Renán Vega Cantor
“De
rodillas, escondido detrás de un precario horno de leña, Ismael Peña vio
la forma como sus vecinos eran asesinados. El campesino, de 35 años de
edad, guardó en lo más profundo de su alma el dolor que sentía al
presenciar que los hombres armados con fusiles, machetes y motosierras,
humillaban a sus víctimas. […] Los hombres armados primero insultaban a
las personas. Les decían que eran guerrilleros mal nacidos y que iban a
morir como perros”.
El País (Cali), abril 16 del 2001.
"Es lo peor: desmembrar a las personas. Y eso no es imaginación, eso es
una vergüenza. Esa es la barbarie de hasta dónde ha llegado la
violencia en Buenaventura […] Buenaventura es el corredor estratégico
para la salida de la droga […]. Pero no es sólo la droga. Hay muchos
otros intereses […]. Los megaproyectos también han azuzado la
violencia".
Héctor Epalza, Obispo de Buenaventura,
BBC Mundo, 24 de marzo de 2014.
1
La propaganda neoliberal difunde desde hace décadas la falacia que el
libre comercio es sinónimo de prosperidad y bienestar para los países
que lo adopten. En el discurso convencional y dominante, que incluso han
asumido sectores de la izquierda
light a nivel mundial, se
asegura que la apertura comercial de un país le traerá como por arte de
magia ríos de leche y de miel. Para completar el cuadro, al evocar los
“milagros del libre comercio” se afirma que son un resultado de las
fuerzas irreversibles del mercado que se imponen por su superioridad
intrínseca sobre sus “enemigos naturales”, entre los que se encuentran
el Estado, los sindicatos, las organizaciones sociales…
Estas
mentiras justifican la imposición de Tratados de Libre Comercio, después
de 1994, por parte de la mayoría de países de América Latina, con los
que entraríamos en el Primer Mundo, porque rompíamos siglos de
aislamiento secular, que nos habían mantenido al margen de la
modernización y el progreso. Con una lógica bastante primaria, propia de
los economistas neoliberales, a rajatabla se imponen los TLC y aunque
las evidencias empíricas –como en el caso de México– indiquen un impacto
negativo sobre la vida de la población, los librecambistas repiten el
estribillo que el
libre comercio representa la redención para
quienes “valientemente” lo adopten en forma consciente porque, se
agrega, que no existe alternativa: se trata de “exportar o morir”.
Quienes esto sostienen no están muy equivocados, salvo que haya que
darle la vuelta al dilema, porque en realidad esa consigna devino en
“exportar y morir” o, más precisamente, “morir para exportar”, “exportar
aunque muchos mueran”, “exportar gracias a la muerte de miles de
personas”, o “exportar sobre los huesos de los muertos” Esto es
indispensable recordarlo, porque el libre comercio debe entenderse como
otra forma de guerra, como lo decía Bertolt Brecht: “He oído a mucha
gente decir que el comercio y la economía son humanos, y que sólo la
guerra es inhumana. Pero resulta que, en primer lugar, ni el comercio ni
la economía son humanos, y en segundo lugar, nos conducen a la guerra
[…] La barbarie procede de la barbarie, puesto que la guerra procede de
la economía”
i.
Estas macabras características del libre comercio han sido estudiadas en forma magistral en
La Doctrina del Shock, la obra de Naomi Klein,
en
el cual se demuestra con numerosos ejemplos que la libertad de mercado
no es un resultado de la “mano invisible” del mercado, sino del brazo
bien armado de diversas fracciones del capital que propician la guerra,
la tortura y la muerte de millones de seres humanos. Sobre una
interminable pila de cadáveres de gente pobre y humilde se levantan las
“exitosas” economías exportadoras, siendo Chile el ejemplo más alabado.
El descubrimiento analítico de Naomi Klein puede sintetizarse con pocas
palabras:
para que el libre comercio opere, sin incómodos obstáculos
sociales, los capitalistas de cada país generan un estado previo de
pánico y terror, que inmoviliza a la población, y posibilita la apertura
comercial y la aplicación de medidas neoliberales. En otros términos, existe una estrecha relación entre
libre mercado y tortura, porque
esta última es uno de los instrumentos favoritos para aterrorizar a la
población y consolidar las “economías de exportación”, que luego son
presentadas como modelos exitosos y ejemplos que deben ser imitados.
Sobre la sangre todavía fresca y los restos de trabajadores,
campesinos, indígenas, afrodescendientes, mujeres humildes y, en
general, habitantes pobres del campo y la ciudad, se erigen los
monumentos del mercado libre, si recordamos que “algunas de las
violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que
hasta ahora se consideraban como actos de sadismo fruto de regímenes
antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar
al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e
introducir las ‘reformas’ radicales que habrían de traer ese ansiado
libre mercado”
ii.
2
Si se trata de buscar una ilustración práctica de los nexos entre libre
comercio, tortura y muerte, Colombia es el modelo más brutal, como lo
ejemplifica lo que sucede por estos días, y desde hace varios años, en
el Puerto de Buenaventura, en el Océano Pacífico. Sin embargo, no debe
suponerse que este es un hecho aislado, circunstancial y producto de la
delincuencia o de los “violentos” en abstracto, como suele presentarlo
la falsimedia criolla. De ninguna manera, Buenaventura es sólo una
muestra a pequeña escala del terror que acompaña la imposición de casi
dos decenas de Tratados de Libre Comercio entre Colombia y el resto del
mundo. El símbolo criminal que identifica la apertura comercial de
Colombia es la
motosierra, que de ser un medio de trabajo
utilizada para cortar árboles y madera, en manos de los paramilitares
–ligados en forma directa al Estado colombiano y financiados y armados
por las clases dominantes– se transformó en el más horroroso y cruel
instrumento de tortura y de muerte, por medio del cual se procede a
desmembrar vivas a las personas, se les pica y luego se les bota como
animales a un caño, a una ciénaga, al mar o se les entierra en fosas
comunes.
En todos los lugares del territorio colombiano que hoy
son presentados como modelos de éxito exportador, como paso previo se
destruyeron las sociedades y economías locales, al tiempo que se
arrasaban las bases sociales de los movimientos reivindicativos y de la
insurgencia, mediante el terror planificado. El método más frecuente, el
que puede denominarse como la contribución auténticamente colombiana a
la historia universal de la infamia, ha sido el de la motosierra para
destrozar a seres humanos, como se ilustra en la película,
Perro come perro. No por azar, la BACRIM (Banda Criminal) más sanguinaria, la de los
uribeños, acuñó como lema de guerra (electoral y militar) el de
“Mano firme, Motosierra grande”.
En Medellín, la “tasita de plata” de los traquetos paisas y de las
clases dominantes de Colombia que en estos días se exalta como una
“ciudad pujante” que superó su pasado violento, los ejércitos
paramilitares la emplearon y sobre miles de muertos de esta ciudad y de
las zonas circundantes se levanta el proyecto de una ciudad competitiva,
turística y abierta a las inversiones extranjeras.
En la costa
atlántica, durante años se efectuó una ronda de muerte a punta de
machete y motosierra, en muchas ocasiones acompasada por el ritmo de
gaitas y vallenatos y en esos mismos territorios se erigen
megaproyectos, represas, grandes haciendas y centros comerciales, que se
enaltecen como los milagros de la “paz paramilitar”. Para no ir muy
lejos, a la ciudad de Montería, capital de Córdoba, una de las cunas del
paramilitarismo, y sitio de donde es oriundo Salvatore Mancuso –un
paramilitar “aristocrático” y bestial– se le compara con Miami y, lo que
parece un chiste cruel, fue distinguida como una de las cincos ciudades
más sostenibles del planeta en el año 2014, por parte del Fondo Mundial
para la Naturaleza
iii.
Los Llanos Orientales han sido la cuna de ejércitos paramilitares,
escenario a vasta escala del exterminio de la Unión Patriótica y donde
se efectuaron masacres, como la de Mapiripan en 1997, con participación
de los Estados Unidos y las Fuerzas Armadas de Colombia. Es a ese mismo
territorio de los Llanos al que los capitalistas locales y foráneos
quieren convertir en un emporio agrícola de vocación exportadora que
produzca caña, palma, caucho y materias primas para generar
agrocombustibles, y en el que se extraen miles de barriles de petróleo
por la Pacific Rubiales y otras compañías que, como se observa en estos
momentos, destruyen las reservas hídricas de algunos sectores del
Departamento del Casanare.
Se podrían seguir enumerando en
forma rutinaria las regiones de Colombia que aparecen como emblemas del
libre comercio, todas las cuales tienen un pasado y un presente pleno de
crímenes y torturas, que se constituye en el telón de fondo en el que,
en medio del terror de la motosierra, se despejaron territorios, se
asesinaron a sus líderes sociales, se masacraron habitantes lugareños y
otros fueron obligados a huir… Y luego vinieron los “prósperos” y
“honorables” hombres de empresa a fortalecer las empresas exportadoras.
Esto lo manifestaron sin pestañear, como si fueran laureados economistas
de encopetadas universidades, los jefes paramilitares. Por ejemplo,
Vicente Castaño afirmó en una ocasión: “Queremos que nos dejen hacer
nuevos modelos de empresas que ya hemos venido desarrollando a nivel
nacional. […] En Urabá tenemos cultivos de palma. Yo mismo conseguí los
empresarios para invertir en esos proyectos que son duraderos y
productivos. La idea es llevar a los ricos a invertir en ese tipo de
proyectos en diferentes zonas del país. Al llevar a los ricos a esas
zonas llegan las instituciones del Estado. Desafortunadamente las
instituciones del Estado sólo le caminan a esas cosas cuando están los
ricos. Hay que llevar ricos a todas las regiones del país y esa es una
de las misiones que tienen todos los comandantes”
iv.
En estas afirmaciones no puede dejarse pasar un detalle fundamental: en
Urabá, la región a la que se refiere Vicente Castaño, se presentó un
proyecto de limpieza social por los paramilitares, los militares y el
Estado, que recurrió al terror y a las masacres. No por casualidad de
ese proyecto regional salió un político local directamente a la
presidencia de la República. Y los productos estrellas de ese proyecto
de muerte, el banano y la palma aceitera (o palma africana, por su
origen geográfico), se consolidaron como renglones exportadores del país
gracias a la motosierra. Luego de que miles de trabajadores fueran
asesinados, se destruyeran sus sindicatos clasistas, se exterminara a la
Unión Patriota, la Chiquita Brands financiara a las bandas de paracos,
se “pacificó” la región y ésta se convirtió en una zona competitiva en
la producción y exportación del banano…, por supuesto un banano
sangriento. En cuanto a la palma, comunidades afrodescendientes fueron
masacradas para que en sus tierras se iniciara el proyecto terrateniente
de trasformar el país en la Malasia de Sudamérica, sembrando la región
con la “palma de la muerte”
v.
El paramilitar conocido como El Alemán pontificaba sobre las bondades
del librecomercio, como cualquier Ministro de Hacienda o Agricultura
formado en las “mejores escuelas de negocios” del país o del mundo,
cuando sostenía: “Queremos […] un desarrollo regional que desde grandes
proyectos de infraestructura posibilite el establecimiento de cadenas
productivas y de comercialización que aprovechen las ventajas
geoestratégicas de nuestro país, generando una verdadera revolución
constructiva y democratizadora del agro que integre a la industria y al
gran capital con el trabajo asociado y con el pequeño propietario rural”
vi.
Quien no tenga ni idea de quien procede esta afirmación puede pensar
que nos encontramos ante un consultor internacional del Banco Mundial o
ante un ilustre economista de Chicago, pero lo llamativo es que quien
así hablaba era el cabecilla del bloque paramilitar Elmer Cárdenas,
responsable de la muerte de miles de campesinos en Urabá. Este mismo
individuo, para más señas, controlaba el negocio de la madera en el
Atrato, e impulsó el
Plan Motosierra que se sustentaba en poseer
200 motosierras y 500 mulas, que se usaban para presionar a los
campesinos y obligarlos a producir grandes cantidades de madera,
mediante la aparcería y el endeude forzado: “Le vendíamos al que nos
trajera la plata en efectivo, no fiábamos. Nos llegaba la plata en
costal. Había meses de 200 o 100 millones (de pesos). Era la
participación que teníamos. Y el campesino tenía la posibilidad de
volver al monte e ir pagando la herramienta que no tenía”. Como en
cualquier enclave, “a cambio de las herramientas, los campesinos
empeñaban la madera cortada para pagar la deuda y el resto […] se les
pagaba con vales que sólo podían redimir en negocios controlados por los
'paras'”
vii.
Tan jugoso negocio no podía prosperar sin acudir a la fuerza bruta,
porque al bloque Elmer Cárdenas fue responsable del “episodio de un
grupo de paras que luego de cortar la cabeza de una de sus víctimas,
jugó fútbol con ella” y del “asesinato con sevicia de mujeres
embarazadas y la quema de caseríos”
viii.
Como veremos enseguida, lo que acontece en Buenaventura tiene notables
antecedentes y similitudes con lo sucedido en otras regiones de
Colombia, en donde se rubricó un nexo orgánico entre el libre comercio y
la motosierra. Esto es necesario plantearlo para eludir las
explicaciones convencionales de los medios de desinformación, quienes se
rasgan las vestiduras y pretenden que los hechos de Buenaventura son
inéditos y un resultado exclusivo de la delincuencia y el narcotráfico,
sin ninguna relación con los magaproyectos de modernización del puerto.
Como si, además, el narcotráfico y la violencia asociada no fueran
también expresiones del libre comercio, impulsadas por los Estados
Unidos.
3
En Buenaventura, ubicada a 115 kilómetros
de Cali, se encuentra el primer puerto de Colombia, tanto por el volumen
de carga que llega del mundo como el que se envía desde nuestro país
hacia el exterior. El puerto está enclavado en la región del Choco
biogeográfico, un auténtico tesoro de la naturaleza que se extiende
desde Panamá hasta el Ecuador en un área de 187 kilómetros cuadrados,
siendo la zona más lluviosa del mundo. Su elevada pluviosidad, su
ubicación tropical y su aislamiento la convierten en una de las regiones
más biodiversas del planeta en plantas, mamíferos, aves, reptiles y
anfibios, además de que posee maderas, agua y minerales. Esta riqueza es
apetecida por los países imperialistas y sus empresas transnacionales,
cuyo interés aumenta por la geoestratégica ubicación, comercial y
militar, de Buenaventura.
Junto a esa riqueza de la naturaleza,
coexiste una terrible desigualdad social, que exacerba aún más el libre
comercio -entre unos pocos ganadores y muchos perdedores-, lo cual ha
hecho emerger dos realidades opuestas, dos Buenaventuras que están
claramente separadas, como es típico en los enclaves económicos, cuya
característica distintiva es la de servir de punto de tránsito de
mercancías hacia el mercado mundial. Esas dos Buenaventuras están
formadas por el puerto y la ciudad. El puerto se localiza en una
envidiable posición geográfica, en el corazón de la cuenca del Pacífico,
hoy por hoy el centro del comercio mundial, y próximo a las principales
rutas marítimas del planeta, entre ellas el Canal de Panamá. Por ese
puerto circula el 60% del comercio exterior de Colombia, incluyendo el
80% del café, y está equipado con lo último en tecnología, es limpio y
automatizado. Funciona sin parar las 24 horas del día y un muro
electrificado lo separa del resto de la ciudad. Ese puerto es apetecido
por inversionistas y transnacionales, y como parte de esa avanzada se
construyó el Terminal de Contenedores. Está protegido metro a metro por
centenares de miembros de las fuerzas militares del Estado y guardias
privados. Se le menciona siempre como modelo exitoso de la integración
exitosa del país al comercio mundial.
Por el puerto pasan
diariamente enormes buques trasatlánticos que descargan y se llevan cada
año doce millones de toneladas, en un típico intercambio desigual
puesto que “por cada 10 contenedores que llegan llenos de juguetes,
ropa, carros y electrodomésticos de Asia, sólo tres regresan cargados
con productos de postre: café, plátanos o azúcar de Colombia”
ix
. El Puerto de Buenaventura es una prueba a pequeña escala de los
“beneficios” del libre comercio, que tanto exaltan Mario Vargas Llosa y
todos los neoliberales de su estilo. Este puerto aparece como el
epicentro de megaproyectos de infraestructura y como la capital
colombiana de la Alianza del Pacífico en que participan Chile, México,
Costa Rica y Colombia. Es un puerto sin gente, con pocos trabajadores,
hecho para descargar containers y almacenar mercancías, porque las
grandes grúas y enormes recipientes sustituyeron a los estibadores.
Mientras que a finales de la década de 1980 trabajaban en el puerto 2500
trabajadores, en la actualidad la Sociedad Portuaria emplea a 181,
quienes garantizan la conexión con el mercado mundial
x .
Al lado del iluminado, limpio, trasparente, privatizado y “pacífico”
puerto está la ciudad, en donde viven en la pobreza absoluta 400 mil
personas, cuyas condiciones de vida alcanzan tal indignidad que bien
podría llamarse
Malaventura. Cada cuatro de cinco de sus
habitantes, en un 88% afrodescendientes, son pobres absolutos, el
desempleo supera el 60%, el 35% de la población no cuentan con acceso al
agua potable, al alcantarillado, a la energía eléctrica y al gas. Si
antes había pobreza ahora lo que hay es miseria extrema, como resultado
de la privatización de Colpuertos, puesto que los trabajadores que
estaban ligados a esta empresa pública eran quienes redistribuían sus
ingresos entre la población, y con sus salarios dinamizaban la economía
local. La eliminación de esa empresa y la formación de La Sociedad
Portuaria le ocasionaron un golpe mortal a la economía de la ciudad y,
en contra de la cartilla neoliberal del libre comercio, propiciaron que
Buenaventura se aislara no sólo del mundo sino del resto de Colombia.
Esto ha sido el resultado de la privatización de la actividad portuaria
porque se rompió el vínculo entre el Puerto y la ciudad, como
consecuencia de lo cual “Buenaventura, negra, mulata, indígena ha
devenido gueto y el gueto va camino de convertirse en una gran prisión
en la que las fuerzas armadas del Estado supervisan la matanza que
ocurre ante sus ojos”
xi.
Malaventura
crece y se expande para recibir los miles de desplazados de las zonas
circundantes, a quienes se les despoja de sus tierras y bienes comunes,
con lo que se ahondan los problemas de miseria y desempleo. Nada la une
con el puerto, ni negocios, ni trabajo, ni actividad económica, porque
la ciudad no transforma ningún producto que provenga del puerto y
ninguna empresa de la ciudad abastece al puerto. Para sobrevivir, como
en cualquier prisión, los bonaerenses deben recurrir a lo que está al
alcance de la mano, que en este caso es el microtráfico de
estupefacientes, pero a un nivel paupérrimo y miserable, que nada tiene
que ver con los grandes negocios y fortunas de los capos de los carteles
de otras regiones. Se lucha entre pobres para conseguir unos cuantos
centavos, con lo cual se completa el círculo vicioso de delincuencia,
descomposición del tejido social y abandono de cualquier lucha
colectiva. Sin embargo, en Buenaventura no hay dinero, porque éste se
encuentra afuera, en las manos de quienes ordenan los envíos, “los
dueños de las caletas, los que hacen los negocios con los DEA en Miami o
en Nueva York, los que pagan por matar a los muchachos que han
participado en algún envío fallido, los que pagan por ejercer un control
precario sobre las zonas claves de la ciudad, los que se apropian de
los escasos dineros públicos. Por eso, en las calles con nombres de
temas de salsa los muertos mueren sin dinero y todos los dineros viven
en la pobreza absoluta, sin agua, sin alcantarillas, sin educación, sin
esperanza”. La miseria y la muerte están ligadas al comercio mundial,
porque “los que pagan por matar y los que disfrutan del dinero por cuya
causa tantos mueren en Buenaventura no están en la ciudad y no viven en
los barrios periféricos en los que rondan la muerte y el terror”
xii.
Esto sucede, aunque en la vida cotidiana la población pobre de la
ciudad (es decir, casi todos sus habitantes) haya sido encarcelada en un
gueto, aislado del resto del territorio colombiano, y que no le
interesa ni al Estado ni a las clases dominantes.
Para
completar el acoso y el agobio, la Armada ha impuesto una estricta
vigilancia costera, so pretexto de evitar la entrada y salida de
embarcaciones ilegales, y ha prohibido que los pescadores locales salgan
a pescar de noche y les raciona la cantidad de combustible que les
venden, como consecuencia de lo cual se dispararon los precios de
gasolina en el “mercado negro” y se restringió la pesca, uno de los
pocas actividades legales que todavía existían. Esto ha originado la
cruel paradoja que en Buenaventura, en cuyo mar se encuentra una gran
variedad de pesca, sus habitantes compren pescado importado mientras
“los barcos pesqueros de Asia arrasan en las aguas profundas frente a la
costa. Las pesqueras colombianas en Buenaventura quebraron y sus
fábricas se están convirtiendo en almacenes para carbón y otros recursos
que esperan su embarque para Asia”
xiii . Como para que no queden dudas de que la realidad supera el realismo mágico de Gabriel García Márquez, ¡a
Malaventura se le denomina oficialmente por el Estado como el
Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico de Buenaventura! ¡Típico en un país de gramáticos y leguleyos que suponen que con nombres rimbombantes se edulcora la miseria y la infamia!
Que estos dos mundos tan cercanos y separados por una inmensa barrera
ya no tienen ninguna relación, lo testifica de manera cínica Domingo
Chinea, gerente general de la Sociedad Portuaria Regional de
Buenaventura, para quien, mientras los pobres son descuartizados en los
barrios de Bajamar, el Puerto “está trabajando perfectamente”. En el
mismo sentido, el gerente de Hamburg Süd, una empresa naviera alemana
–una de las veinte más importantes del mundo– que en el 2013 se instaló
en el puerto, señala que “el tema (sic) de Buenaventura no ha impactado
el comercio y el movimiento de carga de ninguna manera”
xiv.
En otras palabras, como lo dijo el Presidente de la Cámara de Comercio
local, “Mientras la maquinita de hacer dinero (el puerto) siga
facturando, el Estado no atenderá las problemáticas de Buenaventura”.
Para los promotores del libre comercio en Buenaventura queda claro que
una cosa es la gente y otra la carga, es decir, la ganancia.
4
La gente de
Malaventura ya
no interesa al capital ni como fuerza de trabajo, ni como consumidores
porque no tienen ingresos de ninguna índole, pero al capital si le
apetecen los lugares en donde se hacinan esos pobres, sobre todo los
barrios de bajamar, porque allí se tienen proyectadas obras de
ampliación del puerto y de “modernización económica”. Los habitantes de
esos lugares son vistos como incómodos estorbos, que impide el progreso
del puerto, y a los que se debe quitar del camino, como sea. Por este
evidente interés, se libra una guerra brutal contra la gente más pobre,
con el objetivo de expulsarla de sus lugares de habitación. Por
supuesto, los asesinos intelectuales e ideólogos del mercado libre no se
manchan directamente las manos con sangre, sino que actúan por medio de
los grupos paramilitares –con la aquiescencia y participación velada
del Estado y sus fuerzas represivas– que cambian de nombre (ahora se
llaman los Chocoanos, Los Rastrojos, La empresa…,) pero siempre actúan
en representación del gran capital colombiano o extranjero, con la
finalidad de conseguir los apetecidos terrenos, que luego de ser
arrebatados o comprados a bajo precio a sus legítimos propietarios son
vendidos a los inversionistas en finca raíz y a los agentes de las
empresas portuarias.
Las bandas criminales de paramilitares
recurren a todos los medios en su propósito de desalojar los barrios de
bajamar, por donde se van a construir los megaproyectos. Entre esos
medios se encuentran los “incendios de clase” o la “demolición en
caliente”, como la denomina el geógrafo Mike Davis, que consisten en
quemar las casas de los pobres para obligarlos a salir y luego
apropiarse de los terrenos ahora yermos y deshabitados
xv.
Eso se ha hecho en varias ocasiones, como recientemente, el primero de
abril de 2014, cuando fueron devoradas por las llamas 35 viviendas en el
Barrio Santa Fe, quedando 196 familias en la intemperie. La gente
afectada señaló que “las bandas las quemaron para que nos vayamos del
todo”. Estas afirmaciones se relacionan con el hecho que “Santa Fe es
uno de los barrios de bajamar que han sido codiciados por la
administración distrital para adelantar la ampliación portuaria de la
Terminal de Contenedores de Buenaventura (TCBuen), ubicada al noroeste
de la ciudad. La terminal, que según sus representantes, factura cerca
de U$122.000 millones al año y ha buscado la expansión en los últimos
cinco años”
xvi.
Como sucede en el resto del país, donde los paramilitares actúan
tranquila e impunemente, la región está militarizada, sin necesidad de
que se la tomen las fuerzas armadas, como lo anunció triunfalmente Juan
Manuel Santos, porque a escasos 9 kilómetros se encuentra Bahía Málaga,
en donde funciona la principal Base Militar de la Infantería de Marina, y
ha hecho presencia la Marina de los Estados Unidos. Sencillamente, la
llegada de más tropa lo que quiere es consolidar el proceso de expulsión
de los pobres de los barrios de bajamar.
Con lo dicho anteriormente, se quiere resaltar la
razón principal
que explica el terror generalizado que se ha impuesto desde hace años
en Buenaventura, detrás del cual se encuentran los grandes
inversionistas nacionales y extranjeros, aunque ellos nunca aparezcan
como directos responsables. Dichos inversionistas aplican a las mil
maravillas el manual del capitalismo del shock, que ordena aterrorizar a
la población para hacer avanzar los proyectos de “desarrollo” y
“modernización” propios del capitalismo neoliberal. Algunos habitantes
de la ciudad entienden lo que se mueve detrás de los descuartizamientos,
como lo indica una dirigente social que prefiere permanecer anónima:
“Lo que está en el fondo de esta violencia no es sólo el narcotráfico,
es el control territorial del municipio, es una táctica de terror para
que la gente se vaya de la zona insular ‘para’ y se desplace hacia las
zonas rurales, para que los megaproyectos puedan tener rienda suelta.
Los mafiosos, aliados con algunos empresarios, quieren sacar a la gente a
punta de miedo y comprando barato, para luego hacer buenos negocios”
xvii.
5
Malaventura,
la de los pobres, y Buenaventura, el puerto del capital, no figuran en
los mismos planes de la Alianza del Pacífico, el plan de Libre Comercio
que ha entrado en marcha para que los cipayos de América Latina (Chile,
Colombia, México y Costa Rica) le preparen el terreno a las
multinacionales de Estados Unidos, en su proyecto de revivir el ALCA.
Para esa Alianza del Pacífico, que pretender extraer y llevar rápido
aquellos productos primarios (petróleo, carbón, madera, minerales,
cocaína…) que necesita el capitalismo mundial, lo prioritario es el
puerto, no la gente. Por eso ponderan las obras indispensables para que
Colombia sea competitiva en el concierto mundial, tales como la doble
calzada Buga-Buenaventura, el aumento del tamaño de los muelles, la
ampliación de los depósitos de carga y descarga, la construcción de un
malecón… Pura cuestión de negocios y de dinero. A ese puerto es el que
se quiere declarar la capital colombiana de la Alianza del Pacífico,
donde no haya gente y mucho menos si son pobres y afrodescendientes,
porque aparte de la dominación de clase impera el racismo.
Malaventura,
donde vive la gente y corre la sangre a chorros, se tortura y se
procede a desmembrar a jóvenes y mujeres con motosierra, hachas y
machetes, porque son un estorbo para los “empresarios de bien”, los
partidarios del libre comercio. Aún más, su terrorífica miseria, sus
casas derruidas, su suciedad no puede ser ni siquiera vista por los
grandes inversionistas del mundo. Por esa razón, allí no se reunieron a
comienzos de este año los presidentes de la Alianza del Pacífico, que se
sentaron a manteles a mil cien kilómetros de distancia, en Cartagena,
que no está sobre el Océano Pacífico, sino al otro lado, en el Mar
Caribe. Tan inesperados giros geográficos, en una vuelta de tuerca,
llevan a que una cumbre del Pacífico se reúna en el Atlántico, lo cual
no importa, porque la sapiencia geográfica no es propia de los
tecnócratas del Libre Comercio y porque lo fundamental es la buena
imagen que el Estado colombiano como huésped les debe mostrar a sus
socios comerciales. Además, en
Malaventura por la magnitud de la
miseria urbana no es posible realizar lo que se ha hecho recientemente
en Medellín durante el Foro Mundial Urbano, cuyos pobres fueron sacados
de la ciudad durante los ochos días que duró el encuentro, para que los
ilustres visitantes no se alteraran al contemplar a mendigos e
indigentes, puesto que eso afea el milagro paisa y altera negativamente
el buen clima de los negocios
xviii.
Ni siquiera eso de expulsar a los pobres del centro de la ciudad puede
hacerse en Buenaventura, porque tendrían que, literalmente desocuparla,
lo que no es fácil, ¿por qué a dónde y cómo van a trasladar a 400 mil
pobres? ¿Acaso los van a echar al mar, luego de picarlos a todos, para
que los inversionistas y presidentes de la Alianza del Pacífico puedan
almorzar con tranquilidad algún día en un lujoso hotel de la empobrecida
ciudad, sin ver a un pobre ni a un afro en su camino y sin contemplar
ni un tugurio? Aunque eso no lo puedan hacer plenamente, por ahora se
fortalece el capitalismo del shock, porque como lo ha dicho el Obispo
Héctor Epalza, “El puerto se convirtió en la patria del miedo y
mientras el progreso avanza, el genocidio continúa
”. Nada debe detener el libre comercio, así que mientras se pica a la
gente con motosierra en los barrios de bajamar, los negocios andan
boyantes, porque los barcos entran y salen del Puerto llevando y
trayendo mercancías de toda clase, entre ellas armas y cocaína, que
tanto le fascinan a los Estados Unidos, el campeón mundial de la guerra y
de la imposición del libre mercado.
NOTAS:
i . Bertolt Brecht,
Diálogos de refugiados, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p. 58.
ii . Naomi Klein,
La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, Editorial Paidós, Barcelona, 2007, p. 31.
iii . Ver: “Montería ganó premio como ‘ciudad sostenible del planeta’”,
El Espectador, marzo 28 de 2014.
iv . “Habla Vicente Castaño”, Revista Semana, junio 5 del 2005, disponible en
http://www.semana.com/portada/articulo/habla-vicente-castano/72964-3
v . Gearóid Ó Loingsigh,
La reconquista del Pacífico. Invasión, inversión, impunidad, Proceso de Comunidades Negras, Bogotá, 2013, pp. 170 y ss.
vi . Citado en
http://actualidadetnica.com/sitioNuevo/actualidad/actualidad-col-01/medio-ambiente/2494-palma-africana-en-el-choco-una-nueva-plaga-para-indios-y-negros
vii . El Alemán, Fredy Rendón Herrera, en
http://www.verdadabierta.com/victimarios/perfiles-de-paramilitares/431-a/716-perfil-freddy-rendon-herrera-alias-el-aleman
viii .
Revista Semana, 31 de julio de 2006, edición 1265, disponible en
http://www.verdadabierta.com/victimarios/los-jefes/308-el-fuehrerde-uraba
ix . Sandra Weiss, Buenaventura. La puerta del “Chapo” en Colombia, en
http://www.contrapunto.com.sv/latinoamerica/buenaventura-la-puerta-del-chapo-en-colombia
x . Oscar Almario, “Ay mi bello puerto del mar, mi Buenaventura”,
Posiciones. Revista de la Universidad del Valle, No. 1, julio de 2007, pp. 15 y 18.
xi . Boris Salazar, “Morir en Buenaventura: entre el gueto y la prisión”,
Posiciones. Revista de la Universidad del Valle, No. 1, julio de 2007, p. 68.
xii .
Ibíd., pp. 70-71.
xiii . Sandra Weiss,
loc. cit.
xiv . La problemática en Buenaventura: más allá de la droga, el contrabando y las Bacrim, en
http://www.legiscomex.com/BancoConocimiento/
xv . Mike Davis,
Planeta de ciudades miseria, Editorial Foca, Madrid, 2007, p. 173.
xvi . Santiago Valenzuela, “Destierro en bajamar”,
El Espectador, abril 5 de 2014. Disponible en
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/destierro-bajamar-articulo-485127
xvii . Citado en Alfredo Molano Jimeno, “Buenaventura, entre la pobreza y la violencia”,
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/articulo-406499-buenaventura-entre-pobreza-y-violencia
xviii . “Tras el foro urbano reaparecen habitantes de la calle en Medellín”, en
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/tras-el-foro-urbano-reaparecen-habitantes-de-calle-mede-articulo-487480
(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular
de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y
compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial
Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4
volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo:
mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre
otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Su último libro publicado es
Capitalismo y Despojo.