que en España (y en la gran mayoría de países de la
UE). El sistema de cogestión –en el que los trabajadores participan en
la gestión de las empresas– es un modelo prácticamente desconocido en
España (excepto en las empresas del sector cooperativista),
profundamente opuesto por la gran patronal. En Alemania, el 92% de todos
los empleados y trabajadores en empresas que tienen más de 50
trabajadores están integrados dentro de sistemas de cogestión, es decir,
que los representantes directos de los trabajadores participan en la
gestión de las empresas (el 18% de las empresas con un número de
empleados menor de 50 tienen también cogestión).
Esta situación coloca a la clase trabajadora en una posición de gran
influencia en las empresas, y es clave para entender el bajo desempleo
en Alemania, pues forzaron que en lugar de despidos (la típica solución
en España) hubiera una redistribución de las horas trabajadas de manera
que cada trabajador trabajara menos horas para así mantener los mismos
puestos de trabajo. Esta elevada (forzada) colaboración entre empresario
y trabajador explica también la mucho menor conflictividad laboral. En
Alemania hay solo 5 días al año perdidos por cada 1.000 trabajadores en
huelgas y otros conflictos, comparados con los 32 días en EEUU, los 30
días en el Reino Unido, los 73 en Francia, los 158 en Italia, y los 164
en Canadá. Esta situación de colaboración y cogestión es impensable en
España. Ni que decir tiene que cuando en España se habla de alemanizar
el mercado de trabajo, se piensa única y exclusivamente en reducir
salarios, y no en aplicar lo cogestión.
Los salarios en el sector exportador son altos
Lo cual me lleva a la segunda aclaración: en contra de lo que se dice
o escribe, los salarios en el sector exportador, el supuesto eje del
modelo alemán, no han ni disminuido ni han permanecido estables. Todo lo
contrario, han crecido. Ahora bien, han crecido menos de lo que
hubieran podido crecer como resultado del aumento de la productividad,
lo cual explica que los costes laborales unitarios (los “unit labor
costs”) hayan permanecido casi constantes. El punto que debe
contestarse, pues, es por qué ha crecido tanto la productividad y la
competitividad alemana, tanto en términos absolutos como en términos
comparados con otros países tanto de dentro de la eurozona (como
Francia, Italia o España) como de fuera (como EEUU). Y la respuesta
tiene muy, pero que muy poco que ver con las famosas reformas Hertz.
De nuevo, veamos los datos. Y para ello hay que remontarse al inicio
de la nueva y unida Alemania, y al establecimiento del euro. Primero la
unidad de Alemania, uno de los fenómenos políticos y económicos más
importantes de la historia europea reciente. La caída del muro de Berlín
significó un cambio muy importante en las relaciones laborales de
Alemania, pues permitió la entrada en el mercado laboral de un número
ingente de trabajadores altamente formados (los regímenes comunistas del
este de Europa, incluida la Alemania del Este, habían priorizado la
formación profesional) y con salarios mucho más bajos que los existentes
en la Alemania occidental. Es más, la caída del muro de Berlín
coincidió con la disgregación de la Unión Soviética y la apertura al
Oeste, y muy en particular a Alemania. Ello significó la expansión del
comercio alemán al Este y la expansión de la producción también al Este.
La manufactura, por ejemplo, se expandió al Este, con la
subcontratación de partes de la maquinaria producida en el Oeste a
países del este de Europa. En este sentido, la caída de la Unión
Soviética significó una gran bonanza para la economía alemana.
De esta manera se transformó la manufactura alemana, de modo que el
centro de la manufactura permaneció en Alemania (con elevados salarios)
pero partes de la producción se trasladaron al este de Europa. Esta
deslocalización y descentralización ha jugado un papel clave en el
supuesto “milagro alemán” (el 21% de la manufactura alemana se hace en
países del este de Europa). Esta deslocalización no ha impactado
primordialmente en el centro de la manufactura (aun cuando ha sido
responsable de lo que se define como moderación, es decir, de un
crecimiento salarial menor del que correspondería por el crecimiento de
la productividad), pero sí que lo ha hecho en la industria subalterna y
dependiente de la manufacturera (empresas más pequeñas que producen
partes para la manufactura), donde el descenso salarial ha sido masivo,
un descenso que ha afectado a todos los sectores de la economía, creando
un sector de salarios muy bajos (minijobs), que abarca casi una tercera
parte de la fuerza laboral, donde las condiciones de trabajo se han
deteriorado enormemente. De ahí la propuesta del Partido Socialdemócrata
alemán de establecer un salario mínimo para parar este descenso
salarial tan marcado.
Estos hechos explican la enorme polarización del mercado de trabajo
alemán, con un considerable deterioro de las condiciones de vida y
trabajo de un sector muy importante de la población. Otra consecuencia
de esta deslocalización ha sido el debilitamiento de los sindicatos,
máximo objetivo de las reformas Hertz, permitiendo y facilitando la
descentralización de los convenios colectivos, en la que la negociación
se centra menos a nivel nacional y en el sector económico, y más en las
propias empresas a través de la cogestión. Y es ahí donde los límites de
la cogestión aparecen, pues el peso negociador del mundo del trabajo,
aunque pactado, tiene menos capacidad de influencia.
La exportación a España de este sistema implica la descentralización
de los convenios colectivos, con un enorme debilitamiento de los
sindicatos, sin que este debilitamiento sea compensado por los sistemas
de cogestión que continúan existiendo en Alemania. Es más, el
debilitamiento de los sindicatos implica una total ausencia de
protección para todos los trabajadores, tanto los que están integrados
en los sistemas de cogestión como los que no.
El modelo alemán se beneficia a costa de la debilidad de los países periféricos de la eurozona
La disminución de los salarios, punto central de lo que se percibe
(erróneamente) en España como la condición para salir de la crisis, es
de escaso valor para reavivar la economía. En realidad la empeora, pues
contribuye a aumentar la falta de demanda, que es la raíz de la falta de
recuperación. Creer que la bajada de salarios es una condición para
salir de la crisis es asumir que el problema de la economía española es
un inexistente alto nivel salarial. En realidad, los salarios en España
están entre los más bajos de la Unión Europea. Es más, España no tiene
un problema con las exportaciones, pues estas no solo se han mantenido,
sino que han aumentado durante la Gran Recesión. Es más, el precio de
los productos depende, en parte, de los costes de producción, así como
de la distribución de las rentas generadas en el proceso de producción,
distribución entre el factor capital y el factor trabajo. En otras
palabras, el precio depende de la distribución de las rentas entre el
propietario y gestor, y el trabajador. En España, el problema es que
esta distribución ha beneficiado sistemáticamente a las rentas del
capital, lo que ha requerido un descenso de las rentas del trabajo.
El euro actúa como obstáculo a la recuperación económica, pues la
competitividad que se desea, mediante la reducción de precios, no puede
realizarse a través de una devaluación de la moneda, al compartir todos
el euro. Esta situación beneficia considerablemente a Alemania, pues
parte de su éxito exportador se basa en su ventaja competitiva,
resultado de los factores indicados en el texto. La europeización y
alemanización de la Unión Europea ha supuesto la polarización de Europa,
estableciéndose una ventaja diferencial centro-periferia que es
imposible remontar. De ahí que los que están recomendando que se siga el
modelo alemán están, en realidad, contribuyendo a mejorar la situación
de la economía alemana a costa de la economía de los demás. Así de
claro.
http://blogs.publico.es/dominiopublico/9348/las-consecuencias-de-la-alemanizacion-de-la-ue/