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Despedida de Cristian Pérez - Sí a la Paz

Colombia: Falsa Democracia

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Falsa democracia

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[Colombia] Falsa democracia II: la democracia burguesa

Hernando Vanegas Toloza, Postales de Estocolmo. En el artículo de ayer abordamos, someramente, la historia de la democracia burguesa ...

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LOS RICOS NO VAN A LA GUERRA

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Ganar la guerra cuando se firma la paz?

Allende La Paz, Cambio Total.

No habíamos querido referirnos al torpe episodio del sobrevuelo de los aviones cuando el comandante Timoleón Jiménez, Timochenko, terminaba su intervención en el acto de Firma del Acuerdo Final en Cartagena el 26 de spetiembre 2016.

Conocida la posición de Timochenko, daremos algunas puntadas de análisis.

Queremos señalar que es costumbre de la oligarquía empotrada en el poder y de los militares querer ganar mediante actos mediáticos la guerra ya que no la han podido ganar en el campo de batalla.

Así fue durante 52 años y para ello utilizaron –y utilizan- a los medios de comunicación de su propiedad.

A Marulanda Vélez lo mataron múltiples veces. Así lo publicaban los medios oligárquicos y Marulanda, como el Ave Fénix, les revivía en una toma o una emboscada. Y contra él lanzaron innumerables planes de Guerra. Y no pudieron derrotarlo.

Así fue el episodio de los tres kafir. Innecesario ya que las FARC habían firmado el Acuerdo Final hacía varios días en La Habana. Ridículo porque así sabemos que ciertos miembros de la FAC están en contra del proceso. Pelada de cobre porque están dando a conocer que no obedecen al presidente de la República, su comandante supremo (a menos que todo haya sido preparado con él).

Con ese episodio la FAC le dió al mundo la explicación de por qué Manuel Marulanda no asistió al acto de Inauguración de los Diálogos en el Caguán. Laas informaciones de las FARC-EP era que habría un atentado contra él en ese acto y si tocaba matar al presidente, pues sencillamente lo asesinaban. El ataque podría ser por aire, reforzado por tierra para asesinar la mayor cantidad de personas civiles y  de guerrilleros, a los cuales acusarían de la muerte de los primeros.

Desde luego que lo que han mostrado los responsables del episodio kafir es que están supurando por la herida porque en 52 años no pudieron doblegar la cerviz de los guerrilleros, es decir, su Resistencia.

Recordemos que desde el inicio del ataque de Marquetalia, la FAC jugó un papel de primera línea, mas como les demostró Marulanda que a pesar de contar con mejor y más avanzado armamento y recursos técnicos en la época no pudieron ni matarlo, ni localizarlo, y por el contrario Marulanda se les escabulló.

El torpe episodio podría considerarse, como lo fue, como un acto de provocación y soberbia contra las FARC-EP y un mensaje de que ellos, la FAC y/o los militares, que cuentan con la última tecnología en armas, pueden hacer lo que les dé la gana en Colombia. Y no solamente contra las FARC-EP. También le estaban enviando un mensaje a los generales que participaron en la Mesa de La Habana y quizá al propio poder civil.

Las FARC-EP demostró que el Plan Colombia, en sus versiones Colombia, Patriota y Consolidación no solo fue contenido, sino derrotado. En ese plan invirtieron 10.000 millones de dólares y ni así pudieron derrotar a las FARC-EP.

La FAC demostró que a las FARC-EP no la han vencido porque ellos mismos se encargaron de demostrarlo con el torpe y airado paso del kafir que quiso mostrarse como que habían ganado la guerra, acto totalmente innecesario ya que la Paz, el Acuerdo Final, ya había sido firmado en La Habana. Maniobra extemporánea y ridícula.

Triste drama de papel armaron los medios en poder del Bloque Dominante de Poder que salieron a decir que con esa maniobra se corroboraba que las FARC-EP estaban vencidas, y les sucedió igual que en el Ataque a Marquetalia. Quedaron viendo un chispero.

El comandante Timochenko se tomó hasta con humor el episodio al decir que “vinieron a saludar a la Paz, no a descargar bombas…”, ya que con seguridad episodios como ese había vivido en su vida guerrillera y ya estaba curtido.


Lamentaríamos que ese episodio sea el adelanto de lo que le tienen preparado los militares a las FARC, la venganza por tantas y tantas derrotas y ahora que los futuros ex-guerrilleros estén desarmados sean asesinados como es la constante en la historia de Colombia.

La firma del Acuerdo Final, el avión de Santos y el abrazo de la niña


La soledad de quienes adversan el Acuerdo Final de La Habana quedó de manifiesto. Sus caras largas, sus marchas mendicantes en busca de apoyo inspiraban lástima.

Y se firmó el Acuerdo Final de La Habana, esta vez en serio, sin posibilidad de que alguna de las partes se eche para atrás. Es definitivo, y, por encima de los opositores de todos los calibres, ya nada puede detener los efectos de lo acordado. La lucha armada de las FARC ha terminado, en adelante nuestra única arma será la palabra, sentenció con energía Timo. Y así será.


La única aspiración nostálgica de que se pueda revertir lo firmado consiste en un triunfo del No el 2 de octubre. Pero es evidente que el triunfo del Sí será arrollador. Colombia no tiene vocación suicida, sólo un desquiciado podría pretender que las grandes mayorías del país desprecien semejante oportunidad histórica. La guerra no va más, el entusiasmo generalizado lo confirma.


Fue lo que se respiró en todos los rincones de la patria la tarde del 26 de septiembre. La soledad de quienes adversan el Acuerdo Final de La Habana quedó de manifiesto. Sus caras largas, sus marchas mendicantes en busca de apoyo inspiraban lástima. Nunca antes en la historia de Colombia la voluntad abrumadora de su pueblo dejó tan aislado a alguien.


Lo palpamos allí, sentados en la novena y décima hileras del público invitado por la Presidencia, un lugar a todas luces inadecuado para la delegación de las FARC, adonde nos fue señalado ubicarnos por los organizadores del evento. Detalle revelador acerca del trato de tercera que el gobierno quiso conferir a las FARC la tarde de la solemne firma. Lo tuvimos claro.


Siempre hemos sabido de qué manera nos mira el Establecimiento, pese a su aparente cordialidad. Sabemos muy bien que nuestra importancia no deriva en ningún caso de la posición en que quieran ubicarnos. Desde que Timo leyó el título de su discurso, la aclamación general del público bastó a nuestros anfitriones para saber quiénes eran las verdaderas figuras.


Me atrevo a asegurar que nadie en este país comprendió tan bien el significado del acto que se cumplía la tarde del 26 en Cartagena, como las guerrilleras y guerrilleros presentes. Lo sé por lo que pasaba por mi mente. Una infinidad de pensamientos y sentimientos encontrados. Para eso era que habían quedado los mejores treinta años de mi vida en las montañas.


Se lo habíamos oído decir tantas veces a Jacobo Arenas, Manuel Marulanda, Alfonso Cano y demás gigantes de nuestra lucha. La solución política al grave conflicto que padece el país fue siempre una de las banderas fundamentales de las FARC. Ahora estaba ante nuestros ojos, que seguían viendo, a diferencia de tantas y tantos que murieron para que esto fuera posible.


Recordé el día en que ingresé a las FARC. El abrazo que di a mi esposa, a quien engañé pretextando un viaje de trabajo, sintiendo que quizás no volveríamos a vernos más. La forma en que abracé a mi niña de año y medio de nacida, y la tristeza que vi en sus ojos capaces de leer que algo trágico se avecinaba. La perplejidad y el dolor que causé a mamá y al resto de mi familia.


Mis primeros pasos en la noche en la Sierra Nevada de Santa Marta, y a Mario, el mando de la compañía en que fui acogido arriba de Mariangola, en el Cesar, quien me enseñó pacientemente cómo se debía marchar cuando los ojos no veían absolutamente nada. Le oí decir una vez que el Ejército no lo mataría nunca, era un viejo lobo guerrillero y sabía bien de lo que era capaz.


Años después me enteré de su caída en una emboscada. Nadie tuvo en filas jamás garantizada su sobrevivencia en medio de la guerra. Los que presenciábamos el acto, vestidos por primera vez en forma elegantísima, los que lo estaban viendo en el Yarí en pantalla gigante, o en todo el país por la televisión, éramos privilegiados que ganamos quizás por qué la apuesta a la muerte.


Sabía que algo extraordinario, un acontecimiento trascendental de repercusiones inimaginables, se estaba desarrollando ante mis ojos. El escenario, con todo y la pompa que quisieron imprimirle, me pareció más del viejo país que comenzaba su agonía. La tarima en que se instaló y clausuró la Décima Conferencia en el Yarí, siendo de las FARC, lo superaba en todo.


De eso puede dar fe la marejada de prensa internacional y nacional que acudió en masa hasta el lejano paraje a las puertas de la selva. Algo, como una bocanada de viento fresco, estaba emergiendo en la política nacional con la potencialidad de transformarlo todo. Habían pretendido impedirlo con 52 años de guerra despiadada. Pero ahora estaba allí, en Cartagena, ante todos.


Reconocido y aplaudido por la comunidad internacional. Conducido por un espectacular montaje de seguridad de la Policía Nacional, cuyos integrantes no pudieron mostrarse más amables y atentos con nosotros. Antes de comenzar el acto, el Presidente Santos ingresó a la sala donde esperábamos y a uno tras otro y otra nos estrechó la mano sonriente. Otra Colombia nacía.


Quizás la palabra que más escuchábamos era bienvenidos. Recuerdo las conversaciones que oí a la gente sentada en la hilera trasera a la nuestra. Mírenlos, son como nosotros, decentes, tratables, nada de lo que nos decían. Alguno exclamaba con asombro, oyendo hablar a nuestro comandante en jefe, escuchen, se expresa como un político, con qué propiedad habla.


Era obvio que se trataba de simpatizantes del gobierno, que acudían como invitados a ejercer de comité de aplausos. Fueron los más aterrados con el paso rasante del Kafir. Una estupidez que dice del magro humor de los asesores que recomendaron incluir ese detalle intimidante, en medio de tal contexto, de niños que cantaban a la paz y con tanto personaje extranjero importante.


Vi en sus rostros el miedo, la tez palpitante de terror en algunas mujeres, mientras preguntaban temblorosas si esos aviones sonaban siempre así. Dijimos sonrientes que sí, y que cuando dejaban caer las bombas eran más ruidosos aún. Un coro de voces emocionadas nos felicitó entonces por nuestra decisión de salir de la selva y de la guerra. Sus ojos delataban la admiración que sentían.


Pastor había hecho la observación de que el día anterior había habido maniobras de aviones de guerra sobre la ciudad. Pensamos que hacían parte del despliegue de seguridad, cuando en realidad era el ensayo de lo que hicieron. En el momento pensé en una traición de última hora, lo vivimos tantas veces, pero me incliné porque debía tratarse de una torpe exhibición.


Muy propia del viejo país del que hablo. La niña que dejé en casa corrió a Cartagena en cuanto supo de mi presencia. Se consiguió el permiso para entrevistarnos. Y abracé entonces esa hermosa mujer, madre de  la nietita que en sus fotos se parece a ella cuando la dejé. Me proporcionó la dicha esquiva de ver a mi hija planchándome con infinito amor el traje que luciría en el acto.


Tantos años de felicidad perdida se erguían ante mí con asombrosa novedad. Te quiero mucho, papá, me repitió muchas veces. Al despedirse me rogó entre lágrimas cuidarme para que no fueran a matarme. No quería perderme ahora. Le aseguré que eso no sucedería. Un nuevo país nacía ante nuestros ojos. Lo habíamos conquistado con tantos años de dolor y angustias.



Cartagena de Indias, 27 de septiembre de 2016.

Unidades de las FF.AA amenazan con atacar unidades del frente 29

Unidades del Frente 29 pertenecientes al Bloque Comandante Alfonso Cano, informan las siguientes novedades:
El ejercito que está en Ricaurte y continuan hacia nuestra dirección, han bloqueado el camino para pasar al rio Tapaje, también han llegado a Sánchez. En Ricaurte (Nariño) destruyeron la campaña del SÍ, la gente les dijo que no debían hacer eso porque era en favor de la paz el cual ellos respondieron que no tenían nada que ver con el proceso de paz, que igual atacarían al Frente 29 o a los Elenos. 

Bloque Comandante Alfonso Cano (BOCAC)

Sí, claro que Sí

Me habría alegrado estar en la X Conferencia de las Farc en el Yarí y, desde luego, en Cartagena en la firma del acuerdo de paz.
Por: Alfredo Molano Bravo - El Espectador.

También en las ceremonias del perdón en Bojayá y La Chinita. Sobra decir que votaré a conciencia plena por el Sí, aunque debo confesar, también, que por allá en no sé dónde, amaga una cierta nostalgia. No es necesario invitar a las izquierdas colombianas a votar por el Sí, aunque una parte de ellas nunca haya estado de acuerdo con la lucha armada. A la otra parte, la que apoyó, aunque fuera de corazón, las causas del alzamiento, tampoco habrá que darle razones para ir a votar por el fin de la guerra. 
Con la extrema derecha, que se ha beneficiado política y económicamente con la sangre y el fuego que ha hecho correr por todo el país desde el 9 de abril, no hay nada que hacer. Votará por el No y si llegara a ganar —digo, si llegara a ganar—, empujará el país a un abismo. 
Porque, ¿qué propone Uribe más allá de regocijarse en la soberbia del No? ¿Que las Farc y el Eln acepten ir a la cárcel, juzgados por una justicia que él no acepta y que los suyos evaden? Escribo, pues, para la gente que de buena fe cree que sólo si se hace sufrir a otro en la cárcel se paga el sufrimiento que ese otro haya provocado. 
No creo que el dolor de las víctimas se compense o se borre con el sufrimiento de sus victimarios presos en una cárcel. Lógica que, por lo demás, vale para todas las partes, también para los militares y paramilitares. No creo que la venganza cumplida sea un camino para salir de la guerra. Si así fuera, no tendríamos necesidad de un acuerdo de paz porque el conflicto ya habría terminado en la paz de los sepulcros. La venganza ha sido la gasolina del conflicto. Se tiene la torva idea de que la muerte del enemigo permite desahogar la ira, deshacerse del dolor, cuando en realidad lo que hace es alimentar tanto la una como el otro.
 Y así, la cadena se prolonga. La guerra civil de los Mil Días finalizó no con la ejecución de Uribe Uribe en Ciénaga cuando entregó armas, sino cuando Reyes lo nombró embajador en Chile. 
En cambio, ¿cuánta sangre ha costado vengar los muertos de las Bananeras del año 28, de Gaitán el 9 de abril, de Gachetá en el año 49, de El Líbano en el 52, de Marquetalia en el 64 y de ahí para acá, todas las muertes que se deben cargar en la cuenta del Frente Nacional cuando autorizó al Ejército a repartir armas a los civiles para vengar los muertos causados por la insurgencia? 
¿Acaso las masacres que se desataron con la tolerancia del matrimonio entre las furias del interés privado, el narcotráfico y el paramilitarismo desde los años 80 han debilitado al menos un poquito la guerra? 
¿Acaso la fórmula de apelar a “todas las formas de lucha”, utilizada tanto por las Farc como por los diferentes gobiernos, ha tenido un resultado distinto a fomentar la muerte y alargar sin término el conflicto? 
En vez de un Día D para liquidar la guerra entre el Gobierno y las Farc, lo que la extrema derecha y sus aliados non santos buscan es que ese día vuelva a jugar la bolita hecha de soberbia y plomo. No podemos seguir pensando que un clavo saca otro clavo, que un ojo paga otro ojo, que la sangre baña la sangre.
Punto aparte: Es un gran honor para mí ser editado cada semana por la atinada mano de Jorge Cardona.

Para indecisos

Hoy se vota el plebiscito sobre la paz, que es la principal decisión que tendremos como ciudadanos en décadas, por lo que debemos esforzarnos por participar. Para quienes aún no tienen su voto definido, quisiera compartir el análisis que me llevó al Sí.
Por: Rodrigo Uprimny (*)

Mi punto de partida fue que los beneficios de la paz negociada son enormes, no sólo por el sufrimiento que ahorra, en especial para quienes más han sufrido la guerra (las poblaciones rurales), sino además porque sin paz no es posible tener nunca una democracia robusta ni un desarrollo económico incluyente.
Estos beneficios son hoy tan claros que los promotores del No dicen que no se oponen a la paz negociada, sino que hay que votar No para lograr un mejor acuerdo. Pero esa renegociación del acuerdo es altamente improbable pues no habría quien la haga: el gobierno Santos y el liderazgo de las Farc quedarían muy débiles políticamente por el rechazo del acuerdo y quienes promueven el No están en la oposición. Y no se sabría qué renegociar, pues distintos ciudadanos se habrían opuesto por diversas razones al acuerdo.
El triunfo del Sí no garantiza la implementación exitosa del acuerdo, que será difícil, pero la facilita enormemente, por la legitimidad democrática que le confiere.
Los ejemplos de Irlanda del Norte y Chipre confirman lo anterior, esto es, que No es No y Sí es Sí. El “Acuerdo de Viernes Santo” fue aprobado en Irlanda del Norte en 1998 por la ciudadanía y, a pesar de las divisiones entre católicos y protestantes, se pudo implementar y hoy hay paz. En cambio, en Chipre el acuerdo mediado por Kofi Annan fue rechazado en voto popular en 2004 y, aunque podía ser renegociado inmediatamente, han pasado 12 años sin un nuevo acuerdo. Y si la guerra no ha vuelto, es porque hay una presencia masiva de fuerzas de la ONU que mantienen separado el país entre el norte turcochipriota y el sur grecochipriota.
Estas premisas me llevan a la siguiente fórmula: debería votar Sí quien estime que el acuerdo globalmente considerado es suficientemente justo que decide apoyarlo, en nombre de una paz altamente probable. Debería votar No quien considere que el acuerdo es tan injusto que lo rechaza, a pesar de que su renegociación sea improbable, por lo que el retorno de la guerra es previsible.
El acuerdo alcanzado, sin ser perfecto (pero ningún pacto de paz lo es), es bueno: permite un desarrollo rural más equitativo, una participación política más robusta y una política de drogas más razonable; además garantiza el desarme de las Farc y diseña una justicia transicional, que pese a tener puntos polémicos, es respetuosa con las víctimas y es difícilmente mejorable.
Por todo eso mi apoyo al Sí es claro. Pero ¿qué pasa si alguien tiene aún dudas sobre las bondades del acuerdo? Creo que debería optar por el Sí, por lo siguiente: la paz negociada es deseable por sus enormes beneficios y el No es inútil para lograr un mejor acuerdo; la duda sobre las bondades del acuerdo debe entonces ser resuelta a favor del Sí, para darle una oportunidad a la paz.
(*) Investigador Dejusticia y profesor Universidad Nacional

PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA Colombia elige entre guerra y paz

Vista del barrio La Chinita, en Apartadó, donde las FARC pidieron perdón el pasado viernes por una masacre.  EFE
Colombia decidirá este domingo si quiere adentrarse en un futuro por explorar o instalarse en su macabro pasado reciente. El Gobierno y la guerrilla de las FARC ya lograron poner fin al último conflicto latente inspirado en la Guerra Fría. El acuerdo quedó plasmado el pasado lunes en un documento de 297 páginas con la firma del presidente, Juan Manuel Santos, y del líder de las FARC, Timochenko. Ahora, en las urnas, los colombianos deberán responder con un ‘sí’ o un ‘no’ a una cuestión: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”. Una pregunta enrevesada que, en el fondo, esconde otra más sencilla: ¿Apoya usted el inicio de la paz o la continuación de la guerra?.

Por JAVIER LAFUENTE - ELPAIS.COM
Desde que se anunció el acuerdo, el pasado 24 de agosto, todas las encuestas apuntan a una victoria del ‘si’ con un margen de entre 10 y 20 puntos. Sin embargo, el optimismo es comedido. Las mediciones nunca abarcan todo el territorio y el porcentaje de indecisos aún es alto, aunque no tanto como el de la abstención. Una baja participación podría llegar a poner incluso en entredicho alcanzar el umbral necesario para la aprobación: 4,5 millones de votos a favor.
La principal consecuencia de una victoria del ‘sí’ es muy sencilla: se acaba una guerra de 52 años entre el Estado colombiano y las FARC, la guerrilla más antigua de América Latina. Un conflicto que ha dejado ocho millones de víctimas, siete millones de desplazados, más de 260.000 muertos, decenas de miles de desaparecidos… Ese, y no otro, era el propósito último de las negociaciones, lo que no se logró hasta ahora pero intentaron desde los años ochenta todos los Gobiernos, incluido el presidido por el más crítico con lo pactado, Álvaro Uribe. El acuerdo siente las bases para que los 7.000 guerrilleros –y otros tantos milicianos- de las FARC inicien un proceso de desmovilización y entreguen su arsenal en los próximos seis meses. Una misión de Naciones Unidas, aprobada con el voto unánime del Consejo de Seguridad, será la encargada de verificar el cese al fuego y la dejación de las armas.
A cambio, las FARC han logrado una serie de privilegios que facilitarán tanto su incorporación a la vida civil como a la política. Hasta las próximas elecciones, en 2018, el movimiento político que resulte después de su desmovilización y entrega de armas, tendrá garantizados representantes en el Congreso con voz, pero sin voto. Durante los das dos próximas legislaturas, hasta 2026, tendrán garantizados al menos cinco escaños en el Senado y en la Cámara de Representantes. El Estado se ha comprometido a garantizar la seguridad de los miembros de las FARC y evitar un genocidio similar al que sufrió la Unión Patriótica (UP), el partido político que integraba a miembros de las FARC, entre los años ochenta y noventa.
El gran logro para la guerrilla, y el punto más conflictivo del acuerdo, tiene que ver con la justicia. Ningún miembro de las FARC, ni siquiera los líderes condenados por crímenes de lesa humanidad o narcotráfico, pagarán un solo día de cárcel entre rejas, siempre y cuando rindan cuentas ante un tribunal especial de paz que se ha decidido crear y por el que pasarán todos los actores implicados en el conflicto. Quienes confiesen sus crímenes y aporten información sobre cómo ocurrieron las masacres, serán condenados a entre 5 y 8 años de penas alternativas a la cárcel, como contribuir en el desminado del país, la elaboración de carreteras, etc. Los acusados que no comparezcan ante este tribunal sí podrán ser condenados a una cárcel tradicional, con penas hasta 20 años. La mayor parte de los guerrilleros –una cifra aún por cuantificar- serán amnistiados.
En el último año, una vez que se aseguraron de que evitarían la cárcel, las FARC han intensificado una transformación en su discurso que habrá que ver si es real o pura retórica. En las últimas semanas incluso han realizado más actos de perdón con las víctimas de sus masacres que en toda su historia criminal.
El hecho de que ningún guerrillero vaya a pagar cárcel ha sido el motivo de las críticas tan virulentas que aún tiene el acuerdo de paz en Colombia. Los partidarios de votar por el ‘no’ en el plebiscito, muchos adoradores más que simpatizantes del expresidente Álvaro Uribe, lo consideran una claudicación del Estado. A partir de ello, Uribe, antecesor y valedor de Santos en su primera elección, ha liderado una campaña en la que ha tratado de hacer calar un mensaje tramposo: votar ‘no’ es decir ‘sí’ a una paz justa. En las últimas semanas ha intensificado el mensaje de que él no está en contra de la paz, sino que pretende renegociar los acuerdos.
La mera hipótesis resulta quimérica. Una victoria del ‘no’ sumiría a Colombia en una incertidumbre absoluta. Nadie es capaz de responder con exactitud qué ocurrirá al día siguiente si se rechazan los acuerdos. A las FARC no les quedaría otra opción que volver a las montañas y la misión de la ONU quedaría paralizada. La idea de que los guerrilleros vayan a volver a sentarse a hablar de inmediato para, esta vez sí, aceptar pagar cárcel o no concurrir en la vida política es absurda.
A todo ello, se sumaría el desprestigio internacional. El Gobierno de Santos, que ha insistido en que no se trata de un acuerdo perfecto sino el mejor posible, logró aunar en estos cuatro años el respaldo incondicional de Naciones Unidas, el Gobierno de Estados Unidos que tanto le ayudó en la lucha contra el narcotráfico o la Unión Europea. En definitiva, un mundo repleto de desmanes aguarda si Colombia opta por seguir en la guerra o construir la paz.
 

Dossier Álvaro Uribe Vélez

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